Marcelo Savignone cierra su trilogía chejoviana (Un Vania, Ensayo sobre la gaviota) con una nueva adaptación de Tres hermanas. En esta versión, los hechos no acontecen en Rusia ni a principios del siglo XX sino en la Argentina de la década del ’70, con todas las resonancias políticas, sociales e históricas que cabe esperar en una acción ambientada en tan oscuros años. La obra puede verse los domingos a las 17.30 hs. en el Teatro La Carpintería (Jean Jaures 858).
En este punto de la historia, la tan remanida palabra “clásico” parece haber perdido buena parte de su sentido a costa del uso excesivo, sobre todo en el campo de la escena teatral. Pero, ¿qué es un clásico?, ¿cuál es su esencia?, ¿cómo lo identificamos?, ¿dónde reside su potencia exactamente? Un clásico es -e incansablemente se lo ha definido de este modo- una obra artística capaz de trascender toda frontera, ya sea espacial o temporal. Considerando esta definición -bastante amplia, por cierto- podemos referirnos a Tres hermanas (y a buena parte de la dramaturgia de Anton Chejov) como un auténtico clásico del teatro.
¿Por qué? Sencillamente porque se trata de una creación con tanta capacidad de trascendencia a lo largo del tiempo y más allá de los límites geográficos que –aún habiendo sido publicada en Rusia en el año 1901- es perfectamente capaz de decir algo acerca de nosotros y de nuestra historia. En manos del talentoso Marcelo Savignone, aquellas Tres hermanas de Chejov se convierten en Mis tres hermanas. Sombra y reflejo. Por lo tanto, la acción dramática ya no transcurre en la Rusia de principios de siglo XX, sino que se sitúa en Argentina durante una de las etapas más atroces de nuestra historia: la dictadura cívico-militar-eclesiástica de 1976.
Podemos referirnos a Tres hermanas (y a buena parte de la dramaturgia de Anton Chejov) como un auténtico clásico del teatro
Pero, ¿cómo es posible que una obra de teatro escrita hace más de un siglo en tierras rusas pueda decir algo acerca de nuestro país en plena década del ’70? Sin forzamientos ni caprichos, Savignone ha sabido leer la obra pero además -y sobre todo- atender al llamado de los cuerpos en escena, escuchar las voces de los actores, recuperar los ecos del pasado, desenterrar el dolor para sanarlo y capturar aquello que una puesta argentina demandaba imperiosamente: la relectura, una resignificación y una nueva interpretación de esos años oscuros vistos desde este presente. El artista no puede desentenderse de su historia, del ayer que lo atormenta y del hoy que lo abruma; Savignone lo ha comprendido perfectamente y actúa en consecuencia; porque un artista es, después de todo, reflejo de su propio tiempo y de esa memoria colectiva que arrastra casi sin advertirlo, sombra del pasado más penumbroso.
Desde la tribuna de la crítica suele ensalzarse a aquellos directores omnipotentes que llegan a la sala de ensayo con una idea acabada en su cabeza, desarrollada durante meses, años o décadas en la soledad de un estudio, con cada línea y cada movimiento ya diseñado de antemano (y muchos éxitos han sido fruto de esa forma de trabajo, para nada reprochable); pero resulta un desafío mayor presentarse en esa sala despojado de cualquier prejuicio, con múltiples ideas pero también lo suficientemente abierto como para modificar la concepción original en virtud de lo que ocurra en ese maravilloso aquí y ahora de la escena del cual ningún buen director debería desentenderse. Marcelo Savignone -actor, director y docente teatral- parece haber tomado este segundo camino, y no le ha ido para nada mal.
Un artista es, después de todo, reflejo de su propio tiempo y de esa memoria colectiva que arrastra casi sin advertirlo
El primer recurso con el que se encontrarán los espectadores de Mis tres hermanas es de una contundencia dramática innegable; sobre el escenario, extrañamente, no hay tres actrices sino seis. Se compone una escena que recrea dos dinámicas y dos líneas temporales en forma simultánea. Por un lado, la versión actual de estas tres hermanas: Irina (Merceditas Elordi), María (Mercedes Carbonella) y Olga (Marta Rial); por otro, la versión del pasado (encarnada respectivamente por Belén Santos, Sofía González Gil y Andrea Guerrieri). Aquí se nos presentan dos grupos de actrices representando fragmentos de su propia historia (que también es la nuestra), pedazos de recuerdos familiares, esquirlas de anécdotas, partículas de sí mismas. Algo se ha roto allí. Hay permanentes idas y vueltas sobre esa línea temporal sobre la que oscilan estas mujeres al mejor estilo de diestras equilibristas, desplegando todas sus dotes interpretativas.
La obra se inicia con una danza que desborda ternura e inocencia, pero ese aparente clima festivo con aires de infancia se torna cada vez más espeso y asfixiante, hasta llegar a un ápice del cual no habrá retorno con la irrupción de Andrés (Marcelo Savignone), el hermano que regresa como el ”hijo pródigo” a una casa de la que ninguno parece haber podido escapar. La casa es la memoria, que gira sobre sí con el vértigo de aquello que duele y es imposible olvidar; la casa es el pasado, que devora la vida de esas hermanas y se fagocita a sí mismo. En el regreso de Andrés, se desliza la pregunta fatal: “¿Y si empezara la vida de nuevo?”. Interrogantes como este se sugieren a lo largo de toda la obra, y están más o menos explicitados (tan sólo hay que estar dispuesto a escucharlos).
En el regreso de Andrés, se desliza la pregunta fatal: “¿Y si empezara la vida de nuevo?”
La adaptación de Savignone se sustenta en una estructura en la que todos los elementos de la puesta coexisten en la más completa armonía: el diseño lumínico con sus diferentes tonalidades para cada sección temporal, los fragmentos musicales de García o Gieco que se oyen en la sala y nos introducen en el clima de esa década, los vestuarios que con una gran simpleza delimitan tres personalidades bien distintas y la escenografía móvil que aloja en sí misma todo un universo de significados; todos y cada uno de esos recursos forma parte de esta arquitectura dramática tan pensada como desarrollada al compás de la labor de los intérpretes y en la interacción con el público experimentada en cada función. Por esta sencilla razón, el resultado es un todo orgánico y armónico. Nada está puesto allí de manera antojadiza, forzada, caprichosa o artificial.
El resultado es un todo orgánico y armónico
Este es, además, el cierre de la trilogía chejoviana que Savignone ha emprendido allá por 2013 con Un Vania y que ha continuado luego en 2014 con Ensayo sobre la gaviota. Vale la pena acercarse al Teatro La Carpintería (Jean Jaures 858) y reencontrarse no sólo con este clásico chejoviano reinterpretado en clave argenta, sino con una de las épocas más turbias de nuestra historia porque, al fin de cuentas, el arte es uno de los caminos más puros para lograr la sanación de aquellas heridas que han calado más hondo en el cuerpo social.
FUNCIONES
Domingos a las 17.30 hs.
Teatro La Carpintería: Jean Jaures 858 (Abasto)
Entrada general: $200 / Estudiantes y jubilados: $150
Reservas: www.alternativateatral.com
FICHA TÉCNICA
Título: Mis tres hermanas
Concepción y dirección: Marcelo Savignone
Intérpretes: Merceditas Elordi, Mercedes Carbonella, Marta Rial, Belén Santos, Sofía González Gil, Andrea Guerrieri y Marcelo Savignone
Diseño lumínico: Nacho Riveros
Diseño de vestuario: Mercedes Colombo
Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Realización: Los Escudero
Asistencia y colaboración artística: Sergio Berón- Chusa Blázquez
Fotografía: Cristian Holzmann