Gatillo fácil: Sobre lo escandalosamente no escandaloso

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El denominado “hombre común”, el bendito “ciudadano de a pie”, esa figura difusa y ambivalente que los medios masivos de comunicación construyen y disponen en el centro de la escena de cada una de las tragicomedias que montan a diario, suele mostrarse “indignado” por los asuntos más diversos.

Esa masa de hombres y mujeres comunes, “de bien”, “decentes”, “hechos y derechos”, que “salen a ganarse el pan cada día con el sudor de su frente” y que “pagan religiosamente sus impuestos”, se sienten agobiados por la inseguridad, por la inflación, por el cepo al dólar, por la restricción a las importaciones, por los pagos de la deuda externa, los fondos buitres y por aquellas políticas de derechos humanos que conducen inevitablemente a eso que han denominado otros sectores –y con alguna destreza discursiva, por qué no decirlo–“garantismo” (un otorgamiento de derechos que juzgan excesivo para quienes no trabajan las horas suficientes ni pueden pagar en tiempo y forma esos impuestos, dos conductas ciudadanas de las cuales ellos se jactan con orgullo como si fuesen lo único que define al “ciudadano de bien”).

Los rasgos enumerados anteriormente vendrían a ubicar al hombre común en una posición verdaderamente privilegiada, como sujeto de derechos por excelencia y único actor social con garantías merecidas; quien no cumpla con esos preceptos, podrá prepararse para arder en el infierno.

Los rasgos enumerados anteriormente vendrían a ubicar al hombre común en una posición verdaderamente privilegiada, como sujeto de derechos por excelencia y único actor social con garantías merecidas; quien no cumpla con esos preceptos, podrá prepararse para arder en el infierno. Si todos nosotros formáramos parte de una sociedad equitativa que realmente otorgase a cada uno de sus miembros las mismas oportunidades y las mismas condiciones estructurales como punto de partida, entonces el silogismo sería –tal vez– pertinente  (tal como anuncia el célebre mito de la igualdad de oportunidades, reinstalado recientemente por el discurso de campaña de ciertos candidatos que creen que sólo se trata del esfuerzo personal y de las metas individuales). Sin embargo, estamos aún bastante lejos del diseño de cualquier ciudad utópica donde rija la igualdad, por lo que dicho argumento carece de toda solidez y se torna fácilmente rebatible.

El hombre común, entonces, está demasiado preocupado por asuntos monetarios y discusiones económicas que por supuesto no carecen de importancia, pero que tampoco agotan la totalidad del debate en tiempos previos a un ballotage. De hecho, esas condiciones económicas repudiadas por el hombre común son muchas veces las que contribuyen a explicar aquellas situaciones sociales que ignora y ante las cuales se mantiene indiferente. Y todas estas cuestiones (¡minucias!, podrá objetar el hombre común) hablan también del modelo de país que pretendemos construir colectivamente. La violencia institucional y los casos de gatillo fácil no parecen estar en la agenda del debate.

Esas condiciones económicas repudiadas por el hombre común son muchas veces las que contribuyen a explicar aquellas situaciones sociales que ignora y ante las cuales se mantiene indiferente. Y todas estas cuestiones (¡minucias!, podrá objetar el hombre común) hablan también del modelo de país que pretendemos construir colectivamente.

EL CASO DE LUCAS CABELLO

El lunes pasado, Lucas Cabello, un joven de 22 años que reside en el barrio de La Boca, recibió tres disparos por parte del agente Ayala, un efectivo uniformado de la Policía Metropolitana que estaba consignado como custodia en una casa cercana a los acontecimientos. El joven vive en un inmueble del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) junto a su familia, y trabaja como cuida-coches en el restaurante Il Matarello ubicado en Martín Rodríguez 517, a unos metros de su residencia. Todos los vecinos de la zona e incluso los dueños del local y sus parroquianos conocen a Lucas, un fiel hincha de River Plate que, paradójicamente, vive a pocos pasos de la Bombonera (motivo de toda clase de cargadas entre los vecinos e incluso los dirigentes del club xeneixe que alguna que otra vez pasan por el lugar).

El lunes, a eso de las tres o cuatro de la tarde, Lucas regresaba de hacer unas compras con su beba en brazos y venía charlando con una vecina del barrio cuando, en la puerta de su casa, el agente de la Metropolitana le disparó una vez y, ya en el piso, le tiró dos veces más a matar. Los testigos cuentan que el muchacho no portaba ninguna clase de arma ni provocó en forma alguna la reacción de Ayala, lo cual vendría a desbaratar las primeras versiones provenientes del ámbito policial que circularon en los medios y que hablaban de un “enfrentamiento” asociado a un episodio de violencia de género.

El lunes, a eso de las tres o cuatro de la tarde, Lucas regresaba de hacer unas compras con su beba en brazos y venía charlando con una vecina del barrio cuando, en la puerta de su casa, el agente de la Metropolitana le disparó una vez y, ya en el piso, le tiró dos veces más a matar.

La actual vice jefa de gobierno y gobernadora electa, María Eugenia Vidal, rápidamente se hizo eco de esas versiones y salió a declarar no sin negligencia de su parte: “Se trató de una cuestión de género. El policía protegía a una mujer que apretó el botón anti pánico”. Esta declaración, a su vez, fue repudiada rápidamente por las mujeres que organizaron la exitosa campaña Ni una menos, desmarcándose de cualquier episodio de violencia machista que venga a justificar la violencia institucional.

Tanto Carolina como Rubén (los padres de la víctima) aclararon que no existe ninguna clase de restricción de acceso para su hijo. Los rumores alcanzaron los espacios mediáticos –como de costumbre– deformados: en el mismo complejo habitacional en el que Lucas espera una vivienda digna con su familia tras los desalojos masivos en la ciudad, una de las vecinas mantiene relaciones dificultosas con su hijo, por lo que se le ordenó una restricción perimetral y se le concedió a la mujer un botón antipánico y custodia policial. Pero esa situación, según las mismas fuentes judiciales, no involucra a Lucas en lo absoluto.

Todos los indicios y las declaraciones coincidentes de tres testigos apuntan a un caso de violencia institucional, lisa y llanamente un fusilamiento a quemarropa “en la calle y a pleno luz del día”, como suele destacarse en otros casos de inseguridad (porque esto también es inseguridad). Lo preocupante es que esta clase de violencia no escandaliza al hombre de a pie, que se piensa ajeno a estas realidades, lejano a estos escenarios; el ciudadano ensimismado en su burbuja cotidiana no dispone de tiempo para reflexionar acerca de las injusticias que no ve y ni siquiera intuye (o prefiere no ver ni intuir).

Unos cuantos vecinos del barrio se autoconvocaron el martes para pedir justicia, cortando la intersección de Almirante Brown y Villafañe. Los padres siguen reclamando justicia con el apoyo de la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) y la Campaña contra la Violencia Institucional, que repudiaron enfáticamente el hecho y pusieron todos sus recursos e instrumentos a disposición de la familia. El agente Ayala, luego de haberse refugiado en la casa de la mujer que debía custodiar, fue apresado y quedó detenido en la comisaría 24, imputado y a la espera de declarar por la causa que Gabriela Carpinetti –abogada de la familia– pretende caratular como tentativa de homicidio agravado por el estado de indefensión de la víctima y por haber sido el victimario un efectivo de la Metropolitana. Lucas sigue luchando por su vida en el Hospital Argerich, tras una traqueotomía y a la espera de una intervención quirúrgica en su médula, donde quedó alojada una de las balas del arma de Ayala. Conforme al diagnóstico de los médicos, existe la posibilidad de que Lucas no pueda volver a caminar ni usar sus manos.

Ayer se realizó en la Unión de Trabajadores de la Educación una conferencia de prensa encabezada por la abogada querellante, que estuvo acompañada por la madre de Lucas, por familiares de otras víctimas de violencia institucional, comuneros, legisladores porteños y miembros de organizaciones sociales de derechos humanos. Pero sucede que, a veces, de estas cosas el hombre común no se entera y, si se entera, ni siquiera se escandaliza, aunque todo ocurra frente a sus narices.


Foto de portada: Telam

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