En el año 2013, el mundo de la literatura infantil perdió a un referente ineludible. De sonrisa amplia, flequillo rubio y espíritu aniñado, Elsa Bornemann dejó rastros en las bibliotecas de dos generaciones de lectores para muchos de los cuales la noticia de su muerte, allá por aquel 24 de mayo tan lejano pero a la vez cercano, cayó como un balde de agua fría. Tenía 61 años y una trayectoria que aún sigue dando mucho de qué hablar.
Hija de Wilhelm Karl Henri Bornemann, relojero alemán, y de Blanca Nieves Fernández, descendiente de españoles y portugueses, Elsa nunca dudó de su pasión por la escritura y mucho menos de que sus destinatarios principales serían los más chicos, sus “lectorcitos”, como los llamaría tiempo después en sus originales prólogos. No vaciló tampoco cuando en la Facultad de Filosofía y Letras algunos de sus compañeros desdeñaron sus ambiciones, puestas sobre una literatura aún no difundida en el mercado editorial.
Con pulso firme, Elsa cargó al hombro una mochila llena de historias que le valieron el respeto de escritores de todo el mundo. A los 25 años de edad la Organización Internacional para el Libro Juvenil (International Board on Books for Young People) le concedió un lugar en la reconocida Lista de Honor del Premio Hans Christian Andersen, por su libro de cuentos «Un elefante ocupa mucho espacio». El mismo que en la Argentina fue censurado en 1977 por la Junta Militar por ser considerado un “instrumento de adoctrinamiento subversivo”. Y es que Víctor, el personaje principal de la historia, era un elefante con conciencia de clase que lideró una huelga en un circo porque se negaba a seguir sufriendo la explotación de los humanos. Alegoría de una coerción que no fue pasada por alto.
La autora marcó un cambio fundamental en su escritura con la publicación de «¡Socorro!», la puerta de entrada a muchos relatos que estarían por venir. Instauró el género de terror como nadie antes lo había hecho y presentó a lectores ávidos de nuevas experiencias, cuentos escalofriantes con fantasmas, espíritus, monstruos y posesiones.
Por esa época, Elsa fue también centro de críticas en la sociedad cuando publicó «El libro de los chicos enamorados», el primero de una exitosa serie que se completó años después con «Corazonadas» y «Amorcitos sub-14″. La llegada del romanticismo infantil a las estanterías provocó en aquel entonces controversias entre aquellos que aún no comprendían que los chicos también se enamoran y que los corazones rotos pre adolescentes no tenían por qué ser excluidos de las bibliotecas y las librerías.
Tiempo después, la autora marcó un cambio fundamental en su escritura con la publicación de «¡Socorro!», la puerta de entrada a muchos relatos que estarían por venir. Instauró el género de terror como nadie antes lo había hecho y presentó a lectores ávidos de nuevas experiencias, cuentos escalofriantes con fantasmas, espíritus, monstruos y posesiones. Historias bizarras e inexplicables que incluyen desde manos sin dueño hasta muertes en circunstancias misteriosas.
En todas y cada una de ellas, Elsa supo dominar el suspenso de manera especial y mantener en vela a quien se atraviera a incursionar por esas “páginas espantosas y espeluznantes”, como adelantaba un Frankenstein amigable desde el prólogo. El libro no tardó en ser un éxito y en reclamar la llegada de «Socorro Diez», en el que la autora invitaba expresamente a los chicos a realizar sus propias ilustraciones, a crear mundos y a activar su imaginación en “esa pantalla de cine privada que es la mente”.
Su mérito estuvo en captar los sentimientos y las realidades de los más chicos, sin dejar de lado la tristeza, el dolor o el miedo que también forman parte de su vida y que a veces resultan incomprensibles para los adultos.
No hay duda de que Elsa Bornemann construyó una relación especial con sus lectores que no es común encontrar en la literatura infantil. Y es por eso que quizás lo que más le costaba era despedirse al final de cada historia, tanto que prefería no hacerlo y cerrar con un simple “hasta luego”, tan típico de ella. Su mérito estuvo en captar los sentimientos y las realidades de los más chicos, sin dejar de lado la tristeza, el dolor o el miedo que también forman parte de su vida y que a veces resultan incomprensibles para los adultos. La propia Elsa se negaba a abandonar su niño interno y eso es quizás lo que le permitió crear obras que se grabaron en las mentes de todos y que indiscutiblemente ocupan mucho espacio.
“También te puedo afirmar que me es muy duro
ser adulta, con tanta infancia a cuestas;
de mi loca inocencia no me curo:
a las niñas que fui las llevo puestas».«Los desmaravilladores»