Un viaje al diario | La vida lenta y el aroma del tiempo

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Pasar de una megaciudad como Roma a un pequeño pueblo en una región olvidada en Italia enfrenta inevitablemente a percibir el aroma del tiempo. ¿Qué decisión se toma cuando aparece la oportunidad de una vida lenta? La mirada de Byung-Chul Han y los ecos poéticos de Pizarnik y Bukowski aparecen al rescate. 



Si las comparaciones son odiosas, los contrastes mucho más. Del movimiento frenético de Roma a la calma de un pueblo cerca de Campobasso, sin escalas, queda un ánimo por ordenar. La zona de Molise, en Italia, carga con el mote de «la región olvidada»: lejos de los tours turísticos para extranjeros, y sin despertar mayor interés para los locales, los paisajes quedan expuestos para pocos espectadores, como una película de bajo presupuesto en un cine comercial.

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La vida lenta transcurre en relación a símbolos que se suelen obviar en las grandes ciudades: la posición del sol o los factores climáticos en general, los horarios de los pequeños comercios o la feria de productores locales que se instala una vez por semana. El resto, tiempo que se gasta en oficios y rutinas que se construyen con poco. Si se sigue la hipótesis de Byung-Chul Han en El aroma del tiempo, en las capitales «el presente no tiene ninguna sustancia en sí. Solo es un punto de transición. Nada es. Todo será». 

La vida lenta transcurre en relación a símbolos que se suelen obviar en las grandes ciudades: la posición del sol, los factores climáticos en general, los horarios de los pequeños comercios o la feria de pequeños productores

En cambio, en este pequeño pueblo italiano, no hay transición, hay puro presente. De hecho, se siente de lleno la inmanencia, en donde todo estímulo externo desaparece y es uno el que tiene que enfrentarse al paso del tiempo. Así, en oposición al presente inexistente en Roma, esta zona ofrece puramente el aquí y ahora. Releyendo los diarios de Alejandra Pizarnik, encuentro un estado de ánimo que bien podría aplicar para esta vida lenta: «Necesito ordenar mis ideas. Lavar mi frivolidad, pues aún quedan restos». 

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la vida lenta alejandra pizarnik

Una joven Alejandra Pizarnik y la posibilidad de una vida lenta para sentir el aroma del tiempo


Pocos después de esa entrada de diario, Pizarnik escribe lo siguiente: «Hay una extraña luminosidad, como de ala de mariposa, que se adhiere finalmente a mi sensibilidad». Esa mirada sensible y crítica solo es posible en alguien que no está conforme con el ritmo diario y que pretende perderse por los intersticios de las horas veloces de una ciudad. Para los melancólicos, no hay nada mejor que el vagabundeo por la calma y el interior. Incluso con los riesgos que eso conlleva: quedar a contramano del entorno.

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Volviendo a Byung-Chul Han, en El aroma del tiempo el filósofo surcoreano dictamina lo siguiente: «Las prisas, el ajetreo, la inquietud, los nervios y una angustia difusa caracterizan la vida actual. En vez de pasear tranquilamente, la gente se apremia de un acontecimiento a otro, de una información a otra, de una imagen a otra. Esta premura y este desasosiego no son propios del callejeo ni del vagabundear». ¿Quién no se dio cuenta de eso con la salida de la pandemia? 

Para los melancólicos, no hay nada mejor que el vagabundeo por la calma y el interior. Incluso con los riesgos que eso conlleva: quedar a contramano del entorno.

La verdadera pregunta es qué se hace con eso cuando aparece la posibilidad de la vida lenta: ¿se añora el ritmo vertiginoso o se entrega plenamente la vida a la inmanencia? En esa duda me encuentro ahora, en donde el sol se pierde entre árboles de un verde que recuerdan a lo mejor de la infancia, cuando todos los colores eran más vívidos. Un poema de Charles Bukowski se entromete en el sentimiento: «doblas la/ esquina/ y vuelves/ a subir/ la misma calle/ pensando/ todos esos hombres/ fueron/ niños/ una vez/ ¿qué/ les ha pasado?/ ¿y qué me/ ha pasado/ a mí?/ está oscuro/ y hace frío/ ahí/ fuera».

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