Francofonía es la última película de Alexander Sokurov, aquel director del legendario film El arca rusa, realizado en un único plano secuencia. En esta oportunidad, el ruso nos propone sumergirnos en los pasillos del Louvre para conocer algunos datos curiosos sobre la historia del museo y las piezas que decoran sus paredes, como así también indagar en las biografías de Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich, dos hombres que ejercieron una gran influencia sobre el arte de la época.
Después de haber visto Francofonía, uno sale de la sala preguntándose qué es lo que acaba de ver. La pieza de Sokurov es de esas películas difíciles de categorizar e imposibles de ser definidas al primer pantallazo pero, en este punto, las etiquetas se vuelven un trauma innecesario. Documental, ficción, docudrama, ensayo audiovisual… En fin, ¿qué importa? Lo claro es que de cine se trata. Y del bueno.
En Francofonía se exponen varias hipótesis bien interesantes acerca de la relación entre arte y poder, entre la estética y la política
Aquí Sokurov nos ambienta en la época de la Segunda Guerra Mundial —específicamente durante la ocupación de Francia por parte de los nazis— para narrarnos la biografía de dos de los hombres más distinguidos por aquellos tiempos: Jacques Jaujard (francés) y Franz Woff-Metternich (alemán). Pese a sus diferencias, a estos prestigiosos personajes los une algo que va más allá de sus nacionalidades o inclinaciones políticas (al menos es este el modo en el que se muestra la relación de ellos en pantalla): el amor por el arte, la devoción más pura y genuina.
Pero, lejos de ubicarse en el lugar de una mera oda al arte o de la negación lisa y llana de los numerosos latrocinios perpetrados por los nazis, Sokurov teje con sutileza una trama que bordea lo surrealista y la ensoñación pero que, no por ello, opaca la denuncia. En Francofonía se exponen varias hipótesis bien interesantes acerca de la relación entre arte y poder, entre la estética y la política. El Museo del Louvre aparece aquí como el hogar de los mayores tesoros artísticos y morada privilegiada de los grandes artistas de la historia universal. Francia ha hecho mucho por la conservación de esas piezas de arte y el nazismo alemán pretende mantener esa política de preservación.
Hay una voz over narrativa muy potente que nos arrastra por todo el relato, que nos conduce a través de los pasillos del Louvre y nos detalla la argumentación de Sokurov. ¿Acaso habla el mismísimo director, habla el arte, habla el museo?
En este punto, se presenta un contenido drásticamente paradojal: estos hombres distinguidos, que procuran resguardar las piezas artísticas de la destrucción total en la que se ve envuelto el territorio francés, son los mismos que matan, torturan, violan, rompen, destruyen y aniquilan todo lo que encuentran a su paso. La figura del museo —verdadero protagonista de esta historia— funciona como la gran metáfora del film: puertas adentro hay hombres con barbijos y pinceles, limpiando cuadros con minucia y transportando esculturas con suma precaución; puertas afuera hay hombres con cascos y máscaras de gas, degradándolo todo. Pero el arte es lo más puro y supremo, tanto para franceses como para alemanes y ninguno está dispuesto a sufrir pérdidas que serían irreparables.
La película de Sokurov es sugerente, inteligente y atrapante en el relato. Hacer lo que este director ha hecho es algo sumamente difícil. Se trata, ni más ni menos, de congregar a una gran multitud en la sala para presenciar la narración de la historia de un museo y eso ya suena bastante aburrido. La tarea podría haber sido infructuosa, pero él hace posible que esta sea una pieza atractiva y contundente. Poderosa, como todo lo que se expone a lo largo del film: la grandilocuencia, la espectacularidad, la magnificencia del arte de todos los tiempos.
Hay una voz over narrativa muy potente que nos arrastra por todo el relato, que nos conduce a través de los pasillos del Louvre y nos detalla la argumentación de Sokurov. ¿Acaso habla el mismísimo director, habla el arte, habla el museo? En algunas escenas se dramatizna las biografías y el momento del encuentro entre estos dos hombres —Jaujard y Wolff-Mewternich— que parecen ser en un principio los protagonistas de la trama; rápidamente, el espectador advertirá que eso es un error y que en verdad el gran protagonista es el museo, el arte y —¿por qué no?— el cine mismo.
En otras escenas aparece el “gran emperador”, Napoleón Bonaparte, y resulta un momento de lo más irónico y desopilante. Mostrando con sus manos las paredes repletas de cuadros, él sostiene: «Todo esto está gracias a mí». He aquí los lazos íntimos que se tejen entre arte y poder, estética y política, gusto y deber, pasión y destrucción. La pieza de Sokurov nos invita a reflexionar arduamente sobre estas cuestiones a través de una narrativa potente que no sólo responde a la contundencia de las imágenes, sino también al relato en clave poética y a la épica aportada por una gran banda sonora.