En lo últimos tiempos se reposicionó la denominada «literatura del yo». La propia vida, entonces, se presenta como un lienzo sobre el que se construye lo estético. Ahora bien, ¿qué pasa cuando se logra sacar dulzura de los momentos más oscuros de nuestra historia? Una hipótesis a partir de la lectura de Parte de la felicidad (Vinilo Editora, 2021) de Dolores Gil, y Fármaco (Odelia, 2021), de Almudena Sánchez.
Cada tanto aparece la definición dando vuelta en largos debates que, muchas veces, se pierden en la amnesia de internet: «Literatura del yo». Ese denominado giro autobiográfico en el que las historias que se leen sucedieron en la vida real de la persona que firma el libro. O al menos una versión similar, porque la verdad no es un elemento que esté en disputa en este terreno. Quizás sería mejor hablar de experiencia: buscar lo estético, lo revelador, lo emocional, en la propia experiencia; poder tomar distancia y ver lo trascendental por fuera de nuestra visión sesgada de emociones.
(Te puede interesar: Apuntes sobre la dulzura | Fito Páez y lo que no se puede olvidar)
Hay centenares de hipótesis al respecto, algunas con una visión positiva, otras con una visión fatalista, algunas con una visión neutral. Pero lo cierto es que, más allá de cualquier polémica, tenemos a nuestro alrededor una gran cantidad de libros que vienen a compartir y reflejar, justamente, una experiencia. Puede que en estos tiempos en donde la liquidez ganó terreno muchos ámbitos, recuperar la solidez de un relato, de una historia real, de cuerpos puestos en juego sea más bien una necesidad. Puede que simplemente sea una decisión literaria y punto. ¿Acaso es verdaderamente importante?
Puede que en estos tiempos en donde la liquidez ganó terreno muchos ámbitos, recuperar la solidez de un relato, de una historia real, de cuerpos puestos en juego sea más bien una necesidad.
Lo que me interesa particularmente de este fenómeno es la capacidad de buscar, rastrear la belleza estética, en lo profundo de la herida aún abierta. «Quiero definir un estado abstracto. Me estoy curando y no tengo cicatriz para demostrar que he pasado por algo atroz. Ha supuesto un declive lento», escribe en el comienzo de Fármaco la autora española Almudena Sánchez, en donde retrata la depresión que llevó a que su vida se detuviera por mucho tiempo.
Para hacerlo, la escritora nacida en 1985 en Mallorca opta por un género híbrido, en el que se utilizan herramientas propias del diario íntimo, del relato tradicional, junto a la técnica del collage en el siglo XXI: introducir diferentes elementos dentro del libro que pueden ir desde tweets hasta recetas de medicamentos. El resultado final: una serie de diapositivas, que al igual que sucede con las vacaciones de verano, logran reconstruir solo una parte de la experiencia. El resto, se pierde ni bien se vive, y ese es el karma de todo melancólico. Después de todo, en el fondo un autor siempre es un melancólico, más si se centra en su propia historia.
(Te puede interesar: Apuntes sobra la dulzura | Anne Dufourmantelle y la fiesta sensible)
A lo largo de Fármaco, Sánchez retrata con ironía y humor negro algunos momentos de oscuridad, mientras que por otros lapsos la tristeza tiñe momentos en apariencia inertes. El cristal con el que se mira la propia experiencia siempre tiene una graduación que deforma. La memoria también podría traer esta advertencia: «Los objetos en el espejo están más cerca de lo que parecen». Ahora bien, una posible definición alternativa del humor ácido es la dulzura: encontrar risa, humor, luz en donde a simple vista no lo hay.
(Te puede interesar: Apuntes sobre la dulzura | Joan Didion y dejar ir a los muertos)
En Parte de la felicidad, con menos humor pero con paciencia y luminosidad, Dolores Gil retrata una doble historia de infancias, duelos y nacimientos: la muerte de su hermana menor en un accidente doméstico y el nacimiento de su hijo luego de muchos intentos que no llegaban a buen puerto. Para hacerlo, no espectaculariza la tragedia ni el dolor, simplemente decide el tono filoso de la descripción no ornamental.
El cristal con el que se mira la propia experiencia siempre tiene una graduación que deforma. La memoria también podría traer esta advertencia: «Los objetos en el espejo están más cerca de lo que parecen»
«De a poco, su nombre dejó de sonar en la casa. No fue a propósito: el desconcierto fue tan grande que no encontramos la manera de que siguiera viviendo en el lenguaje. Hice un tapón en mi cabeza, escondió el episodio debajo de la alfombra», escribe Dolores Gil sobre la tragedia familiar que ocurrió cuando ella también era una niña. Parte de la felicidad es, justamente, el trabajo por desandar ese camino, por reconstruir un pasado que permita hacer las paces con el presente, con la vida misma.
(Te puede interesar: Apuntes sobre la dulzura | Personas que lloran en sus cumpleaños)
Ahora bien, hay dos formas de leer estos tipo de libros: en primer lugar, y como se dijo antes, un intento melancólico por dejar constancia de una experiencia. Pero también hay otra mirada al respecto y nos la trae Rebecca Solnit en su bello libro Una guía sobre el arte de perderse (Fiordo, 2020): escribir para olvidar. ¿Eso significa que se quiere borrar de la memoria lo sucedido? No, la literatura no tiene ese poder aunque muchos quieran creerlo. Lo que se logra es ordenar estéticamente una obsesión para que cuando vuelva esa pulsión artística, encuentre algo ya creado.
Ahora bien, una posible definición alternativa del humor ácido es la dulzura: encontrar risa, humor, luz en donde a simple vista no lo hay.
Dice Solnit en el libro publicado por primera vez en 2005, sobre los recuerdos de infancia de los que intenta escribir: «La mayoría se han ido volviendo más borrosos con el tiempo, y cada vez que pongo uno por escrito renuncio a él: deja de tener la vida misteriosa que tenía en la memoria y queda fijado en palabros; deja de ser mío; pierde el carácter cambiante y errante que tienen las cosas vivas».
Esa podría ser la definición de este tipo de libros: ordenar estéticamente la experiencia y regalársela a alguien más que no sabemos quién es y cómo va a recibirla. Un gesto desinteresado a partir del dolor, dar con una parte de la felicidad a la que no es fácil acceder.
(Te puede interesar: Rebecca Solnit y las cosas que solo se tienen si están perdidas)