La boda argentina es una obra de teatro que conjuga una muy buena puesta con excelentes actuaciones para hablarnos de un pasado tan reciente como doloroso: la última dictadura cívico-militar-eclesiástica en la Argentina. Sus creadores retoman un hecho verídico para construir esta poderosa ficción, que sumerge al espectador en la historia y lo conduce hacia la cruda verdad en medio de un clima repleto de tensión, silencios y omisiones lacerantes.
Una pareja regresa a la Argentina luego de una larga estadía en el exterior; precisamente en Madrid, España. Llegan a su casa, tiran las valijas al suelo, revolean los bolsos en el sillón, descorchan un vino y se disponen a relajarse en la comodidad de su (nuevo) hogar. Este es el inicio de La boda argentina, obra dirigida por Federico Ponce y creada colectivamente por Sebastián Pajoni, Carla Solari, Alejandro Ruffoni y Patricia Benedicto. Hasta aquí, no parece haber nada particularmente extraño ni fuera de lugar; el nudo o enlace aún permanece ausente de la trama. Sin embargo, en cuanto los personajes comienzan a reconstruir las escenas previas más recientes a partir de sus parlamentos, resulta claro que el estallido es inminente.
Estos personajes hablan —casi al pasar— de unos papeles, de algo que el portero le ha dicho a la mujer apenas llegaron y de un juicio del que ninguno tiene mayores precisiones. Evangelina (Carla Solari) y Federico (Sebastián Pajoni), se conocen desde muy chicos; la de ellos ha sido una de esas amistades que trascienden a los propios niños para entrelazar a sus familias y entornos cercanos de una manera poderosa. Ambos crecieron en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires: compartieron el jardín de infantes, la escuela, el club… En fin, compartieron y aún comparten (o al menos creen hacerlo), una misma biografía. Con el tiempo, la amistad ha devenido amor, y ellos están a punto de dar el gran paso: se van a casar.
Pero en sus biografías la figura paterna juega un rol crucial: el padre de Federico había sido detenido ilegalmente y torturado por los militares durante la última dictadura en los setentas; el padre de Evangelina era médico y formaba parte del cuerpo de Policía. Estos dos amigos —luego amantes— crecieron juntos y conocían esos detalles a la perfección, pero jamás intentaron cruzar sus trayectorias biográficas hasta que a los 37 años, a partir de distintas causalidades, se deciden a hacerlo y el resultado es verdaderamente catastrófico, de lo más espeluznante.
¿Qué grado de ingenuidad puede haber después de tantos años de callar o simplemente mirar para otro lado?
Para el año 2010 —en pleno festejo del Bicentenario de la Revolución de Mayo— el padre de Federico ya ha fallecido y el padre de Evangelina queda imputado en un juicio contra los represores de la dictadura, que se está llevando a cabo en el pueblo de sus orígenes. Juntos descubrirán que uno de los testimonios claves como testigo en su contra, será el de la mismísima madre de Federico. En este punto, las dos historias de vida vuelven a cruzarse pero de un modo mucho más oscuro que en los añorados tiempos de infancia. Ahora el panorama se hace más claro, y las categorías para nombrar a esas figuras paternas desdibujadas por el tiempo o la lejanía, dejan de ser difusas o ambiguas: víctima y victimario, preso y represor, torturador y torturado. Estas etiquetas se hacen visibles y, de una vez por todas, ayudan a dilucidar hechos que han permanecido durante años en penumbras. Pero sus consecuencias duelen. Un juicio siempre incluye un juez, la querella, la defensa, los testigos, la víctima y, por supuesto, un culpable. Y ese es justamente el profundo dolor que Evangelina deberá atravesar junto a Federico, un dolor que ninguno de los dos podrá soportar. Se trata de la humillación para ella y de la impotencia para él.
El clima de euforia efervescente que se vive afuera, en las calles, en pleno espacio público a raíz de los festejos por el Bicentenario, contrastan notablemente con el clima enrarecido que se registra puertas adentro, en el mundo privado del hogar
¿Traición? ¿Injusticia? Sin dudas esta historia está plagada de silencios, omisiones, ocultamientos, mentiras, engaños, traiciones, indiferencia y realidades deformadas. ¿Qué grado de ingenuidad puede haber después de tantos años de callar o simplemente mirar para otro lado? La verdad, con todo su poder y contundencia, irrumpe en escena para darle las puntadas finales a esta trama que —aún sin saber que se trata de una historia basada en hechos reales— da escalofríos. ¿Por qué nos produce este efecto ineludible un relato de estas características? La sencilla respuesta reside en la verosimilitud que registra más allá de si es verídica o no lo es. Este relato, tal como está narrado, con estos personajes y estos escenarios, con estos giros y estas situaciones, podría haber ocurrido perfectamente en cualquier punto de nuestro país (y de hecho ocurrió).
Los autores retoman un episodio concreto de la realidad para crear una ficción, y es ese desplazamiento que el espectador debe hacer de un plano hacia otro el que le otorga a esta pieza su mayor potencia. El padre de él como víctima; el padre de ella como victimario. El temor a la verdad más cruda, la amenaza del saber, los peligros de la complicidad (incluso cuando el respaldo a ciertas creencias y conductas aparenta ser involuntario), la omisión, los silencios. Este intrincado acontecimiento en verdad ocurrió, y asusta imaginar cuántos casos así se habrán desatado por allí, en distintos pueblos y en distintas ciudades de las numerosas provincias de nuestro vasto país.
La verdad, con todo su poder y contundencia, irrumpe en escena para darle las puntadas finales a esta trama que —aún sin saber que se trata de una historia basada en hechos reales— da escalofríos
La dramaturgia de Alejandro Ruffoni y la puesta de Federico Ponce son acertadas; se propone una dinámica agitada y se crea una atmósfera densa, repleta de tensión. El clima de euforia efervescente que se vive afuera, en las calles, en pleno espacio público a raíz de los festejos por el Bicentenario, contrastan notablemente con el clima enrarecido que se registra puertas adentro, en el mundo privado del hogar. La alegría festiva en las calles y el encuentro con las verdades más inesperadas en la intimidad de ese departamento, parece constituir un buen recurso para hablar de una dicotomía central en este contexto histórico: la tensión entre lo público y lo privado. Este espacio cerrado y en algún punto asfixiante, pretende ser el nuevo hogar pero no llega a constituirse en tal, porque estos personajes parecen extranjeros e incapaces de poder habituarse a las dinámicas locales. Ambos permanecerán en esa condición de extrañamiento hasta el final de la obra, pues nunca llegarán a sentir propio ninguno de los objetos que manipulan, ninguna de las historias que se les asignan, ningún sentimiento emanado de sus sensibilidades.
Las interpretaciones de Sebastián Pajoni y Carla Solari en sus respectivos roles, no deja de sorprender por su contundencia y su buen manejo para crear los múltiples climas a través de los cuales transita esta obra. Federico y Evangelina no son personajes fáciles de construir por su carga emocional, por el peso histórico y por los recorridos en los que se ven envueltos. No obstante, la destreza de los actores nos permite ingresar en esta ficción sin demasiadas dificultades: sencillamente les creemos, y es por eso que nos vemos prácticamente obligados a espantarnos igual que ellos cuando la realidad se presenta en sus narices, con la proverbial máscara y el manto de bondad. Una obra tan buena como necesaria.
FUNCIONES: Viernes 23.00 horas
LOCALIDADES: $150
DESCUENTOS: Estudiantes y Jubilados: $120
RESERVAS: http://www.alternativaentradas.com/obra40540-la-boda-argentina
TELÉFONO: 11-4831-9663
TEATRO: El Método Kairós (El Salvador 4530, Palermo)
FICHA TÉCNICA
Dramaturgia: Alejandro Ruffoni
(Sobre idea y creación colectiva de Sebastián Pajoni, Carla Solari, Alejandro Ruffoni y Patricia Benedicto.)
Escenografía: Betania Rabino
Diseño de Luces: Lucas Orchessi
Vestuario: Héctor Ferreira.
Música Original: Gustavo Lucero
Maquillaje: Jesica Gómez
Fotografía: Gianni Mestichelli
Diseño Gráfico: Pablo Bologna
Asistente de Producción: Patricio Rodríguez
Asistente de Dirección: Juan Francisco Carol
Dirección: Federico Ponce
Intérpretes: Sebastián Pajoni y Carla Solari