Un viaje al diario | Nada más desbalanceado que fin de año

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No es ninguna novedad hablar de la falta de importancia de los balances de fin de año y de la presión que pueden tener sobre el ánimo. Manejar nuestra narrativa es una misión imposible, a menos que nos entreguemos a la ficción y a la autocompasión o autoaversión, dependiendo de qué lado haya caído la moneda sentimental.



Ahora estamos en el tren llegando a Milán. Vinimos a grandes ciudades a pasar las fiestas para escaparnos de la quietud del pueblo y evitar que la nostalgia de las fiestas nos agarre aburridos y estáticos. Pero eso es una farsa: no importa dónde nos encontremos, los fantasmas del pasado se hacen presentes donde sea, como ya escribió Charles Dickens en su clásico navideño. Con eso en claro, entonces pretendemos al menos que nos encuentren distraídos, que no es poco. 

No es ninguna novedad hablar de la falta de importancia de los balances de fin de año y de la presión que pueden tener sobre el ánimo. Manejar nuestra narrativa es una misión imposible, a menos que nos entreguemos a la ficción y a la autocompasión o autoaversión, dependiendo de qué lado haya caído la moneda sentimental

No es ninguna novedad hablar de la falta de importancia de los balances de fin de año y de la presión que pueden tener sobre el ánimo. Manejar nuestra narrativa es una misión imposible, a menos que nos entreguemos a la ficción y a la autocompasión o autoaversión, dependiendo de qué lado haya caído la moneda sentimental. Al final de cuentas la vida se parece mucho a la poesía, tal y como sentenció Luis Hernández: «Si supieras que en la poesía no hay orden ni desorden». 

En esa dirección, pensar en nuestro año no tiene que ser un ejercicio de causa y efecto, sino de acción y reacción. Algo imprevisto pasa y nos demanda una respuesta aún más espontánea, como esa máquina lanza pelotas que usan los jugadores de tenis para entrenar: ¿hay otra planificación posible más que la perseverancia? Incluso la elección de la palabra «balance» es discutible: nada más desbalanceado que nuestros intentos de una vida apacible cuando nada ayuda a que eso suceda.




«Seamos libres, equivoquémonos/ saltemos al final de esta fiesta», dice una canción de Mi pequeña muerte. Ahora que saltamos al final de fin de año, puede ser el momento de festejar el error o lo incierto más que cualquier cosa que, a priori, se presente como una buena decisión tomada. Porque lo mismo nos va a pasar, con suerte, dentro de 12 meses: cada año es un espejismo de orden, una caja que parece impoluta y prolija pero adentro solo tiene caos. 

Mientras tanto, seguimos en el tren con destino a Milán y puedo pensar que las ciudades y pueblos intermedios que pasan a contramano por la ventana son escenas de lo que pasó en este 2022. Inevitablemente quedan atrás mientras avanzo, pero también sería posible volver a ellas o bajarme intempestivamente y perderme en un recuerdo.

Mientras tanto, seguimos en el tren con destino a Milán y puedo pensar que las ciudades y pueblos intermedios que pasan a contramano por la ventana son escenas de lo que pasó en este 2022. Inevitablemente quedan atrás mientras avanzo, pero también sería posible volver a ellas o bajarme intempestivamente y perderme en un recuerdo. Vivir acobachado en el falso calor de un pasado deformado hasta que la hipotermia me encuentre. Nada de eso tendría sentido más que evitar el vértigo del nuevo año. 

Pero nada novedoso nos espera. O sí, pero con una forma que en el fondo ya conocemos. Incluso si lo peor se asomara en el horizonte, podríamos reconocerlo gracias a nuestra experiencia. ¿Para qué refugiarse en deseos que nos vamos a olvidar pronto? ¿Por qué mejor no confiar en la incertidumbre? Una canción de Sui Generis versión 2001 era clara: «Amo lo extraño/ no quiero arruinarlo, volverlo a hacer». Nuestra capacidad de respuesta, mal que mal, ya ha quedado demostrada. Así que entonces solo queda confiar, incluso si ese sentimiento nace de la resignación. En otro fragmento de la ya citada canción de Mi pequeña muerte, encontramos la clave: «Después de todo no ves, no hay mucho para hacer/ Vivamos fuera de la anestesia».


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