Única novela de la poeta y crítica literaria Jean Garrigue, El hotel de los animales, publicada originalmente en 1966, y recientemente reeditada por La bestia equilátera ofrece una experiencia de lectura particular. Traducida por Ariel Dilon, despliega con fluidez una prosa cargada de imágenes que mezcla en iguales dosis ternura y el impacto de las vivencias de un grupo de animales que forman una comunidad en una posada donde reina una aparente tranquilidad.
Hay historias con ritmos magnéticos que se desenvuelven de forma tan hábil que no es posible predecirlas. Esto es algo de lo que sucede en El hotel de los animales (La bestia equilátera, 2020), novela publicada originalmente en 1966 por la poeta, novelista y crítica literaria estadounidense, Jean Garrigue, quien fue definida como uno de los “misterios literarios más importantes del siglo XX”. Reconocida e invisibilizada a su vez por alejarse de las modas de la época, la autora construye un estilo cargado de imágenes que crean una prosa visual y armónica a lo largo de toda el libro.
Animales retirados que viven en un hotel en el bosque y crean una comunidad nucleada por una osa, la figura matriarcal que regentea el lugar con iguales dosis de autoridad, ternura y generosidad y que vela por el bienestar de todos sus huéspedes. Junto a ella se congregan cada noche para escuchar historias, debatir y habitar así un espacio donde todos parecen haber encontrado la armonía a pesar de sus diferencias. Entre las reglas de convivencia, la osa es estricta particularmente en una: no indagar en el pasado, no contar historias que entristezcan la vida que lograron construir en la posada, que se supone mejor a todo lo que atravesaron antes de llegar allí. Un refugio donde mantener la alegría y tranquilidad, pero no para “desamparados y extraviados”.
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De todas las historias es precisamente la de la osa la más intrigante para los animales, que aprendieron a reconocer en los gestos de su anfitriona un pasado enigmático que se resiste a revelar. Un día, un invitado indeseado – que es aceptado por la osa incluso en contra de sus propias reglas – pone en jaque a la comunidad. Surgen los recelos: aquella en quien más confían parece encarnar, para los huéspedes, una especie de traición. Ese es el punto de partida que empieza a movilizar, sin que lo sepan, recuerdos que más adelante darán rienda suelta a lo que en un primer lugar estaba estrictamente prohibido: narrar vivencias ocultas que permiten comprender el presente, motorizar los anhelos y deseos, explorar las vicisitudes y también la crueldad humana.
Lejos de estructuras rígidas, la narración permite una lectura fluida, enriquecida por las descripciones de escenarios, que permiten adentrarse en los múltiples relatos que se despliegan intercambiando pasado y presente. Con destreza, la autora logra crear una atmósfera aparentemente ingenua y por momentos onírica, que en realidad es el punto de partida de una profundidad mayor, de episodios que conforman puntos cúlmines en la vida de estos animales. A medida que nos adentramos en el relato, esa barrera de protección que las paredes del hotel parecen edificar se va difuminando, para perderse no solo en las historias pasadas, sino también en la reflexiones sobre temas como la libertad, el amor y la amistad.
Así, recursos como el suspenso, el humor y la ternura se alternan hábilmente con revelaciones clave que permiten giran la trama y la mantienen en constante movimiento. Se lee por ejemplo: “Lo vi todo con una repentina y vívida claridad (…) Vi que era inútil tratar de volar detrás de todo aquello, inútil confiar en este nuevo sueño, que no era más que un eco del sueño primero y profundo, y lo vi, y me sentí satisfecha”. En ese sentido es que puede decirse que la novela se enmarca inicialmente en el género de la fábula, gracias a la personificación de estos animales que permite bucear por temas inesperados, pero sin adquirir en ningún momento un tono pedagógico o moralizante.
Considerada una verdadera «joya» dentro de la obra de Garrigue, El hotel de los animales habilita una experiencia de lectura particular gracias al tono poético de su prosa, al sortear lugares comunes que permiten adentrarse en la búsqueda de experiencias junto a los personajes del propio libro, al exponer contradicciones que permite perderse e incomodarse en los momentos de la lectura menos esperados.