¿Qué es la poesía? #19 – Carlos Battilana: «La poesía pone en jaque ciertos estereotipos del lenguaje»

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«Definir la poesía es como una especie de intento perpetuo por algo que se escapa» señala Carlos Battilana. Poeta, docente y coordinador de talleres literarios, pertenece a la generación de los 90’s, pero sin encolumnarse bajo ninguna bandera ni corriente. «Si yo tuviera que hablar de mi caso, es como un susurro que ha vibrado con cierta intensidad, pero no muy estridente», señala al respecto. En constante exploración y búsqueda de nuevas voces, Battilana también destaca el rol de las editoriales independientes: «han tenido mucha imaginación en los últimos años». Leé la entrevista completa a continuación.


Sobre el autor

14825801_1098254430294569_436813076_nCarlos Battilana nació en Paso de los Libres el 19 de septiembre de 1964. Reside en Buenos Aires. Sus libros de poesía son Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005) y Materia (Vox, 2010). También publicó las plaquetas Una historia oscura (Ediciones del Diego, 1999) y La hiedra de la constancia (Color Pastel, 2008). Una antología de sus poemas apareció en Presente Continuo (Viajera, 2010). En 2012 se reeditó Materia (La Sofía Cartonera) y Editorial Conejos publicó Velocidad Crucero (2014) que contiene el libro homónimo y una selección de antiguos poemas.


-Para vos, ¿qué es la poesía?
-Es una forma especial del lenguaje, tiene que ver con un modo del decir. Pero, al mismo tiempo, la poesía excede la idea del género poético, porque uno puede encontrar poesía en una novela o una experiencia vital. Entonces, tiene que ver con una imagen, pero también con algo del orden físico, que no solo excede al género, sino que está antes del género, por lo tanto es difícil lo que es la poesía. Sí uno reconoce cuando lee o escucha a un poeta, porque apunta sobre todo a la voz, tiene algo ancestral en eso. Yo sobre todo leo poesía, pero cuando voy a recitales o festivales escucho poesía, los disfruto. Definir la poesía es como una especie de intento perpetuo por algo que se escapa. Algo que no sabemos del todo qué es, pero que en un punto lo intuimos. La poesía, también pienso, pone en jaque ciertos estereotipos y cristalizaciones del lenguaje. Es un desafío que me interesa muchísimo.

-¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía?
-Cuando yo era chico, la maestra de tercer grado dijo: «Vamos a escribir un libro», y a mí me encantó la idea del objeto libro. Ahí teníamos que escribir cuentos y dibujar también. Por esa misma edad también escribía novelas que duraban exactamente 48 páginas, porque era la cantidad que tenían los cuadernos Gloria. Cuando se estaba por terminar, tenía que apurar el final. Mi vida siempre estuvo más gravitada por la mirada, porque yo veía series en televisión, no era un gran lector.

Definir la poesía es como una especie de intento perpetuo por algo que se escapa. Algo que no sabemos del todo qué es pero que en un punto lo intuimos.

-A partir de tu generación se dio que muchos crecimos con el hábito de mirar televisión y ordenar las cosas como una serie o película, ¿no?
-Claro, yo veía El zorro y esas cosas. Yo leía poco y no lo digo como algo copado. Es más, antes de empezar a escribir yo dibujaba mucho. La poesía llega más grande: me acuerdo unos versos de Alejandra Pizarnik que leí en el diario. Yo no sabía ni quién era, tenía 17 años, pero me encontré con estos versos: te remuerden los días/ te culpan las noches/ te duele la vida tanto tanto /desesperada ¿adónde vas? / desesperada ¡nada más!. Fue algo que me impactó físicamente. A Pizarnik la abandoné después, reconociendo que era una gran poeta, pero que yo iba por otro lado. La última parte de Miguel Hernández también me impactó muchísimo. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta de que había otra parte de la poesía que a mí me interesaba mucho y que se podía conseguir en una antología del Centro Editor de América Latina que se llamaba La poesía del 50 y ahí vi que había poesía no evidente.


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-Después, ya en la post adolescencia por decirlo de algún modo, ¿empezaste a escribir poesía de manera más habitual?
-Claro, si bien siempre escribí desde chico, una vez en la Facultad, me empezó a interesar el lenguaje de la poesía. Siempre tuvo una gravitación física en mí, no sé bien cómo explicarlo, pero me tiene que afectar físicamente para reconocerla como tal. Eso siempre me pasó con los poemas que más me gustaban. Cuando leí a Héctor Viel Temperley me pasó, por ejemplo, o con Juan Manuel Inchauspe y Jacobo Fijaman. De todas formas uno va leyendo de acuerdo a determinadas épocas. Ahora me gustaría volver a leer a Olga Orozco o Enrique Molina, porque en su momento no me generaron nada. Sentía cierta exuberancia verbal que con los autores que nombré no me pasaba.

-Vos sos parte de la generación de los 90’s, pero, a diferencia de otros casos, no se te puede ubicar en una corriente o un grupo, como sí pasa con la revista 18 whiskies, los Verbonautas o Belleza y Felicidad. ¿Vos donde te ubicarías?
Francamente no me puse a estudiar mucho el tema de la poesía de los 90’s. Tampoco me puse a pensar bien cuáles son las representaciones que hay sobre la poesía de esa época. Está la gravitación del objetivismo o el neobarroco, por ejemplo. La poesía siempre fue algo capital en mí y me interesó hablar con gente del ámbito, pero no más que eso. Mi poesía siempre fue como un susurro me parece.

-¿Como ves el peso que tiene ahora la poesía de esa generación?
-Los poetas contemporáneos de los 90’s a mí me interesan mucho, los he leído y me gustan muchos de ellos. Si yo tuviera que hablar de mi caso es como un susurro que ha vibrado con cierta intensidad, pero no muy estridente. Por suerte tuve la suerte de que Santiago Llach y Marina Mariasch me hayan escuchado y me inviten a formar parte del catálogo de Siesta. Dialogué con muchos poetas pero no en términos de algo muy programático, me interesó escribir y escuchar. Por ejemplo con Rodolfo Edwards que me acercó al grupo de La mineta, lo mismo con Fabián Casas y 18 whiskies.

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-¿Y con Osvaldo Bossi que relación tenías?
-También dialogaba mucho, pero él también estaba un poco al margen de esos grupos. O al menos eso me parece a mí. Debe haber una zona de los 90’s que todavía no está muy explorada, que estaba trabajando silenciosamente pero con mucha intensidad. Pienso en Beatriz Vignoli también. Sí sé que lo mío siempre fue una experiencia constante, que la poesía es algo constante en mí.

Los poetas contemporáneos de los 90’s a mí me interesan mucho, los he leído y me gustan muchos de ellos. Si yo tuviera que hablar de mi caso es como un susurro que ha vibrado con cierta intensidad, pero no muy estridente.

-Volviendo al proceso de escritura, a la hora de armar un poema ¿tenés algún mecanismo o rutina?
-Los rituales de escritura tienen que ver muchas veces con supersticiones de cada escritor. Lo interesante es lo que sale después. Trato de escribir con cierta constancia.

-¿No es difícil en la poesía eso? En otros casos, como Cecilia Pavón por ejemplo, me acuerdo que me respondían que a la hora de escribir poesía era difícil imponerse una rutina o constancia, algo que en la poesía es difícil.
-Hay poetas como Hugo Padeletti que creen en la inspiración, pero en el caso mío trato de escribir con constancia para ver si en algún momento surge un vértigo que me ponga en contacto con una zona inexplorada, donde se combina el trabajo previo con lo misterioso. Uno puede programar una forma de escribir, pero lo que surja de eso tiene que ver con una ruptura de ese mismo programa. También hay una fantasma de que se me vaya la poesía.

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-¿Eso puede ser un miedo recurrente en los escritores? Mariano Blatt contaba que en un momento escribía mucho y después se asustó de haber bajado la frecuencia.
-Es verdad (risas). Hay un fantasma de que no esté más la poesía. En realidad no pasa nada para nadie, pero uno se asusta frente a esa situación. Si bien la poesía tiene que ver con cierta imaginación, en el caso mío no es tan así, sino que trabajo más en el armado. Me gusta el trabajo de corrección, como si fuera una artesanía, un momento en el que empiezo a hacer que esos textos sean un poco ajenos. Corregir es otro momento de la escritura.


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-Las nuevas tecnologías, ¿cómo pueden afectar en el proceso de escritura o circulación?
-Yo escribo a mano en cuadernos y después lo paso computadora. Si funciona pienso en término de grupos para armar un libro tradicional. Sin embargo, también me gusta cuando hay poemas míos en las redes sociales o Internet en general. Muy pocas veces lo hago yo mismo en Facebook. No soy muy difusor sinceramente, sin decirlo con jactancia. Quizás algo interesante o positivo que se puede dar en las redes es que los lectores, por así llamarlos, te pueden aportar ideas o sugerencias interesantes. Después, la idea de la exposición no me parece tan atractiva en el sentido de lo inmediato o la masividad.

-¿Tenés contacto con los ciclos de lectura?
-Sí, me invitan seguido por suerte. Me encanta leer en público, es algo que me alegra. Hay miles de ciclos.

-¿Y qué opinás del slam?
-Lo escuché nombrar, pero no sé bien qué es, creo que está más cerca de la performance, pero no tengo mucho conocimiento la verdad, nunca participé. Sí recuerdo que las perfomance siempre me parecieron interesantes, esa idea de la teatralización de la palabra. De todos modos, cuando uno lee poesía hace performance, porque la voz es tratralización. Por eso me gusta leerla en voz alta, con mi estilo.

La poesía tuvo una imaginación para filtrarse y vender en lugares donde antes no se podía. También hay una alegría de editar libros, como un potlatch en cierto punto

-Dentro del mundo editorial se suele decir que «la poesía no se vende». ¿Por qué creés que pasa eso?
-Para mí no es verdad eso. En esa frase hay una especie de implícito: la narrativa vende mucho. Y eso no es cierto, porque como mucho puede llegar a los 5.000 ejemplares con toda la furia. Yo creo que la poesía se ha organizado con tanta intensidad en los últimos años que los libros circulan en ferias, recitales, eventos.  Si bien no es algo que haya pensado detenidamente, porque no soy editor, siento que se vende, que se mueven. Por ejemplo, en editorial Conejos, donde salió Velocidad crucero, sé que agitan mucho todo. La poesía tuvo una imaginación para filtrarse y vender en lugares donde antes no se podía. También hay una alegría de editar libros, como un potlatch en cierto punto, la idea de encontrarse con amigos. También se cuestiona la idea de los lugares explorados, porque el mercado piensa que existen nichos estables. Las editoriales, en los últimos años, trabajaron a contracorriente de eso y tuvieron una fuerza enorme.

-¿Qué autores jóvenes o posteriores a tu generación lees?
-Hay muchos muy buenos. Prefiero hablar más de libros y no de autores, como el caso de La forastera de Estela Figueroa, Agua negra de Martín Rodríguez, Con gusano de Eduardo Ainbinder, Qué lindo de Roberta Iannamico y Sobrantes de Alejandro Rubio. Claro que hay muchos más, todo lo que nombre es arbitrario e insuficiente.

-Por último, para alguien que recién comienza a escribir, ¿qué consejo le darías?
-Más que consejo le puedo dar una sugerencia: leer poesía, es lo primero. Después, hay que tratar de escribir con deseo, hablar con otros poetas. Intentar que la poesía no sea una profesión, sino algo más del orden de lo vital. Si uno reconoce que ahí hay algo interesante para hacer, tiene que empezar a caminar. Más que empezar a escribir, hay que empezar a escuchar. Tampoco hay que tener a la perfección como objetivo, porque eso es paralizante. Escribir es un ejercicio y puede salir bien o mal, pero uno encuentra lo que quiere decir.


Ediciones anteriores de ¿Qué es la poesía?

#1 Fabián Casas ; #2 Fernando Bogado;  #3 Washington Cucurto; #4 Diego Arbit;
#5 Osvaldo Vigna; #6 Hernán; #7 Margarita Roncarolo; #8 Mariano Blatt;
#9 Juan Desiderio; #10 Gabriela Bejerman; #11 Walter Lezcano; #12 Facundo Soto;
#13 Osvaldo Bossi; #14 Gabriela Luzzi; #15 Rodolfo Edwards; #16 Cecilia Pavón;
#17 Mariela Gouiric #18 Fernanda Laguna


Foto de portada: Jorge Núñez

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