El exceso de horas laborales es un invisible mal que atenta contra la salud de lxs trabajadorxs, pero no sólo para quienes nos cuesta “llegar a fin de mes”, sino también para quienes se someten a condiciones de multiempleo, “horas extras”, flexibilidad horaria, o el caso más reciente vinculado al teletrabajo. ¿Atrapadxs sin salida en un modelo en el que solo se puede vivir para trabajar?
Por Ignacio Martínez*
La preocupante frase “no llegar a fin de mes” parece no tener una fecha de inicio, aun cuando haya sido repetida durante generaciones en familias de clase media y baja. No obstante, la expresión es atribuible a numerosos países que presenten un bajo salario laboral en relación a la economía local, por lo que su significado trasciende fronteras. Por otra parte, repensar la frase supone aceptar penosamente una realidad adversa contra las capacidades monetarias de un trabajador, cuyas aptitudes nunca son las suficientes.
Esta complejidad se da dentro de un sistema cuya peligrosa competencia por acumular riqueza nos propone una misma meta temporal, en Argentina, y en cualquier otra parte del mundo: hay que sobrevivir, como sea, hasta el mes siguiente. Y así sucesivamente.
Está claro que las contradicciones de una realidad devastada por la pandemia son infinitas, pero más lo son las desigualdades históricas acentuadas por la crisis sanitaria mundial. Difícilmente la chance de reparar y mejorar en las deficiencias del sistema –si es que existió dicha oportunidad- se produzca posterior a esta realidad. El filósofo esloveno Slavoj Zizek en su libro Pandemia. La covid-19 (2020), se refiere a la actualidad como el “coronacapitalismo”, y sostiene que frente a la falta de respuesta del capitalismo global, debería emerger una nueva forma de comunismo si queremos sobrevivir. Aunque la utópica solución de Zizek difícilmente se lleve a cabo, la propuesta de repensar el sistema resulta necesaria, cuanto menos para cuestionar las relaciones de producción que consolidan las desigualdades de siempre.
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En este escenario, un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) junto a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), concluyó que una carga horaria superior a las 55 horas semanales de trabajo, contribuyen a provocar una muerte por problemas cardiovasculares y accidentes cerebrovasculares. Puntualmente, el sondeo de miles de personas en diferentes países se llevó a cabo entre 2010 y 2016, y arroja que la mayoría de las muertes registradas se dieron en personas de 60 a 79 años, quienes trabajaron 55 horas o más por semana cuando tenían entre 45 y 74 años.
Un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) junto a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), concluyó que una carga horaria superior a las 55 horas semanales de trabajo, contribuyen a provocar una muerte por problemas cardiovasculares y accidentes cerebrovasculares.
Lo que señala el estudio de la ONU, es que el exceso de horas laborales es un invisible mal que atenta contra la salud de un trabajadorx, pero no sólo para quienes nos cuesta “llegar a fin de mes”, sino también para quienes se someten a condiciones de multiempleo, “horas extras”, flexibilidad horaria, o el caso más reciente vinculado al teletrabajo.
Sobre este último, si bien el año pasado se sancionó la ley 27.555 que regula los derechos y obligaciones en situación de teletrabajo –por ejemplo, el derecho a la desconexión para evitar la extensión de jornadas laborales-, las multinacionales y demás empresas de menor calibre no se ajustan debidamente a las normas legales. En consecuencia, la balanza sigue inclinada a favor de empleadores cuya virtualidad oxigena gastos edilicios, y favorece el desdibujamiento de una franja horaria de trabajo exacta.
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Una huella neoliberal
Las razones que conducen a la sobrecarga laboral por un salario digno, probablemente sean las mismas desde hace añares: inflación, falta de paritarias, ajuste estatal, escasez de oferta laboral, nulas regulaciones legales, sueldos bajos, falta de educación, trabajo en negro, etc. Sin ahondar en detalles, al menos una de las razones mencionadas tocaría el bolsillo de cualquier argentino de clase media y baja. Por supuesto, toda condición es consecuencia de decisiones gubernamentales, cuya desidia es indiscutible con el pueblo en base a ciertos antecedentes.
Por un lado, además de haber cometido terrorismo de estado y crímenes de lesa humanidad, la dictadura cívico militar de 1976 fue también dolorosa en términos económicos para el país. El plan del ex ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz, conocido como la “tablita cambiaria”, trajo consecuencias irreparables. En rigor, sucedía que los capitales extranjeros comenzaron a ingresar en dólares, se compraban pesos y se colocaban en tasas de interés superiores a la inflación y la devaluación. Al poco tiempo, se compraban más dólares de los que ingresaban y se fugaban fuera del país. Esa “bicicleta financiera” coexistió con el atraso cambiario, y dio como resultado un fenómeno al que los economistas llamaron «plata dulce». Cualquier similitud con el gobierno de Mauricio Macri no es pura coincidencia.
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Por otra parte, en la década del 90, además del hito de las privatizaciones a cargo de dos mandatos presidenciales de Carlos Menem, “vivir de changas” fue un mal necesario para afrontar la pérdida de puestos de trabajo. Tras casi diez años bajo la imaginaria idea de la “pizza con champagne”, la paridad entre el dólar y el peso argentino provocó corridas bancarias y un doloroso estallido social en 2001.El auge del trabajo en negro, fue algo que se repitió desde entonces, y en mayor o menor medida según los gobiernos venideros.
En suma, la caída del PBI anual, el endeudamiento externo, el aumento del precio del dólar, y más ajuste estatal, conformaron una cruda realidad en la que sus habitantes deambulan desesperados por un salario que alcance para la costosa canasta básica. Y todo esto, con o sin pandemia.
En el medio hubo veinte años de una economía irregular en términos de crecimiento, y con un mal que nunca pudo ser resuelto: la inflación. Responsabilidad conjunta de un ya oxidado kirchnerismo –de cuyos mandatos, el de Néstor Kirchner fue sin dudas el de mejor balance- y un macrismo cuya bandera de “apertura al mundo moderno” supo destruir una débil economía local. En suma, la caída del PBI anual, el endeudamiento externo, el aumento del precio del dólar, y más ajuste estatal, conformaron una cruda realidad en la que sus habitantes deambulan desesperados por un salario que alcance para la costosa canasta básica. Y todo esto, con o sin pandemia.
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Sin respuestas
Dejando a un lado los antecedentes que aún sufrimos, resta afrontar la realidad. Según datos del INDEC, en el último trimestre 2020 la tasa de desocupación fue del 11% y alcanzó a 1,4 millones de personas. En este contexto pandémico, en junio se sabrán los resultados del primer trimestre de 2021, y todo parece indicar que serán negativos. Si el mercado laboral no ofrece vacantes, las respuestas deberían llegar por otra vía. En ese sentido, son bienvenidas las asistencias que el estado –sea cual fuese el gobierno de turno- realice para intentar solventar dificultades.
En un panorama en el que sostener más de un empleo es vital, y realizar horas extras es inevitable –léase el caso de los trabajadores de la salud, quienes en pandemia están haciendo miles de horas adicionales-, las consecuencias en los estilos de vida van a ser irreversibles. Dicho esto, será cuestión de tiempo para averiguar qué estragos causa a futuro esta naturalizada sobreexigencia laboral. Si bien las lesiones físicas y psíquicas se intentan revertir con el consumo de fármacos, o acudiendo a un especialista en salud mental, el desafío es más amplio y excede las posibilidades “resolutivas” de sus trabajadores.
Según datos del INDEC, en el último trimestre 2020 la tasa de desocupación fue del 11% y alcanzó a 1,4 millones de personas. En este contexto pandémico, en junio se sabrán los resultados del primer trimestre de 2021, y todo parece indicar que serán negativos.
La vorágine de un sistema cuya economía mundial tiende más al “emprendedurismo” y a la etérea imagen de una empresa multinacional, provoca que las relaciones laborales se resignifiquen. El problema, es que este tipo de vacantes laborales que suelen estar en alza, no encajan con las competencias socioculturales y educativas de un país atrasado tecnológicamente como lo es Argentina. Pero además, porque también fuerzan a la necesidad de estándares de vida al cual no todos tienen acceso, como el mantenimiento de una estable conexión de internet, o un Smartphone de última generación.
Habrá que ver si en un futuro la situación del mercado laboral presenta otras alternativas a las actuales, al menos para no repetir una insana competencia por novedosos puestos para unos pocos. O en cuyo caso, apelar a que la economía regional y global crezca post pandemia, pero acompañada de medidas macroeconómicas capaces de sostener mejoras en el empleo y la calidad de vida. De lo contrario, el trabajo seguirá siendo ese invisible mal que daña la salud de los empleados, cuyos anhelos por subsistir hasta el mes siguiente serán los mismos de siempre. Cueste las horas que cueste.
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