Rebecca Solnit y las cosas que solo se tienen si están perdidas

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Una guía sobre el arte de perderse (Fiordo, 2020), de la estadounidense Rebecca Solnit, es uno de los fenómenos editoriales del momento. Una propuesta para confiar en la incertidumbre antes que en los lugares comunes.**



Hay un poema de la última Premio Nobel de Literatura, Louise Glück, que afirma: “No amas el mundo. /Si amaras el mundo habría/ imágenes en tus poemas”. Con ese manifiesto estético en miniatura, la autora nacida en Nueva York en 1943 advierte sobre la necesidad de recurrir a una forma de comunicación que priorice en cierta forma a la sensibilidad antes que a la razón, antes que al ego exacerbado del mundo occidental, antes que a las ansias de figuración que propone este mundo hiperconectado.

Si hay que ser justos, los poemas de Glück están llenos de imágenes, al mismo tiempo que hace caso a otra parte del ya citado poema “Mañana lluviosa”: “Todos podemos escribir sobre el sufrimiento/ con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente/ algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina/ pasión por la carne roja”. Con la precisión de un relojero, Glück invita a perderse dentro del nervio de la experiencia y no quedarse únicamente en la zona de confort de la tristeza o la nostalgia.

En una época en donde los blancos y los negros son cada vez más vigorosos, la escritora nacida en 1961 y que actualmente que vive en San Francisco, se maneja mejor en la paleta de colores que se encuentra en el medio, más especialmente en un tono particular: el azul de la distancia.

Algo similar ocurre con un libro que hizo un recorrido inesperado desde su llegada al mercado editorial argentino: Una guía sobre el arte de perderse (Fiordo, 2020), de la ensayista y crítica estadounidense Rebecca Solnit. Editado originalmente en 2005, fue recién a principios del año pasado que este título estuvo disponible en español, alcanzando una segunda edición a los pocos meses de publicado. Sin dudas es un fenómeno particular si se tiene en cuenta su premisa fundamental: valorar y elogiar la pérdida, la distancia, el desconcierto. En una época en donde los blancos y los negros son cada vez más vigorosos, la escritora nacida en 1961 y que actualmente que vive en San Francisco, se maneja mejor en la paleta de colores que se encuentra en el medio, más especialmente en un tono particular: el azul de la distancia.

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Desde hace muchos años me conmueve ese azul en el extremo de lo visible, ese color de los horizontes, de las cordilleras remotas, de cualquier cosa situada en la lejanía. El color de esa distancia es el color de una emoción, el color de la soledad y del deseo, el color del allí visto desde el aquí, el color de donde no estás. Y el color de donde nunca estarás”, empieza explicando Solnit sobre este color, una nueva variante del famoso blue que en inglés también significa tristeza, y que a su vez da nombre al blues, uno de los géneros más melancólicos por existencia.

Ese azul de la distancia, expone este libro, es el que va a guiar la vida de todas las personas, las que va a impulsar al movimiento y, por ende, a la exploración y sus inevitables pérdidas. La pregunta central no es cómo evitar perderse, sino todo lo contrario, cómo lograrlo, ya que cada vez resulta más difícil. No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo”, afirma la autora.

Ese azul de la distancia, expone este libro, es el que va a guiar la vida de todas las personas, las que va a impulsar al movimiento y, por ende, a la exploración y sus inevitables pérdidas. La pregunta central no es cómo evitar perderse, sino todo lo contrario, cómo lograrlo, ya que cada vez resulta más difícil.

El mundo antes y durante la pandemia (y todo hace creer que también va a pasar en el después, si es que eso llega) se muestra cada vez más polarizado, en donde para casi todo existen dos posturas claras: amigo o enemigo. Ese binarismo implica tener bien en claro qué se es y, más aún, qué no se es.

Pero ¿qué pasa cuando no hay definición? ¿Qué pasa cuando la distancia con algunos fenómenos es lo que define nuestra relación con ellos sin necesidad de acercarnos? En tiempos en donde se hace creer que solo existe la derrota y el fracaso, Solnit trae un consuelo:A veces el ganar y el perder están más íntimamente relacionados de lo que nos gustaría creer. Y hay cosas que no se pueden poseer ni trasladar. Hay luz que no recorre toda la distancia a través de la atmósfera, sino que se dispersa”. Páginas más adelante, lo reafirma: “Hay cosas que solo poseemos si están perdidas, hay cosas que no se pierden si de ellas nos separa la distancia”.

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Rebecca Solnit

Una guía sobre el arte de perderse (Fiordo, 2020), de Rebecca Solnit. Foto: La Libre


Organizado a partir de una serie de ensayos, en donde se repite el título “El azul de la distancia” en reiteradas ocasiones, la autora logra hacer el pasaje de lo personal a lo arquetípico con una sutileza tal que causa, paradójicamente, la pérdida del lector por los pasadizos de su narrativa. Lejos de ser un sentimiento molesto, se vuelve placentero. Lo personal, lo histórico y lo indefinible dialogan en un libro en donde no se buscan las conclusiones que reafirmen lo que ya sabíamos –uno de los grandes males de esta época-, sino que se intenta pensar por fuera de la caja, más aún cuando la caja es un campo minado de lugares comunes. En ese sentido, los casi 16 años que separan su publicación de la fecha desaparecen inmediatamente por la profundidad e inteligencia de la prosa de Solnit.

En esa dirección, no deja de ser curioso cómo este libro que no cae en la autoayuda ni tampoco toma la forma libro de ficción clásico, sino que más bien se sostiene sobre ensayos de un estilo rara avis, logró penetrar en los lectoras y lectores argentinos en medio de un año en donde más que nunca se buscaron lugares y paisajes de donde sostenerse. Podría pensarse en la necesidad de un cambio brusco en medio de la pandemia: realmente necesitar frenar, al menos por un momento.

En el libro de Solnit se hace un llamado explícito a abandonarse entre esas calles oscuras del ánimo que pocos se animan a transitar. ¿Qué pasa si la tristeza y la alegría no son antagónicas, sino dos prendas que combinan bien?

En el libro La sociedad del cansancio (2012), el filósofo surcoreano Byung-Chul Han se detiene sobre la necesidad de confiar en los sentimientos que la sociedad actual, caracterizada por el rendimiento continuo, nos vende como negativos: el aburrimiento y el hastío. Durante la fase más dura de la cuarentena, aburrirse o hartarse parecía un pecado, siempre había algo nuevo para hacer, algo nuevo por compartir, un nuevo desafío para compartir en las redes. De esta manera, nos encontramos en el peligro de entrar en la cinta de moebius del cansancio y la autoexplotación. En palabras de Byung-Chul Han, confirmar que “la pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya existente”.

En el libro de Solnit se hace un llamado explícito a abandonarse entre esas calles oscuras del ánimo que pocos se animan a transitar. ¿Qué pasa si la tristeza y la alegría no son antagónicas, sino dos prendas que combinan bien? Escribe la autora: Hay un placer voluptuoso asociado a toda esta tristeza y me pregunto de dónde procede, ya que, según nuestra forma habitual de entender el mundo, la tristeza y el placer deberían estar alejados. (…) ¿Existe un lugar en el que la alegría y la tristeza no son cosas distintas donde toda la emoción se encuentra junta formando una especie de mar en el que desembocan los ríos de las distintas emociones, bien lejos en nuestros adentros?”. En otras palabras, ¿estamos preparados para el fin de más relatos en medio de una pandemia? ¿Queremos revolver esos cajones en donde guardamos lo que no nos animamos a tirar?

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Rebecca Solnit

Una guía sobre el arte de perderse (Fiordo, 2020), de Rebecca Solnit.


Durante un tiempo, el slogan del multimedio más grande de la argentina sostenía que la realidad se puede tapar o poner en la tapa, evidenciando inconscientemente los mecanismos de toda empresa periodística en el siglo XXI, incluso aunque se encarguen de repetir lo contrario. Lo mismo podría trasladarse al terreno íntimo de cada persona, en donde se toman decisiones editoriales constantes sobre qué se dice y qué no se dice, incluso qué se habla y qué no se habla con uno mismo. El furor por este libro en un año como el 2020 abre la esperanza a pensar que lejos de querer ocultar bajo la alfombra lo incómodo, muchas personas empezaron a desenredar un ovillo que el ritmo del mundo pre-pandémico no permitía ni siquiera visualizarlo.

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En la misma dirección, Solnit –autora también, entre otros libros, del ensayo Los hombres me explican cosas- retoma la idea del uruguayo Eduardo Galeano sobre la diferencia entre descubrir y conquistar: los españoles al pisar América, lejos de descubrirla, simplemente conquistaron tierras utilizando la fuerza y ciertas ventajas técnicas. En cambio, descubrir implica conocer en profundidad dónde se está, qué es lo que nos rodea.En cierto sentido, esa búsqueda por el develamiento de este continente sigue siendo una gran deuda: ¿quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde vamos?

Descubrir implica conocer en profundidad dónde se está, qué es lo que nos rodea. En cierto sentido, esa búsqueda por el develamiento de este continente sigue siendo una gran deuda: ¿quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde vamos?

Se lee en Una guía sobre el arte de perderse:Esto sugiere que la mayoría de los americanos de origen europeo permanecieron pedidos a lo largo de los siglos, no en términos prácticos, pero sí en un sentido más profundo: el de comprender dónde estaban en verdad, el de interesarse por la historia del lugar y por su naturaleza”.

De esta manera, este conjunto de ensayos abren la puerta a pensar cómo perderse aunque todo nos diga que no tenemos que hacerlo. En el documental El jardín secreto, basado en la vida y obra de la enorme poeta argentina Diana Bellessi, ella afirma algo similar a lo que sostiene Glück: el mundo se achata cuando no lo amás y esos son los días en los que no se puede escribir. Sin embargo, brinda una posible solución al sostener que “la melancolía es un filo para ver el mundo”. Una guía para el arte de perderse va a apostar a ese sentimiento de lo que no está, de lo que se fue, de lo que no puede ser: una melancolía intrínseca que nos invita a confiar en perdernos más que encontrarnos en los mismos lugares de siempre y solo reproducir y acelerar lo ya existente.

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**Nota también publicada en la edición de papel de Revista Kamchatka


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