Los animales no saben contar: cinco poemas de Marina Casas

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«Me gustan demasiadas cosas/ pero las plantas no/ que no me hablan,/ no se mueven,/ son casi como muerte,/ que no me tocan/ ni me miran», se lee en uno de los poemas de Marina Casas y que forman parte de su primer libro Los animales no saben contar (Rangún, 2021). La dificultad de clasificar al cariño, al deseo y la presencia de nuestro cuerpo en medio de un mar inquieto de cambios mentales y sentimentales, los temas principales en esta selección. «La ausencia es una herida/ sin cicatriz», concluye la autora.



Sobre la autora

Marina Casas nació en Buenos Aires en 1986. Es Licenciada en Psicología (Psicoanalista) y se  especializó en Inclusión escolar. Escribió artículos para las revistas Novedades Educativas, El sigma, Provocación y la Revista de Psicología de la UCA.
Como guionista, su primer largometraje Del ruido al ritmo ganó el premio “Mejor guión Conexión” en el Oaxaca Filmfest (2017). Se formó en comedia musical y como bailarina y profesora se especializó en Tap y Estilos Urbanos, perfeccionándose en academias y festivales de Nueva York, Los Ángeles, Brasil y Francia en los últimos doce años. Escribió, coreografió y dirigió las obras de danza teatro y poesía: Sujeto/a (2018) y Trenza (2019). Es miembro fundadora de la Asociación Argentina de Tap. En 2020 lanzó su primer disco, Semblantes, utilizando al tap como instrumento en la mayoría de sus canciones. Los animales no saben contar es su primer poemario.

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1.

Yo no hablo con las plantas.
Las riego casi con violencia.
Las cuido descuidándolas.
¿Por qué amar las plantas
debería hacerme buena,
más humana, natural o espiritual,
conectada con algo verdadero?
Me gustan demasiadas cosas
pero las plantas no
que no me hablan,
no se mueven,
son casi como muerte,
que no me tocan
ni me miran.
Si no me das nada
no te voy a querer.

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2.

A veces me detengo
en el pasillo yendo
del living a la habitación
ida y vuelta, me detengo
me miro en el espejo que asoma desde el baño
para no olvidarme quien soy.
Para seducirme con mi propio cuerpo
con la astucia de mi piel que me resta
la mitad de los años que cargo a mis espaldas.
Quiero todavía sostenerme
poner dos broches en mis hombros
mantenerme erguida
como la ropa nueva en mi balcón
que a pesar de los vientos que la mueven
no se deja caer.

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3.

I.
Un pedazo extirpado,
bola de restos enquistados
de uñas, dientes y pelos.
Instrumentos que tienen impacto
en manos de hombres.
Tengo el ovario izquierdo
cargado de resentimiento.

II.
Hoy incomoda el cuerpo,
siento que mi piel se expande,
que me brota un deseo:
cuidar a un otro,
sólo puedo pensar
en un nacimiento.

III.
Corre sangre,
este no es el momento.
Me mancho de preguntas.
¿Cómo saber si habrá un tiempo?
La ausencia es una herida
sin cicatriz.

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4.

Hikikomori
dicen que es un trastorno japonés
como si acá no supiéramos
encerrarnos para hacer
de la soledad un lugar seguro.

Wikipedia describe
que es un fenómeno social
con síntomas de ansiedad, fobia y timidez.
Pero yo no encuentro la palabra
que diagnostique lo que siento
cuando cualquier estímulo externo
se me inyecta como el dolor de una jeringa.

Suele afectar a hombres
pero acá son hombres
los que la mayoría de las veces
me dan miedo.
Dejo de tomar taxis,
dejo lo fallido de las citas,
dejo las amistades
para no hablar otra vez
de los fracasos.
La repetición de lo mismo
me robotiza aún más que encerrarme
con la televisión o la internet.

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5.

En la adultez enamorarse
se parece más
a una decisión
que a una mariposa

una pastilla
o el borde de una piel
para no enloquecer

la piel
que me haga borde
y sostenga
una espalda contra la mía
advertida
que si uno empuja de más
nos caemos dos.

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