Según datos de la Secretaría de Derechos Humanos, hubo 39 muertos tras la represión a mansalva en manos de fuerzas estatales. Hoy, a 20 años de la crisis del 2001, la herida social y económica sigue sintiéndose como si nunca se hubiera ido. Pero a la historia se le suman las caras de los políticos de esa época que aún siguen vigentes: mismas ideas, mismos temores.
Por Ignacio Martínez*
En diciembre de 2001 la Plaza de Mayo era un terreno de batalla que enfrentaba agentes policiales y ciudadanos de clase media y baja. Las manifestaciones contra el gobierno de Fernando de la Rúa se daban como moneda corriente. Cacerolazos, marchas, y concentraciones se duplicaban en reclamo a un Estado que era incapaz de resolver el desastre económico y social que había causado la debacle de la convertibilidad.
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Los políticos habían perdido todo tipo de legitimidad y sus únicos argumentos fueron el asedio policial a caballo, sumado a camiones hidrantes y balas de plomo contra su propio pueblo. La paridad del dólar 1 a 1 había causado un daño irreparable en las reservas del Banco Central, llevándose puesto los ahorros de la población. La crisis institucional era evidente y el FMI rechazaba un préstamo de $126 millones de dólares para que el país pudiera saldar las cuentas.
Según datos de la Secretaría de Derechos Humanos, hubo 39 muertos tras la represión a mansalva en manos de fuerzas estatales. Hoy, a 20 años de una crisis sin precedentes, la herida social y económica sigue sintiéndose como si nunca se hubiera ido.
Según datos de la Secretaría de Derechos Humanos, hubo 39 muertos tras la represión a mansalva en manos de fuerzas estatales. Hoy, a 20 años de una crisis sin precedentes, la herida social y económica sigue sintiéndose como si nunca se hubiera ido. Pero a la historia se le suman las caras de los políticos de esa época que aún siguen vigentes: mismas ideas, mismos temores.
Pero por fortuna (si es que puede decirse), a pesar de haber fuerzas neoliberales pisando fuerte en el Congreso, los riesgos de una corrida bancaria similar a la de hace dos décadas no sería posible. En primer lugar, debido a que las reservas del BCRA no son las mismas, ya que hoy cuenta con mayor liquidez. En segundo lugar, porque cuenta con estabilidad política a pesar de las tensiones –exacerbadas mediáticamente- entre CFK y Alberto Fernández. Y en tercer lugar, por normas que respaldan los depósitos ahorristas, sumadas a una red de contención social.
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De todas formas, nunca faltan los economistas como megáfonos en medios de comunicación que pronostica un estallido social que nunca sucede. De hecho Javier Milei lleva años vociferando –ahora siendo parte de la “casta política”- que Argentina sufrirá una “piña” en términos económicos, además de repetir hasta el hartazgo que estamos en riego de un default. Los hechos demuestran lo contario, y el país continúa con negociaciones con el FMI para renegociar el pago de la Deuda Externa.
Por otra parte, al igual que en el 2001, arrastramos al menos 3 años de recesión acrecentado por la pandemia. La decadente gestión macrista endeudó al país nuevamente con un pago a 100 años al FMI (el más longevo de la historia), pero además, logró que tan sólo en 2018 que la inflación fuera del 48%, sumado a un aumento del desempleo, la pobreza y la pérdida de puestos de trabajo.
Mencionar “el 2001” es recordar la desidia de un Estado que se metió de lleno con el bolsillo de la gente. La imagen de un presidente escapando en helicóptero desde Casa Rosada mientras el país ardía, aún da escalofríos.
Pese a un leve ascenso del PBI, actualmente el gobierno del Frente de Todos todavía no es capaz de revertir una realidad con números que golpean fuerte a la clase media y baja. De hecho, las Elecciones Legislativas dejaron en evidencia el descontento social con el gobierno de Alberto Fernández.
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En este sentido, mencionar “el 2001” es recordar la desidia de un Estado que se metió de lleno con el bolsillo de la gente. La imagen de un presidente escapando en helicóptero desde Casa Rosada mientras el país ardía, aún da escalofríos. Pero antes que el miedo, mejor es tener memoria para intentar entender qué fue lo que sucedió y por qué es necesaria una autocrítica sobre las ideas que promulgan algunos sectores de la política argentina. A fuerza de corrientes ultraderechistas, pareciera que hacen borrón y cuenta nueva sobre la debacle que causó el modelo neoliberal hace apenas veinte años.
Sin pan y sin trabajo: el camino a la crisis del 2001
En los 90’s se puso de moda la expresión “pizza con champagne”. La contradicción de una ordinaria comida y una bebida exclusiva ejemplificaba una época donde la clase media rebalsaba su vaso de una convertibilidad supuestamente exitosa: “con Menem me compré un auto y la ropa la traía de Miami”. Aunque parezca mentira, todavía hay quienes defienden una presidencia que privatizó medio país y excluyó masivamente a trabajadores que, necesitados, se vieron obligados a ejercer un empleo informal. “Estar en negro” era lo natural.
Pero lo cierto es que tras dos presidencias de Menem, la población empezó a sufrir las consecuencias de un modelo económico basado en la Ley de Convertibilidad del Austral sancionada en 1991. La igualdad entre el peso argentino y el dólar sólo trajo aparejado una destrucción de la economía cuyo sustento era irreparable, ya que el sistema bancario era incapaz de solventar el dinero depositado. En el país del peso se ahorraba en dólares, por lo tanto, si los depósitos eran extraídos, el efectivo no podía ser repuesto.
Argentina empezaba el siglo XXI con una estadística de 3 de cada 10 trabajadores desempleados y una pobreza que había crecido un 12%, sin contar el aumento de la marginalidad en villas de emergencia
El gestor de la idea de paridad entre monedas fue el ex Ministro de Economía Domingo Cavallo, quien según Milei, junto con Menen, fueron “los mejores de la historia” (sic). Pero la supuesta brillantez del plan tuvo su pico de decadencia cuando el gobierno de la Alianza, presidido por Fernando de la Rúa, se vio preso de su propio modelo en 2001.
Argentina empezaba el siglo XXI con una estadística de 3 de cada 10 trabajadores desempleados y una pobreza que había crecido un 12%, sin contar el aumento de la marginalidad en villas de emergencia. El descontento se hizo notar y la estabilidad política empezó a ceder: en menos de un año, el vicepresidente Carlos Álvarez había renunciado a su cargo.
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De la Rúa había declarado públicamente que no tenía intenciones de sumar a Cavallo como parte del gabinete estatal. Sin embargo, no tardó mucho en contradecirse y frente a la crisis decidió reemplaza a su Ministro de Economía, Ricardo López Murphy, por el mismísimo inventor de la Ley de Convertibilidad. El gobierno creía que como Cavallo fue quien trajo el problema, también era capaz de solucionarlo.
Por el contrario, su cara fue la viva imagen de la gota que rebalsó ese imaginario vaso lleno de convertibilidad a través de la implementación del “corralito”, el 3 de diciembre de 2001. La restricción a la quita de los ahorros en los bancos fue letal, ya que sólo podía extraerse $250 pesos (o dólares) por semana. El dinero de trabajadores y jubilados estaba a nada de ser robado por un gobierno que cuidó al sistema bancario y le dio la espalda a su población
Y así fue. En medio de una corrida bancaria sin precedentes, el dinero en cajas de ahorro y plazo fijo no fueron devueltos, por lo que los ciudadanos se manifestaron durante todo diciembre al grito de “que se vayan todos”. También se multiplicaron los cacerolazos y las marchas. Los saqueos no se hicieron esperar y las cadenas de supermercados fueron blindadas con cordones policiales.
Diez años después, el propio De la Rúa declaraba: “si algo le molestó a alguno, si algún error cometí, le pido disculpas a la gente” (sic).
Ante la revuelta social, la respuesta del gobierno fue una brutal represión que dejó 39 muertos, y el decreto del Estado de Sitio el 19 de diciembre. Al día siguiente, De la Rúa renunciaba a la presidencia y se escapaba en helicóptero desde Casa Rosada en una imagen imborrable.
Para el 21 de diciembre la debacle culminaba con cinco presidentes en los siguientes once días: De la Rúa, Puerta, Rodríguez Saá, Camaño y Duhalde. Diez años después, el propio De la Rúa declaraba: “si algo le molestó a alguno, si algún error cometí, le pido disculpas a la gente” (sic).
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¿Se fueron todos?
“Solo quiero ayudar a que Argentina pueda avanzar resolviendo sus problemas. Por eso valoro tanto la contribución de Javier como la de Ricardo, como la de Mauricio, la de Horacio y, sobre todo, la de Patricia”, escribe Cavallo en Twitter. La respuesta del inventor del corralito forma parte de un entredicho entre él y el “consejero” de Javier Milei, Carlos Maslatón. Y para sorpresa de nadie, los nombres propios que enumera Cavallo no necesitan apellidos: se conocen y hay quienes los votan.
Dicho esto, pareciera ser que ante la crisis actual, los políticos que propongan “ideas constructivas” a pesar de tener un pasado precisamente destructivo, poco importa para un sector de la población argentina. El ejemplo más claro e icónico es el de Ricardo López Murphy, quien fue electo hace un mes como Diputado Nacional por la Ciudad de Buenos Aires dentro de la lista de Juntos Por el Cambio . Su única propuesta fue un recorte presupuestario de 2 millones de pesos en educación y empleo estatal. 15 días después fue obligado a renunciar debido a la falta de respaldo político y social. No obstante, Cavallo finalmente se encargó de llevar a cabo el ajuste.
Pero lejos de las banalidades, la autocrítica es ante todo(s) es imperiosa. En primer lugar, para no volver a creer en supuestos liberales que defienden un libre mercado enmascarado de ajuste, empobrecimiento y endeudamiento.
Aunque inverosímil de volver a repetirse, tras veinte años de un estallido social que hizo rememorar oscuras épocas de inestabilidad política, todavía son más las preguntas que las respuestas. Pero las incógnitas no devienen sólo de la situación económica actual. Sino más bien de representantes políticos que promulgan ideas ineficaces en un país cuya fragilidad es notoria en una coyuntura neoliberal.
Durante estos días la agenda mediática difundirá material informativo y archivos televisivos sobre uno de los mayores desastres políticos del país. Lectores, oyentes, televidentes y por sobre todo, usuarios de redes sociales serán interperlados para hacer memoria y recordar cómo vivenciaron el trágico diciembre del 2001.
Pero lejos de las banalidades, la autocrítica es ante todo(s) es imperiosa. En primer lugar, para no volver a creer en supuestos liberales que defienden un libre mercado enmascarado de ajuste, empobrecimiento y endeudamiento. Y en segundo lugar, para recordar que quienes “nos representan” hoy en el Congreso, son los mismos responsables que causaron ese diciembre del 2001 que todavía duele de sólo recordarlo.
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