Hace trece años, Graciela Beatriz Cabal dejaba el mundo para quedar inmortalizada en su obra. Con más de setenta títulos publicados y un estilo crítico que combinaba la parodia y lo lúdico, se convirtió en un referente de la literatura infantil y juvenil que desmontó estereotipos y se atrevió a contar historias diferentes. En la siguiente nota, un recorrido a través de su enriquecedora trayectoria.
Cuando a Graciela Cabal le propusieron escribir su primer cuento para chicos, no sabía que estaría por emprender un camino que la llevaría muy lejos en su profesión. Era el año 1977 y ya hacía tiempo que la escritora trabajaba en el Centro Editor de América Latina (CEAL), en donde fue Secretaria de Redacción de numerosas colecciones. Así nació Jacinto, la historia de una chica y su amigo imaginario, prohibida en varias provincias del país durante la dictadura cívico-militar y reeditada después de dos décadas como parte de la colección Pan Flauta de Editorial Sudamericana.
Las publicaciones que siguieron a ese primer acercamiento a la literatura infantil, continuaron luego de varios años. Fue a mediados de la década del ochenta cuando la autora retomó la escritura con Cosas de chicos, una serie de textos escolares en los que trabajó con Graciela Montes. En 1986 y en sintonía con el clima político, formó parte de la colección Entender y Participar, que buscaba divulgar los principios democráticos de una forma comprensible para los más pequeños.
El interés de Graciela por un sector del mundo literario en ese entonces poco investigado, la llevó a integrar múltiples espacios de trabajo en torno a la formación de los lectores.
El interés de Graciela por un sector del mundo literario en ese entonces poco investigado, la llevó a integrar múltiples espacios de trabajo en torno a la formación de los lectores. En 1983, fue una de las talleristas del primer Plan Nacional de Lectura de la Dirección Nacional del Libro: Leer es crecer. Tan sólo uno de los espacios que la llevarían años después, durante la década del noventa, a fundar numerosas bibliotecas a lo largo del país como presidenta de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA). No se queda atrás la revista La Mancha, publicación que co-fundó como ámbito de reflexión sobre la literatura infantil.
Desarmando ideas
Un poco en contra de la corriente, la autora tomó desde sus inicios temas que no eran comunes entre los cuentos infantiles como la pobreza, la muerte y la discriminación. Con un humor ingenioso y creativo, logró recuperar aristas del universo literario que se consideraban tabúes y crear personajes que, sin adoptar tonos moralizantes, desandaron con una complicidad lúdica lugares comunes instaurados al interior de la sociedad.
En este sentido son reconocidos cuentos en los que cuestiona y transgrede los roles familiares, como La Señora Planchita (1988), en el que representa personajes estereotípicos hasta el extremo de lo absurdo, planteando una reconversión de la protagonista que reflexiona sobre el modelo de mujer que se le impuso durante su vida, para luego evitar que su hija repita su historia.
El sexismo y la diferencia de géneros fueron una de las temáticas sobre las que trabajó incansablemente. En este sentido son reconocidos cuentos en los que cuestiona y transgrede los roles familiares, como La Señora Planchita (1988). En él, representa personajes estereotípicos hasta el extremo de lo absurdo, planteando una reconversión de la protagonista que reflexiona sobre el modelo de mujer que se le impuso durante su vida, para luego evitar que su hija repita su historia. En la misma dirección se orienta Historieta de amor (1995), en donde los roles de género son redefinidos por los hijos de un matrimonio cuando se quedan a cargo del hogar ante la ausencia de sus padres.
Los cuentos no fueron los únicos lugares desde los que trató de resignificar el papel de la mujer. También escribió numerosos ensayos y libros como Mujercitas ¿eran las de antes? (1998), en el realizó un recorrido por los imaginarios femeninos a través de poesías, fábulas y anécdotas personales de su etapa escolar, que se configuraron para crear un discurso incisivo y humorístico. El análisis de los modelos del patrimonio cultural que construyen las subjetividades infantiles la llevaron a una lectura crítica de los cuentos de hadas y a una reescritura que se plasmó en historias paradigmáticas como Blanca como la nieve, roja como la sangre (1988).
«Desde ese momento, Blancanieves se quedó a vivir con los enanos, quienes al conocer su triste historia, le propusieron:- Mantendrás la casa en orden, la comida a punto y la ropa limpia. ¡Ah, y te ocuparás de la huerta! ¡Y del jardín! ¡Y de los siete gatos, por supuesto! ¿estás contenta?
– No- contestó Blancanieves.
[…] Proteger me protejo sola. Y amor con amor se paga – aclaró Blancanieves-. Pero el trabajo… se paga con di-ne-ro. Lo que yo quiero es sueldo fijo, aguinaldo y dos francos semanales»
Blanca como la nieve, roja como la sangre
La trayectoria de Graciela Cabal es, sin duda, extensa. Fue una autora que escribió «desde la infancia» y que encontró en la literatura para chicos un camino que le permitió trazar espacios de resistencia contra las formas instituidas. Supo combinar un lenguaje comprensible y atractivo con temáticas complejas, como no muchos logran hacerlo. Sus escritos demuestran, una vez más, que el arte y las apuestas políticas pueden tejer redes mucho más grandes de lo que nos imaginamos.