Desde el pasado domingo, los resultados del balotaje porteño, las discusiones sobre las mínimas diferencias entre ambos candidatos y la posibilidad de haber dejado nulo el sueño del PRO por gobernar por 12 años consecutivos la misma ciudad, han estado en el centro de la escena política y mediática del país. Ahora bien, ¿qué implica lo sucedido de cara a las elecciones nacionales de octubre?
Mucho ya se ha dicho sobre el tema, no es la idea de esta nota repetir los números que se difundieron y analizaron hasta el hartazgo ni las distintas variantes que se desplegaban en caso de que el voto en blanco no hubiese sido de dicha cantidad. En fin, mucho se ha dicho sobre las posibilidades desperdiciadas por arrebatar el gobierno porteño al partido de Mauricio Macri. Pero de lo que se trata aquí es de pensar sobre cuáles son las proyecciones políticas de un partido que pretendía arrasar con todo el panorama electoral en este año y a duras penas termina ganando en su propia ciudad.
Desinflando el globo
No sólo es necesario mencionar el festejo medido de un partido que siempre ha tratado de enfatizarlo hasta el absurdo, sino que el discurso del PRO ha demostrado haber sufrido una modificación importante. Pero ese cambio no es específicamente lo que se deja entrever en la literalidad del discurso del candidato a presidente –en los medios se cansaron de hablar de su “giro discursivo kirchnerista”–, sino que es aquello que se esconde por detrás: los números claramente no están expresando los escenarios pronosticados por los miembros del partido y las encuestadoras amigas; y la realidad es que necesitan fervientemente captar nuevos votantes.
Un 2015 prometedor terminó envolviendo al PRO en un panorama ajustado y con miedo a octubre. No ganaron en ninguna de las provincias en las que se presentaron por fuera de la capital porteña, salvo en Mendoza pero con el frente que integran junto al radicalismo –en una provincia donde éste último partido siempre tuvo poder. Su carta ganadora para empezar a subir en las encuestas de este año, Miguel Del Sel en la provincia de Santa Fe, no sólo no ganó por un resultado muy justo sino que dicha elección terminó de forma muy similar a la del 2011, por lo que no muestra un gran crecimiento del partido ni de su figura.
En este marco, la elección a gobernador de la ciudad que culminó en el pasado domingo no queda exenta: era su posibilidad de retomar y arrasar en la capital para reposicionarse a nivel nacional. Esto no sucedió, no perdió, pero estuvo a muy pocos puntos de la derrota. En este sentido, hoy por hoy la discusión entre la diferencia –existente o nula– entre el candidato Martin Lousteau y el PRO no es primordial, porque lo que importa es el rechazo –o la votación del “menos peor”, con toda la discusión que esto pueda implicar– de la mitad de la Ciudad de Buenos Aires a un partido que se consolidó en ésta. En este panorama, se podría preguntar si existen posibilidades reales para consagrarse a nivel nacional. La negación de su ideología –inherente a su corta historia– y la modificación en la forma de referirse a sus posibles acciones de estado –un discurso distinto frente a lo que se refleja en sus votaciones en el Congreso– pueden llegar a dar cuenta de un debilitamiento de cara a las elecciones nacionales.
No obstante, en este punto es necesario mencionar que Daniel Scioli, el otro candidato con más chances de ser electo presidente, también utiliza el mismo discurso. Si bien es parte del Frente para la Victoria donde dicho discurso se “forjó”, la realidad es que hay una gran desconfianza porque pueda mantenerse en la vereda “nacional y popular” que promueve. Entonces, lo que habría que indagar es en las razones de que ambos candidatos opositores, a pocas semanas de las primeras elecciones nacionales, se instalen en el mismo paradigma. Si bien uno lo podría hacer para ganar votos por fuera de sus electores ideales y otro para adquirir fuerza frente a los seguidores del partido al que pertenece, ¿cuál es la necesidad de que ambos lo hagan?
Cambiar para que nada cambie
Hace unos años –fomentado desde los medios y partidos opositores– se intenta convencer del fin de ciclo kirchnerista en el gobierno, de la necesidad de cambio en todo el país y de renovar a la denominada –y ultrajada palabra– política. Pero ya estando en la segunda mitad del año, ¿se puede hablar de un cambio real?
Es destacable mencionar que en la mayoría de las provincias en las que ya hubo elecciones, las personas o partidos que tenían el poder en sus manos lo volvieron a ganar, o los resultados son muy similares a las elecciones anteriores. Es más, las proyecciones a nivel nacional también –en general– marcan que es muy posible que el candidato ganador sea Daniel Scioli –por lo menos en primera vuelta.
En conclusión, habría que profundizar en por qué se habla tanto de cambio, si en sí los nombres, frentes y/o partidos predominantes no cambian; o si lo que se modificaría en verdad –y para lo que están preparando desde hace años a sus ciudadanos– a partir de las elecciones de éste año son las formas de llevar adelante la administración estatal, las políticas económicas, las formas de hacer frente a las presiones externas, entre otras cosas. Es decir, que hay que hundir el análisis hasta el fondo para repensar si de lo que se está hablando es por estar en vísperas de un nuevo paradigma de gobierno o si se está volviendo a profundizar en uno del cual el país aún no pudo salir: el neoliberalismo.