Del lado de acá: el barrio Rawson, donde vivió Cortázar en Buenos Aires

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Esta crónica, lejos de ser una guía turística, pretende invitar a sumergirse en el mundo Cortázar desde otra perspectiva: caminando sus pasos en el barrio Rawson donde transitó su juventud y del que, de alguna forma, nunca se fué.


Rayuela LSF


La Ciudad de Buenos Aires, como es sabido, está llena de lugares especiales, que lejos de esconderse, se camuflan delicadamente entre las torres y el smog de los colectivos. Seguramente a cualquiera que se le pregunte, puede nombrar uno y difícilmente se repitan. Empapados de historia y anécdotas, estos espacios recrean una atmósfera casi única atrayendo a personas de distintos lados del planeta, inclusive a los propios porteños. El barrio Rawson, ubicado en Villa del Parque, cumple con todas estas características, pero con un plus insuperable: allí vivió y se movió durante su juventud el escritor Julio Cortázar, con la particularidad (y magia) de que muy pocas cosas hayan cambiado en la zona.

«A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía. En la esquina de Avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó una batalla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta dar vértigo(…)”“Omnibus”, Bestiario (1951)

dsc04228-2El barrio Rawson está cercado por las calles Tinogasta (lindante al Club Comunicaciones), Zamudio (limítrofe a la Facultad de Agronomía) y la Avenida San Martín; quizás esta última sea el único recordatorio de que esta zona de casas bajas y gatos en las veredas se encuentra en suelo porteño. Donde antes se encontraba la calle Espinosa, hoy tiene lugar la calle Julio Cortázar, en homenaje al escritor que habitó en ese barrio durante los años de la década del 30’, en un viejo edificio ubicado en Artigas al 3246. Muchas veces se piensa que ese fue el último lugar donde vivió el escritor cuando habitaba en Capital, pero eso es erróneo. Lo cierto es que tras volver de sus prácticas docentes en Chivilcoy, Bolívar y Mendoza, el escritor vivió en un céntrico y reducido departamento del que no se tienen referencias certeras, donde los parlantes peronistas que le impedían escuchar sus discos precipitaron su exilio voluntario hacia su tan añorada París.

Volviendo al pintoresco barrio de Villa del Parque, se puede sentir ni bien uno ingresa en él cómo los edificios (los cuales están prohibidos construir en el futuro) brillan por su ausencia, donde lo máximo que se puede encontrar son viviendas de dos o tres pisos, todas diferentes entre sí, pero formando un collage que muchos vimos pero ya tenemos olvidado: un barrio. Los gatos pasan de casa en casa, siguiendo el calor del sol o la caricia prometida de algún transeúnte esporádico. Los árboles de Agronomía junto a los del Club Comunicaciones y los propios de las cuadras del barrio, que no son pocos, forman la ilusión de un horizonte donde se mezclan los colores del cielo con los de las hojas de las copas, limpiando los ojos porteños de las torres y los cables.


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El edificio ubicado en la calle Artigas, enfrente de una pequeña plaza rodeada de una rotonda, carga con la mayoría de los flashes de los que se acercan a conocer la zona, y no es para menos. Es que en el tercer piso de ese gigante de cemento (el único de la zona) vivió Julio Cortázar. Una plaza ubicada en la puerta de entrada al edificio se encarga de remarcarlo, expresando: “En este edificio vivió Julio Cortázar (1914-1984)/El clima del barrio Rawson y Agronomía está presente en varios de sus cuentos”. La última frase que aunque parezca caprichosa, tiene un fuerte grado de verdad, como se puede ver en distintos fragmentos de su obra:

“Hablo de un tiempo distante y ya cinerario, cuando éramos varios y vivíamos lo que digo aquí, un poco para los demás y casi todo para mis días feriados que relleno infatigable con palabras. La naranja se abre en gajos translúcidos que alzo al sol de una lámpara para ver entre la linfa del glóbulo sombrío de las semillas. De uno de los gajos salen los Vigil, ahora estoy con ellos y los otros en la casa de Villa del Parque donde jugábamos a vivir.”

“El Cuyano pasó bajo el puente de Avenida San Martín, y oímos sus pitadas de desollado vivo. Jorge se enderezó en el sofá, rígido.”

“En un campo a tres cuadras, al borde mismo de la facultad de agronomía, un montón de vacas pastaban a pleno sol, blancas y negras con infalible simetría. Tenían algo de mosaico y cuadro vivo, un ballet idiota de figuras lentísimas y obstinadas; la distancia impedía apreciar sus movimientos, pero fijándose con atención se veía cambiar poco a poco la forma del conjunto, la constelación vacuna” Divertimento (1949)

Lo cierto es que ni bien uno se asoma al barrio donde vivió el escritor, puede ver que ese clima al que se hace referencia sigue intacto, donde los ruidos de la ciudad desaparecen y sólo queda una atmósfera fuera de tiempo, una burbuja cortazariana propiamente dicha, como si por fín hubiéramos logrado meternos dentro de sus relatos, entre las hojas caídas y los gatos que se asoman curiosos poblando las calles desiertas. Realmente uno se siente siguiendo las huellas (enormes huellas) de Cortázar como traspasando un umbral de tiempo y espacio, esos que a Julio tanto le fascinaban.

Lo más difícil es irse del barrio Rawson, porque se vuelve a lo cotidiano, a las telarañas de lo rutinario que  empiezan a envolver y  alejan de esa tranquilidad cuasi mágica que tiene el barrio, volviendo a ser, en palabras de Cortázar, lo que no se es. Emprender la vuelta, en definitiva, tiene eso de nostálgico que se siente al despedirse de un amigo que vive lejos y al que no vamos a volver a ver por un tiempo, aturdidos por la metrópoli porteña. Lo alentador es que en este caso las distancias no son amplias y que, sobretodo, nuestro amigo Julio siempre nos va a estar esperando con sus largos brazos abiertos ni bien nos vayamos acercando por la Avenida San Martín.


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