Tecnología al servicio de un régimen empresarial autoritario, un mundo corporativo creado en torno al culto de una figura y una cadena de producción que no se sabe a dónde lleva. Esas son algunas de las claves Severance, la nueva serie de Apple TV+ en la que sus personajes tienen un chip en el cerebro que separa su vida personal y laboral, al punto de ser dos personas diferentes en un solo cuerpo.
Una empresa inserta un chip en el cerebro de sus empleados que los divide en dos: una mitad que sigue su vida cotidiana fuera del trabajo y la otra que se activa en cuanto entra en el ascensor de la oficina, sin recordar nada de lo que sucede afuera, ni quién es o qué hace entre las cinco de la tarde y las nueve de la mañana del día siguiente. Ninguna de las partes sabe lo que pasa en la existencia de la otra, tanto es así que parecen dos personas diferentes en el cuerpo de una. Podría ser un episodio de la reconocida Black Mirror o de La dimensión desconocida, pero se trata de uno de los más recientes lanzamientos de Apple TV+, dirigido y producido por Ben Stiller con el guión del debutante Dan Erickson. Severance surge así como una serie que recrea una idea muchas veces explorada en un formato novedoso.
Durante las ocho horas de la jornada laboral no tiene registro alguno de lo que ocurrió ni de los vasos de alcohol que toma a oscuras por las noches. Su conciencia se traslada al día anterior, en la misma oficina de alfombras verdes y sin ventanas, como si nunca se hubiera ido
Mark Scout, protagonizado por Adam Scott (Parks and Recreation), pierde a su esposa en un accidente y para lidiar con el dolor entra a trabajar a Industrias Lumen, un lugar que supone una tarea secreta que requiere a sus empleados someterse al procedimiento que divide su mente en dos. Durante las ocho horas de la jornada laboral no tiene registro alguno de lo que ocurrió ni de los vasos de alcohol que toma a oscuras por las noches. Su conciencia se traslada al día anterior, en la misma oficina de alfombras verdes y sin ventanas, como si nunca se hubiera ido. Lo mismo pasa con sus otros tres compañeros del Departamento de Refinamiento de Macrodatos: el veterano que se atiene religiosamente a las normas y al “espíritu de la empresa”, el que compite por los premios de la gerencia y la recién llegada, que lo cuestiona todo y solo piensa en salir de ahí o, mejor dicho, en comunicarle a la persona que es fuera del trabajo que renuncie, para no tener que vivir la monotonía de esa pesadilla sin solución de continuidad.
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El grupo pasa sus días buscando y agrupando números en una computadora ochentosa, sin saber exactamente el objetivo. Tampoco conocen la totalidad de la empresa, el resto de los empleados que trabajan allí ni las áreas que conforman. Todos son parte de una cadena de productividad de inicio y fin desconocido, pero de una supuesta importancia esencial que rinde culto a la herencia de Kier Eagan, el fundador de la compañía que incluso tiene un museo con estatuas de cera dedicado a su memoria al interior del edificio. El laberinto de oficinas subterráneas es custodiado por Harmony Cobel, una implacable Patricia Arquette, cuya mente no está “separada” y hace lo que sea por defender los intereses de la empresa, tanto dentro como fuera de ella, mientras por las noches rinde culto a Eagan en un altar construido en su living.
Sobre la base de una disciplina y vigilancia minuciosas, Lumon lleva la figura de un corporativismo salvaje al extremo en un universo que mantiene a sus empleados en las sombras y busca quebrar todo intento de resistencia.
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Sobre la base de una disciplina y vigilancia minuciosas, Lumon lleva la figura de un corporativismo salvaje al extremo en un universo que mantiene a sus empleados en las sombras y busca quebrar todo intento de resistencia. El ambiente que se crea es tan bizarro como siniestro: espacios grises e inexpresivos y tareas repetitivas que contrastan con recompensas absurdas como la “experiencia de danza” en la que un empleado premiado elige un disco de vinilo para bailar durante diez minutos cuando alcanza su objetivo de trabajo trimestral. Espacios mínimos de “diversión” controlada que se presentan como una cortesía generosa a personas que no tienen conciencia alguna de lo que es el mundo exterior por fuera de la compañía. Por eso tampoco les parece extraño la combinación de tecnologías de los ’90 con dispositivos de última generación, estética que imprime en la serie un rasgo clave que impacta desde el primer momento al igual que todo lo que se desenvuelve en la trama, casi de forma silenciosa.
Severance crea una atmósfera inquietante: hay una calma en el ritmo que se parece a la de un depredador a punto de atacar a sus presas. Una aproximación a lo que puede sentirse mientras se ve a los personajes vagar por los pasillos de una estructura que no se termina de entender a quién responde, mientras son vigilados desde cada rincón. De la supuesta comodidad, la resignación y el conformismo, los puntos de quiebre que la trama ofrece llevan a la sospecha y a las ansias de revolución. Una chispa que se alimenta en cada capítulo en la medida que se abren más misterios que respuestas.
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