En su último libro, La sociedad paliativa (Herder, 2021) el filósofo surcoreano Byung – Chul Han reflexiona acerca de los riesgos de una sociedad que maquilla al dolor para evitar las discusiones de fondo. Claves para pensar los resultados de las PASO 2021**.
Entre lo que muta y lo que se mantiene. En esa oscilación constante parece moverse el mundo y el país en este último año y medio: a medida que los planes de vacunación avanzan, se teme por las nuevas cepas del virus que sigue circulando entre las personas y se fortalece. En tanto, hay otras cosas que parecen talladas en mármol y resultan inamovibles como el capitalismo salvaje.
Hubo un breve lapsus, quizás por la sorpresa de lo nuevo o la falta de parámetros cercanos de los cuales agarrarse, en los que se pensaba que de la pandemia se podía salir mejor, que era un golpe de muerte para un capitalismo que hace agua por todos lados. Y si bien es cierto que el sistema deja ver cada vez más sus costuras, su encrudecimiento es también más notorio. Si ya el debate alrededor de las vacunas y su concentración en las economías más poderosas y laboratorios privados podía parecernos escandaloso, encontrarnos en este escenario de puja alimentaria debería ser bochornoso. Pero no lo es, sino que termina tomando la forma y el color de toda discusión política en estos tiempos: un debate televisivo en donde la polémica es una forma de entretener el hambre.
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Y si bien es cierto que el sistema deja ver cada vez más sus costuras, su encrudecimiento es también más notorio. Si ya el debate alrededor de las vacunas y su concentración en las economías más poderosas y laboratorios privados podía parecernos escandaloso, encontrarnos en este escenario de puja alimentaria debería ser bochornoso.
Y es en este punto en donde poner en juego el pensamiento de uno de los autores más lúcidos de la actualidad cobra vigor. En su último libro, La sociedad paliativa (Herder, 2021), el filósofo surcoreano Byung-Chul Han toma la coyuntura urgente del Covid-19 para centrarse en un debate aún más profundo y prolongado en el tiempo: las estrategias que tiene el capitalismo para paliar y maquillar el dolor que el propio sistema genera. Escribe el autor, recuperando a Theodor W. Adorno: “Una conciencia incapaz de estremecerse es una conciencia cosificada. No es capaz de tener una experiencia (la cursiva es del autor), pues esta es ‘esencialmente el dolor con el que se desvela la alteridad esencial de lo existente en relación con lo acostumbrado’. También la vida que rechaza todo dolor es una vida cosificada. Lo único que mantiene la vida con vida es ‘estar impresionado por lo otro’. De lo contrario se queda apresada en el infierno de lo igual”.
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El planteo general de este libro, que lejos de tener el gesto vano de explicar el fenómeno del Covid-19 -que todavía no terminó-, es el de procurar ver los mecanismos agobiantes del continuo intento de disimular el dolor y el conflicto. Negarse a eso impide cualquier tipo de reacción, algo que puede verse dentro del marco general de lo que se vislumbra será la pospandemia: todo sigue igual, pero peor. Y gran parte de eso es porque durante estos meses la preocupación general estuvo en hacer como si nada pasara, lo que en términos futbolísticos se conoce como “siga siga”.
“En la sociedad neoliberal del rendimiento -explica en ese sentido Byung- las negatividades, tales como las obligaciones, las prohibiciones o los castigos, dejan paso a positividades tales como la motivación, la autooptimización o la autorealización”. De esta manera, señala que “el dolor pierde toda referencia al poder y al dominio. Se despolitiza y pasa a convertirse en un asunto médico”. El conflicto como algo a eliminar por nuestra propia cuenta, sin la idea de polemizar más allá de lo resolutivo, como si nuestros malestares se acumularan en una tabla de excel y solo es cuestión de encontrar la fórmula adecuada, al igual que en las fórmulas de los medicamentos y los cursos de coaching que proliferan dentro y fuera de la política.
Un año y medio después de que el Coronavirus entró en agenda, no solo no pudimos reveer el fondo del problema, sino que lo reproducimos y lo aceleramos. Sostiene Byung al respecto: “El capitalismo carece de la narrativa de la vida buena. Absolutiza la supervivencia. Vive de la fe inconsciente en que un aumento de capital significa una disminución de la muerte»
Entonces, un año y medio después de que el Coronavirus entró en agenda, no solo no pudimos reveer el fondo del problema, sino que lo reproducimos y lo aceleramos. Sostiene Byung al respecto: “El capitalismo carece de la narrativa de la vida buena. Absolutiza la supervivencia. Vive de la fe inconsciente en que un aumento de capital significa una disminución de la muerte. Nos imaginamos al capitalismo como la capacidad de sobrevivir. Dado que el tiempo de vida es limitado, se hace acumulacion del tiempo del capital. La pandemia conmociona al capitalismo, pero no lo elimina. No aporta ninguna narrativa contraria al capitalismo”. ¿Entonces qué es lo que queda? Retazos de convicción entre los discursos que se acomodan cada vez más en la posverdad, mientras un sistema debilitado y fortalecido al mismo tiempo encuentra nuevas maneras de abarcar y apretar.
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En un poema, el autor estadounidense Ron Padgett sostiene con su habitual ironía y humor: “Aparentemente no es tan importante como para comprarlo, pero sí para pensar que tendríamos que hacerlo” en relación a un juego de salero y pimentero dentro de la vida rutinaria de una pareja. Sin embargo, esa idea podría extrapolarse al estado actual del mercado: cómo intentar vender lo que cada vez está más fuera del alcance. El deseo, entonces, entra a jugar un rol clave y se convierte en otra manera de entretener el hambre.
Y si bien el virus pudo ocupar ese lugar, las formas del propio sistema de fagocitarlo e incluirlo dentro de su agenda lo convirtió en una nueva forma de apatía: ¿cómo pasó a naturalizarse una cantidad de muertos que supera cualquier accidente aéreo por día?
En otro poema, Padgett advierte: “Recordá la belleza, que existe, y la verdad, que no. Fijate que la idea de verdad es tan poderosa como la idea de belleza”. Amparados en esa idea de la verdad como algo potente e indiscutible, en La sociedad paliativa del autor surcoreano destaca lo siguiente: “En la era posfáctica, con sus fake news y sus deepfakes, surge una apatía hacia la realidad, e incluso una anestesia para la realidad. Lo único que nos podría sacar de ella es una dolorosa conmoción causada por la realidad”. Y si bien el virus pudo ocupar ese lugar, las formas del propio sistema de fagocitarlo e incluirlo dentro de su agenda lo convirtió en una nueva forma de apatía: ¿cómo pasó a naturalizarse una cantidad de muertos que supera cualquier accidente aéreo por día?
El debate por el hambre se da en medio de un acostumbramiento al ruido de la comunicación, que en términos de Byung es el elemento clave para que prosiga el infierno de lo igual. En una entrevista realizada en 2020 para el sitio vaconfirma.com.ar, el recientemente fallecido Horacio González declaraba lo siguiente en relación al trato de muchos medios en torno a la pandemia y a la desinformación, fórmula que se repite en todo debate de fondo dentro de la agenda social, política y económica: “Son modelos de producción de hechos. Que pueden ser inexistentes incluso. Lo que existe es esa producción de lo inexistente de modo tal que se convierte en un hecho, que como elaboración de profunda gracia se lo supo llamar posverdad”. En esa dirección, el sociólogo continuaba: “esos hechos, reales o imaginarios, comentados de un modo donde se utilizan conceptos góticos o terroríficos o teológicos como grieta, suponen que hay un mal que hay que erradicar del país. Ese mal sería un gobierno popular elegido en una elección correcta”.
Byung va a cerrar su libro centrándose en este aspecto cada vez más omnipresente en nuestra vida: “La muerte y el dolor no tienen cabida en el orden digital. No hacen más que perturbar. También son sospechosos el duelo y la nostalgia. El orden digital desconoce el dolor de la cercanía de la lejanía.La cercanía está marcada por la lejanía.
Si González se detenía en la construcción de hechos inexistentes por parte de los grandes medios de comunicación, esa edificación se acelera gracias al contexto digital que nos atraviesa. Byung va a cerrar su libro centrándose en este aspecto cada vez más omnipresente en nuestra vida: “La muerte y el dolor no tienen cabida en el orden digital. No hacen más que perturbar. También son sospechosos el duelo y la nostalgia. El orden digital desconoce el dolor de la cercanía de la lejanía. La cercanía está marcada por la lejanía. El orden digital allana la cercanía reduciéndola a la falta de distancia, de modo que no duele”.
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Inmersos en un ruido constante, perdidos en agendas ajenas, siguiendo el ritmo de una música electrónica que aturde, desinforma y deforma, las formas de entretener el hambre siguen su curso, mientras el debate por cómo se redistribuyen los alimentos y la riqueza se pierde sin ser escuchado. No es la primera vez que pasa, tampoco pareciera que va a ser la última. Tropezar con la misma piedra es una costumbre que tienen algunos animales, entre los que se encuentra el ser humano. Pero podríamos correr el foco, y seguir lo que escribió la gran poeta uruguaya Cristina Peri Rossi: “En el acto ingenuo/ de tropezar dos veces/ con la misma piedra/ algunos perciben/ tozudez/ Yo me limito a comprobar/ la persistencia de las piedras/ el hecho insólito/ de que permanezcan en el mismo lugar/ después de haber herido a alguien”. Entonces, ahí empezaría un nuevo debate.
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