Al libro se le decreta su muerte constantemente, pero sigue vivo y vigente. Podríamos pensar que pasa lo mismo con los discos: ante la insistencia de la escucha fragmentaria, muchas bandas siguen apostando a un concepto que pone al todo por encima de las partes. Babasónicos y Bándalos Chinos como ejemplos recientes.
Los bordes del corazón se dibujan así como se borran. Esa es la primera frase que se escucha en «Trinchera», el último disco de Babasónicos, esa banda argentina que atraviesa las décadas sin perder vigencia, logrando un fenómeno paradojal: cantar desde el futuro con el agregado de ser considerados como un clásico. No solo el corazón tiene límites difusos, supuestos a negociaciones constantes, sino que también la vida líquida que elegimos transitar. Entonces, ¿cómo encontrar la concentración posible para escuchar un disco?
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Tanto la banda liderada por Adrián Dárgelos, como Bándalos Chinos -una aparición reciente dentro de ese mundo ecléctico y diverso que es el «indie»- lanzaron en las últimas semanas discos nuevos, después de haber dedicado bastante tiempo en dar a conocer singles. ¿No era que ya nadie escuchaba discos? Spotify, Youtube y otras plataformas son consideradas como una herramienta que apuestan a la fragmentación, a la escucha dispersa. Sin embargo, los gestos sobreviven más allá de las grandes sentencias.
Babasónicos, esa banda argentina que atraviesa las décadas sin perder vigencia, logrando un fenómeno paradojal: cantar desde el futuro con el agregado de ser considerados como un clásico.
En el caso de «El Big Blue», el disco lanzado por Bándalos Chinos, encontramos un fenómeno que también tiene su correlato con la literatura: en un buen libro de poemas, el orden y la suma de los textos generan un efecto que contiene y excede al mismo tiempo a la potencia individual de cada una de sus partes. Después de haber irrumpido con temas como «La final» o «Mi fiesta», la intención queda clara al escuchar el álbum completo: melancolía bailable. Al final de cuentas, ¿no es el sentimiento que más movimiento nos genera?
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En ambos discos, también se repite otro factor: las dos bandas no eligieron llenar de hits sus principios, sino que apuestan a un golpe mucho más lento. Fabián Casas, al hablar de la poesía de Alberto Girri, dice lo siguiente: «Los poemas de Girri utilizan la técnica del golpe retrospectivo que da Beatrix Kiddo en Kill Bill. Leés el poema, no le das bola y después mientras estás haciendo algo –preparando la bañadera para meter a tus hijos, por ejemplo- el golpe de Girri llega y tu percepción queda modificada para siempre». Tanto «Trinchera» como «El Big Blue» reproducen esa técnica: cuando menos lo esperes, esas canciones suaves van a formar parte de tu día.
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Ahora bien, ese efecto solo se gana con paciencia, con una apuesta sobre el trasfondo por sobre el efecto inmediato: el remedio contra el efectismo muchas veces puede ser la dulzura de la repetición. Sentarse a escuchar un disco es un gesto contra la ansiedad y comprobar el movimiento de las buenas obras que no es más ni menos que sobrevivir por fuera de la presencia de sus creadores. Fernanda Laguna escribió: «Tal vez algún día,/ este poema este donde yo no./ Y yo esté sentada en otro lado/ donde sí quería estar cuando lo escribí».
Después de haber irrumpido con temas como «La final» o «Mi fiesta», la intención de Bándalos Chinos queda clara al escuchar el álbum completo: melancolía bailable. Al final de cuentas, ¿no es el sentimiento que más movimiento nos genera?
Lectores y lectoras, si es que realmente existen y encontraron este texto dando vueltas por ahí, invito a que hagan ese ejercicio. Si no es con estas bandas, que sean otros discos los que les reclamen su atención. Por un momento, que lo único que se mueva sea el vinilo del viento que refrita por todos lados, mientras en nuestros oídos suena la más maravillosa melodía: la quietud de dejarse atravesar para olvidarnos que, como escribió Irene Gruss alguna vez, «las luces y sombras, que ahora brillan,/se resolverán en una nada/ monotónica».
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