Volver a Roma, aunque sea por un fin de semana, trae la novedad del ruido, el desorden y el turismo interno de los recuerdos. Una única certeza: en algún momento voy a extrañar esto que no entiendo.
¿Existe un momento de mayor electricidad que el de antes de un viaje? El capitalismo lo sabe y lo exacerba al máximo con promociones centradas en el turismo y la idea de una aventura siempre a unos clics (y muchos dólares) de distancia. Pero hay que aceptarlo: viajar es al fin y al cabo una manera de recordar que nada es tan real como parece, que hay una ficción creándose con nuestros nombres y que podemos tomar alguna decisión al respecto. Sin ir más lejos, mientras escribo esta columna, acabamos de reservar los boletos para volver a Roma un fin de semana.
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La megalópolis europea fue la que nos recibió ni bien aterrizamos, pero no estábamos preparados para esa inmensidad: el cansancio y la lejanía nos mantenían en una sedación que impedía entregarnos a su movimiento perpetuo. Las ciudades, en algún punto, son réplicas inexactas del mar. Ahora, tras semanas de quietud, creemos que sí podemos hacerle frente y, más aún, necesitamos hacerlo. Un “ticket to ride” que abre la puerta a lo incierto, una vez más.
Hay que aceptarlo: viajar es al fin y al cabo una manera de recordar que nada es tan real como parece, que hay una ficción creándose con nuestros nombres y que podemos tomar alguna decisión al respecto.
En la canción de The Beatles, una mujer tiene un boleto para irse porque sabe que nunca va a poder ser libre alrededor de la persona que canta la canción. Ese boleto, lejos de ser para pasear como se tradujo en español, era una manera de dar un paso hacia adelante, que muchas veces es lo mismo que dar un paso al vacío. Escribió Antonio Porchia en sus Voces: “Cuando lo superficial me cansa, me cansa tanto, que para descansar necesito un abismo”.
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Ya son dos meses lejos de casa y cada evocación que aparece tiene la potencia de un mosquito volando en mi oreja en medio de la noche: es imposible dormir al ritmo del zumbido de los recuerdos. Por ejemplo, después de mencionar el clásico de The Beatles, me invadió la imagen de mí mismo a los ocho, nueve años, escuchando la versión de “Ticket to ride” de The Carpenters en el living de mi casa. Mi mamá, fanática del dúo melódico de hermanos estadounidenses, introdujo en la banda sonora de mi infancia la voz dulce de Karen Carpenter para siempre.
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Pero los recuerdos, como los colectivos de mala frecuencia y los problemas, suelen venir todos juntos. Entonces puedo encadenar esa escena con algo más reciente: descubrir el álbum If I were a Carpenter, en donde bandas de los 90’s como Sonic Youth o The Cranberries actualizan el sonido de los 70’s para llevarlo al clima agridulce de finales del siglo XX. La versión de “Top of the World”, de Shonen Knife, es un ejemplo claro de lo que puede sumar la reinterpretación de un clásico en la mirada de otra década.
Pero los boletos ya están en el bolsillo del ánimo. Después de todo, ya hay una certeza: en algún momento, todo esto va a terminarse y va a ser parte de lo que voy a extrañar en el futuro.
Pero todo esto no hubiera sido posible sin ese pasaje a Roma que tengo en mi correo electrónico. Es decir, el movimiento que no empezó ya desencadenó el turismo interno de la memoria, la melancolía y la evocación. Este viaje que todavía no tiene una fecha clara de retorno sigue tomando forma, creciendo y bifurcándose por vías que aún no son más que mentales y emocionales. Pero los boletos ya están en el bolsillo del ánimo. Después de todo, ya hay una certeza: en algún momento, todo esto va a terminarse y va a ser parte de lo que voy a extrañar en el futuro. Mientras tanto, solo queda disfrutar de lo inacabado de este plan. Esto también ya lo dijo mucho mejor Porchia: “Una cosa, hasta no ser toda, es ruido, y toda, es silencio”.
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