El poemario Propiedad Horizontal (Añosluz editora, 2016) de Damián Lamanna Guiñazú ofrece una visión sensible sobre ese espacio que se habita a diario y que muchas veces queda en segundo plano ante las ocupaciones cotidianas. Haciendo un zoom especial en pequeñas particularidades, el autor da cuenta de la hermosura quieta y violenta que puede contener un barrio apenas alejado de los grandes centros urbanos
Sobre el autor
Damián Lamanna Guiñazú nació en la Provincia de Buenos Aires de 1985. Es licenciado de Letras (UBA). Publicó Dormir en la espalda de la lengua (Edición muy artesanal, 2011) y Después de la superficie (Editorial Simulcoop, 2013). Forma parte del colectivo Las Hojas y actualmente trabaja en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Ex Esma).
La violenta quietud de un barrio
La poesía puede servir para entender algo que hasta el momento se mostraba sin palabras. Los poemas de Propiedad horizontal (Añosluz editora, 2016) de Damián Lamanna Guiñazú van exactamente en esa dirección, tratando de mostrar esos detalles ocultos, casi imperceptibles, que tienen los espacios que habitamos. Ya sea nuestro barrio, nuestro hogar o los afectos que nos rodean, a todo se le puede hacer un zoom que ayuden a disecar un sentimiento.
En esa dirección, el poemario de Lamanna Guiñazú nos muestra un barrio quieto y violento a la vez, con una hermosura de viejos árboles y casas construidas ladrillo por ladrillo por distintas generaciones que buscaban un ambiente habitable. El barrio que propone el autor en Propiedad horizontal es un lugar donde no solo confluyen trenes y colectivos, sino los distintos ramales de la memoria y las emociones para crear «ese ambiente imaginario/ donde habita toda la gente que nos cuida».
Con imágenes puntuales y cotidianas, pero enfocadas desde otra perspectiva, el autor muestra que la quietud de las zonas residenciales alejadas de los bullicios céntricos no tiene porqué ser necesariamente pasiva. Como un juego de Mamushkas, Lamanna Guiñazú parte a la mitad al barrio, para luego partir a la mitad sus hogares y, por último, a sus habitantes, hasta encontrarse con las ideas y emociones que recorren a las personas. «La casa podría ser una madre que todavía cree/ tiene su bebé adentro», se puede leer en esa misma dirección en uno de sus versos.
Propiedad horizontal es, si se pudiera definir en una sola dirección, un poemario que plantea una búsqueda personal y a la vez compartida con el lector, buscando «decir quien soy desde cero/ cuando piso un barrio nuevo». Esa delgada frontera que separa al mundo interior con el exterior parece ser un colador donde la inseguridad se cuela cada vez más. Pero no la que nos venden los grandes medios, sino de la que nos quieren distraer: la inseguridad de saber que muy pocas cosas van a ser tan sólidas como los ladrillos que apilamos para formar un lugar donde vivir.