Bajo terapia es la primera obra de teatro escrita por Matías del Federico, un joven escritor, actor y dramaturgo nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe. Con esta obra se convirtió en uno de los 10 ganadores del concurso CONTAR 1, primera feria teatral de Buenos Aires organizada por AADET (Asociación Argentina de Empresarios Teatrales), AAA (Asociación Argentina de Actores) y ARGENTORES. Se trata de un interesante proyecto que tiene como principal objetivo promover la incorporación de obras escritas por autores nacionales desconocidos en la escena del circuito comercial, un espacio usualmente monopolizado por los grandes nombres del mundo del espectáculo, aunque sin demasiado lugar para artistas emergentes. Pero si además del estímulo a la producción local, la apertura y la federalización, hay una voluntad por apostar a un producto con llegada a un público masivo sin por ello descuidar la calidad, entonces estamos frente a una búsqueda decidida por democratizar el arte, no sólo en la instancia de recepción sino también en la de producción.
Bajo terapia se enfoca en la experiencia de seis personajes que optan por el camino terapéutico para lidiar con sus problemas. Pero –para ser precisos– no se trata de seis personas sino de tres parejas, y ese simple dato cambia el ángulo de visión de todas las situaciones que acontecerán sobre el escenario. Lo primero que podemos sospechar es que no todos llegan a esa sala por propia voluntad, sino que en más de un caso han sido arrastrados hasta allí por sus parejas, con la ilusión de recomponer la relación.
Por un lado tenemos a Paula y Ariel (Mercedes Scapola y Héctor Díaz), la pareja desgastada de cuarentones perdidos en el abismo de la rutina, los hijos, la infidelidad y el sinsentido; por otro, tenemos a Tamara y Esteban (Laura Cymer y Darío Lopilato), la pareja joven repleta de proyectos y planes, como así también de temores e indecisiones; finalmente, Andrea y Roberto (María Figueras y Carlos Portaluppi), la pareja enigmática que opta por el silencio, la represión y cierta pacatería.
A simple vista estos seis personajes parecen burdos estereotipos sociales, pero conforme avanza la obra vemos cómo se van complejizando cada vez más hasta oscurecerse por completo. En principio, los problemas de estas parejas resultan un tanto banales, hasta que cada uno los expone frente al grupo con todos sus matices. La modalidad de terapia es algo extraña por la ausencia fatal de Antonia, la psicóloga. Ella se ha limitado a dejar un par de sobres en la mesa y una corneta, elementos con los cuales estas tres parejas deberán autorregularse para buscar juntos una solución a sus tormentos.
A simple vista estos seis personajes parecen burdos estereotipos sociales, pero conforme avanza la obra vemos cómo se van complejizando cada vez más hasta oscurecerse por completo.
Paula y Ariel deben lidiar con los problemas de sus hijos: el mayor es demasiado irresponsable y el menor demasiado sumiso. Tamara y Esteban deben enfrentar los temores que giran en torno a una decisión tan arriesgada como la convivencia, luego de una experiencia tortuosa vivida por Tamara. Andrea y Roberto deben intentar sobreponerse a las ausencias de él a causa de los viajes de trabajo, y a la depresión de ella, que atraviesa un período de licencia como maestra.
La estructura de la obra es sólida y funciona al ritmo de un mecanismo de relojería, tal como las mejores comedias francesas, con sus pies y sus respectivos remates, buscando la carcajada sonora del público, a veces en una apuesta demasiado conductista de estímulo-respuesta. Sin embargo, los momentos efectistas que pueden presentar los parlamentos de algunos personajes han sido resueltos con gran eficacia por los actores, que encarnan cada línea con naturalidad y espontaneidad. La dirección y adaptación quedó a cargo del gran Daniel Veronese y, como de costumbre, no defrauda.
La estructura de la obra es sólida y funciona al ritmo de un mecanismo de relojería, tal como las mejores comedias francesas, con sus pies y sus respectivos remates, buscando la carcajada sonora del público, a veces en una apuesta demasiado conductista de estímulo-respuesta. Sin embargo, los momentos efectistas que pueden presentar los parlamentos de algunos personajes han sido resueltos con gran eficacia por los actores, que encarnan cada línea con naturalidad y espontaneidad.
Las interpretaciones son geniales, aunque no del todo parejas. Héctor Díaz y Mercedes Scapola se destacan con su histrionismo y un timing preciso para este tipo de obra (probablemente también se trate de los personajes más ricos en matices, y son quienes llevan la batuta en casi todas las acciones). De Portaluppi ya conocemos su destreza interpretativa, con la que logra destacarse hasta en el papel más pequeño; aquí logra componer un ser verdaderamente siniestro que llegamos a odiar. Gran actor argentino. Figueras da vida al personaje más imperceptible hasta cierto punto de la obra, aunque quizás sea el más complejo y difícil de abordar; ella logra encarnar la sumisión femenina frente a un esposo extremadamente dominante, pero desde la composición se plantean ciertas características que no resultan funcionales al relato sino a la pura comedia (ciertas reacciones que el personaje experimenta por obra y gracia del whisky parecen innecesarias y ofician como mero preámbulo confesional). Los más flojos a nivel actoral son Cymer y Lopilato; a Cymer podemos justificarla por su reciente incorporación a la obra sustituyendo a Manuela Pal, y de Lopilato no hay mucho para decir. A pesar de estas pequeñas asimetrías, la obra es lo suficientemente buena como para imponerse con su humor, su estilo socarrón y cierta solemnidad (necesaria, por cierto) hacia el final, con un tratamiento digno de problemáticas contemporáneas de lo más heterogéneas: el derrotero profesional, los proyectos personales en el marco de la pareja, la convivencia, el sexo, la infidelidad, el bullying, la depresión, el alcoholismo, la ludopatía y la violencia.
Una obra que invita a reflexionar y pensarnos a nosotros mismos entre carcajada y carcajada; pensarnos en todos los matices posibles que puede atravesar un ser humano, con todas nuestras contradicciones y tensiones, con nuestros arrebatos y temores, con nuestra ira y con nuestro dolor. Porque es evidente que no somos seres equilibrados por naturaleza; las contradicciones están en la mismísima esencia humana y el equilibrio no es más que un rasgo aparente. Aún así, hay trastornos que se vuelven imperdonables desde el momento en el que lastiman o enajenan a un otro. Aquí el arte viene a exponer esas contradicciones y las desenmascara con altura y sutileza, sin golpes bajos y hasta con toques de humor.
Una obra que invita a reflexionar y pensarnos a nosotros mismos entre carcajada y carcajada; pensarnos en todos los matices posibles que puede atravesar un ser humano, con todas nuestras contradicciones y tensiones, con nuestros arrebatos y temores, con nuestra ira y con nuestro dolor.
Vale la pena ir a verla, porque pasarán un buen rato y se harán preguntas que el ritmo vertiginoso de la vida cotidiana no admite. Recomendadísima opción de la cartelera porteña y merecido apoyo a la producción nacional.
*Teatro: Metropolitan Citi (Av. Corrientes 1343)
*Funciones de miércoles a domingos
Miércoles/Jueves (21 hs.)
Viernes/Sábados (21.30 hs.)
Domingos (19 hs.)
*Más info: www.metropolitanciti.com.ar