Esta crítica está dedicada a todos y cada uno de los lectores (cuando eran niños)
Todos (o casi todos), sabemos de qué estamos hablando cuando nos referimos al asteroide B 612, a rosas orgullosas, zorros domesticados, baobabs invasores, dibujos de corderos o de boas con elefantes dentro. Lejos de ser un código cifrado en poder de unos pocos, el Principito es un personaje literario que ha sabido trascender épocas y generaciones, y se las ha ingeniado para atravesar también geografías disímiles y formaciones culturales de lo más heterogéneas. Si hay algo extraordinario en este personaje es justamente su universalidad.
Creado allá por el año 1942 –dos años antes de la muerte de su autor– el Principito ha marcado la infancia de muchas personas desde su primera publicación en 1943. Habiéndose cumplido 70 años desde la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, la vigencia de los derechos de autor ha concluido este año y la obra ha pasado a ser de dominio público. Esta liberación judicial sin lugar a dudas dará pie a toda clase de apropiaciones y resignificaciones de la obra. La película que aquí comentaremos es uno de los ejemplos más recientes.
En primera instancia nos enfrentamos al viejo dilema de cómo encarar una transposición, es decir, el pasaje desde el mundo literario al plano audiovisual. Luego, en nuestro caso particular, se nos plantea la cuestión de cómo abordar una crítica de esas experiencias artísticas. ¿Qué es lo que apreciamos? ¿La rigurosidad del proyecto cinematográfico respecto de la creación literaria o la obra cinematográfica en sí misma? Es evidente que siempre se establecerá cierta relación de reciprocidad, y el Principito literario actuará como referente del Principito cinematográfico, como una suerte de faro. En este punto se hace necesario aclarar que la pieza audiovisual debe apreciarse como un valor en sí mismo, apartándonos por un momento de la novela aunque no descartándola del todo, ya que siempre estará presente como referencia.
El film dirigido por Mark Osborne es una clara demostración de cómo puede resignificarse la obra original sin hacer estupideces, como las que hizo por nuestros pagos un famoso historietista, robando personajes y líneas narrativas. Lo que aquí se nos propone es la historia del Principito inserta en otra historia, propia del siglo XXI: la de una niña cuya vida está regida y minuciosamente organizada por una madre de lo más estricta, que tiene grandes planes para su futuro; ella ha diagramado cada una de las actividades de su hija en una enorme pizarra que contiene la planificación anual en horas y minutos. La mayor aspiración de esta madre soltera es que su hija alcance los máximos niveles de excelencia académica, y para ello decide inscribirla en la prestigiosa Academia Werth. Tras un fallido examen de admisión, ambas deciden mudarse cerca del establecimiento con el fin de poder tener más chances de ingreso. El plan es, básicamente, estudiar, estudiar, estudiar y… estudiar. La niña pasa sus vacaciones adiestrándose en las más arduas disciplinas, hasta que conoce a su extravagante vecino que la impulsa a reencontrarse con su imaginación, con su infancia perdida. Se trata de un viejito que, según dice, supo ser aviador y tuvo la oportunidad de vivir experiencias de lo más interesantes gracias a su oficio. De todas esas experiencias hay una que jamás ha podido olvidar: aquel viaje durante el cual su avión se averió en medio del desierto del Sahara y, por esas extrañas casualidades de la vida, conoció al Principito. En este punto los relatos se entrelazan y el legendario personaje entre en escena a través de los recuerdos imborrables del aviador.
La historia del Principito ya la conocemos. Aparecen todos los personajes: la rosa, el zorro, los temibles baobabs, el rey, el vanidoso, el hombre de negocios. Para quien no conozca este relato, recomiendo enfáticamente su lectura, tanto a niños como adultos, porque las buenas historias no tienen edad.
La película es maravillosa y Osborne ha resuelto la cuestión de la transposición con gran destreza. Aquí se rescata lo que en la novela de Antoine de Saint-Exupéry resulta esencial, y se lo hace visible: su sensibilidad. La animación es excelente y ha sido bien utilizada para contrastar las dos líneas narrativas: por un lado el tiempo presente del relato (la historia de la niña), para el cual se empleó la animación tradicional; por otro, el tiempo pasado (los recuerdos que el aviador conserva del Principito), representado a través de la técnica de stop motion, con figuras que se parecen bastante a esos muñequitos de plastilina que los niños suelen moldear con sus manitos. La banda sonora cumple un rol fundamental, y además de la composición del gran Hans Zimmer y Richard Harvey, se escucharán temas de Lily Allen y Camille.
Única recomendación: dejen de ver sombreros donde sólo hay boas con elefantes adentro y vayan a verla.
FICHA TÉCNICA
Título original: Le Petit Prince
País: Francia
Año: 2015
Duración: 106 min
Dirección: Mark Osborne
Guión: Irena Brignull (Basado en la novela de Antoine de Saint-Exupéry)
Música: Richard Harvey, Hans Zimmer
Voces: James Franco, Jeff Bridges, Marion Cotillard, Rachel McAdams, Benicio del Toro, Mackenzie Foy, Paul Giamatti