Lugar: Francia, histórico centro de las artes. Tiempo: años ’30, época propicia para el desarrollo de toda clase de experiencias artísticas (desde las más convencionales a las más heterodoxas). Protagonista única: Marguerite. Ella es una señora de unos cincuenta y tantos, perteneciente a la aristocracia francesa en franco declive, portadora de buen apellido y dueña de cuantiosas riquezas. Por lo tanto, se trata de una dama sin muchas ocupaciones, con demasiado tiempo libre y una gran devoción por el canto y la ópera. Esa misma pasión la impulsa a organizar toda clase de eventos en torno a la música, y a patrocinar a los artistas emergentes que el mundo aún no conoce.
En cada uno de estos eventos, Marguerite aprovecha el momento para ¿deleitar? a sus invitados con un grand finale, cantando algunas arias de sus óperas favoritas. Pero sucede que en cuanto abre la boca, todos sus convidados se quedan atónitos frente a una voz “increíble” pero no por su bella coloratura, sus timbres claros o su entonación justa sino, por el contrario, a causa de sus groseras desafinaciones. Lo más extraordinario de toda esta situación es que Marguerite no es consciente de tales desafinaciones, no sabe que canta mal, no se reconoce en esa voz completamente fuera de todo, desencajada de cualquier escala musical. Todo su entorno lo percibe; ella, por alguna extraña razón, no. Aún así, prefieren reservarse sus opiniones y retirarse del salón en vista de las generosas contribuciones de la baronesa a las causas artísticas y caritativas de alta alcurnia (pura hipocresía).
Nada alarmante ocurre hasta que Marguerite decide que ya es hora de presentarse en público, para angustia de su avergonzado marido y de sus colegas dedicados al mecenazgo a falta de otro talento (situación a la que esta dama se resiste obstinadamente). Un periodista osado y su loco amigo vanguardista –personajes típicos de la época– la convencen para que cante la Marsellesa en uno de sus actos rupturistas a favor de la destrucción total (del arte, de las estructuras sociales, de las clases, de las leyes y normas, de las convenciones artísticas, de la noción de belleza tan discutida por aquellos tiempos…). Marguerite accede a la invitación y todo termina en un gran bochorno coronado por la aparición de la policía en el tugurio al que todos habían sido convocados.
Frente a estos episodios, Marguerite no se rinde sino que apuesta a un plan aún más ambicioso: cantar en un teatro para un público masivo. Su marido intenta disuadirla nuevamente de su proyecto, pero fracasa rotundamente; ella está decidida a cumplir su sueño personal. A través de las recomendaciones del periodista se contacta con un prestigioso profesor de canto que la ayudará a preparar un repertorio para su ansiada presentación.
Pero, ¿qué es lo que anhela Marguerite? ¿Qué pretende conseguir con toda esa parafernalia de arias, disfraces y escenografías ostentosas? ¿Fama? ¿Prestigio? ¿Honor? ¿Reconocimiento? Dinero ya tiene y prestigio no le falta. Tal vez lo único que ansíe esta pobre dama ociosa sea un poco de atención. No de un público anónimo, ni de su fiel criado que entra en escena como el gran admirador de la heroína. Ella sólo pretende capturar la atención de su marido, el ser más frío e indiferente frente a sus deseos.
La propuesta del director es más que interesante porque nos permite repensar una vez más los cánones de belleza desde el humor, desde el corrimiento de lo convencional, desde el desplazamiento de lo establecido, desde lo disruptivo, y por eso la aparición más que pertinente de las vanguardias de la época
Marguerite es una película con elevadas dosis de humor. Uno no puede evitar soltar la carcajada estrepitosa cuando oye escapar la primer nota de boca de la protagonista que, pese a todos sus esfuerzos, es perfectamente incapaz de dar la nota justa. Catherine Frot, en la piel de Marguerite, sí encuentra el tono en su interpretación, y logra componer una dama tan desafinada como sensible, tan repulsiva como adorable, tan abstraída como atenta. La propuesta del director (Xavier Giannoli) es más que interesante porque nos permite repensar una vez más los cánones de belleza desde el humor, desde el corrimiento de lo convencional, desde el desplazamiento de lo establecido, desde lo disruptivo, y por eso la aparición más que pertinente de las vanguardias de la época (nada más disruptivo que las vanguardias). Esta historia está basada en la biografía de una cantante, lo que agrega cierto componente trágico en todo este asunto. Quedan todos invitados a reírse y a reflexionar con esta gran película francesa que se estrena hoy en los cines: una producción en la que todos dan la nota justa, menos la protagonista.
FICHA TÉCNICA
Título original: Marguerite
País: Francia
Año: 2015
Dirección: Xavier Giannoli
Guión: Xavier Giannoli y Marcia Romano
Música original: Ronan Maillard
Elenco: Catherine Frot, André Marcon, Michel Fau, Christa Théret
Duración: 127 minutos