Cronológicamente desde que comenzó la pandemia de Covid-19, siempre se estuvo buscando responsables de no tomar recaudos sanitarios. En Argentina, esto trascendió tantos nombres y actores sociales que llegó a atravesar a todo el arco político hasta llegar a la ciudadanía, sin distinción de clases sociales. Hoy en día, la juventud parece ser la gran responsable, pero ¿qué rol juegan los grandes medios y las autoridades?
Por Ignacio Martínez*
Estigmatizar es un verbo que suena recurrentemente en los medios masivos de comunicación. El uso puede variar según la circunstancia, no por su significado en sí, sino por elegir a quién se lo estigmatiza. En rigor, se trata de “marcar” algún rasgo descalificador de cierta persona o actor social en una categoría rebajada para el resto de la sociedad, quien la ve negativamente.
Lo irónico del uso del verbo en un medio, recae en que son éstos justamente quienes también se nutren de posturas editoriales para señalar a quienes se estigmatiza. Pero si al accionar mediático le sumamos las voces de las autoridades públicas que también refuerzan directa o indirectamente el estigma, el caldo de cultivo es inevitable: tenemos a quien señalar. Ahora, esto acciona en todo aquel o aquella que pueda englobarse en la incansable categoría de “jóvenes”, y la supuesta falta de conciencia frente a la pandemia.
Si al accionar mediático le sumamos las voces de las autoridades públicas que también refuerzan directa o indirectamente el estigma, el caldo de cultivo es inevitable: tenemos a quien señalar.
Cronológicamente desde que comenzó la pandemia de Covid-19, siempre se estuvo buscando responsables de no tomar recaudos sanitarios. En Argentina, esto trascendió tantos nombres y actores sociales que llegó a atravesar a todo el arco político hasta llegar a la ciudadanía. Lejos de contribuir a la sensatez, tanto medios de comunicación como autoridades se encargaron de señalar culpables en mayor o menor medida: manifestantes, agrupaciones políticas, funcionarios públicos, runners, personalidades públicas, personalidades anónimas, marchas a favor y en contra de, eventos masivos, funerarles masivos, clases altas, clases bajas, etc. La lista sigue y parece absurda.
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Sin embargo, aunque carece de sentido el punitivismo discursivo de fomentar el aumento de contagios, desde que comenzó el 2021 los medios han elegido ahora señalar a “la juventud”. Esta categoría abstracta, relativa y cambiante, es englobada por los medios taxativamente en una sencilla franja etaria que va, aparentemente, desde los 18 a los 30 años. Del mismo modo, así como discursivamente se dictamina el principio y el fin de quienes son “jóvenes”, se los caracteriza como irresponsables, embebidos de libertinaje, festivos, y sin matices. Y sumado a la crisis sanitaria, se los tilda de evasivos frente a los recaudos higiénicos, es decir, culpables de reproducir un virus pandémico.
Un punto de inflexión tiene que ver con las fiestas de fin de año de diciembre del año pasado. Noticias sobre parques repletos de jóvenes alcoholizados, fueron cubiertas por noteros de televisión que madrugaban para buscar testimonios a los cuales descalificar. Contradictoriamente, diciembre fue el mes de mayor circulación de personas, contando reuniones y festividades. No obstante, la culpa empezó a echarse de a poco y “la juventud” era señalada por vecinos que denunciaban los destrozos en manos joviales.
Aunque carece de sentido el punitivismo discursivo de fomentar el aumento de contagios, desde que comenzó el 2021 los medios han elegido ahora señalar a “la juventud”. Esta categoría abstracta, relativa y cambiante, es englobada por los medios taxativamente en una sencilla franja etaria que va, aparentemente, desde los 18 a los 30 años.
Con el comienzo del verano, el tema de agenda se fue renovando, esta vez a merced de las fiestas clandestinas que se llevaron (y se llevan a cabo) durante enero, mayoritariamente, en la costa atlántica. Una vez más los señalados son los jóvenes, aunque no haya pruebas suficientes para generalizar, más que todas las fiestas desmanteladas que los medios lograron cubrir. De todas formas, fue suficiente para instalar que los culpables del “veranovirus” son aquellos y aquellas que desafían a la autoridad cuales padres gruñones. Pero además, esta premisa deja exentos de responsabilidades a quienes sean de mayor edad, ya que pareciera que sólo una parte de la sociedad puede ser festiva en la clandestinidad de una pandemia.
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Ahora bien, el rastrillaje mediático ha sido funcional en la medida en que logra construir un estereotipo de sujeto tras reproducir discursivamente la misma idea: el “joven” inconsciente ante la propagación del virus. Contradictoriamente, el significado que se le atribuye a los adolescentes y adultos (al menos ante la ley ya lo son) carece de conciencia, en la medida en que generaliza sin reparos a un tipo de actor social como unívoco. Léase festivo, arrogante, egoísta y evasivo a las pautas sanitarias. La idea de imagen del mal de este verano, también se representa de un modo símil sin importar el género, a través de postales de atardeceres en playas (casi siempre marplatenses o de Pinamar), incluso estereotipando cuerpos y gestos.
La repetida cobertura de playas repletas de pre adolescentes y adultos veinteañeros configura un imaginario eficaz para señalar el estigma de la edad como multiplicador de contagios. Los medios hegemónicos se hacen de una voz moralista para culpabilizar a una franja etaria, marcando agenda e inyectando una dosis de “realidad” construida para demarcar un límite entre un “ellos” y un nosotros”. “Ellos” como estos salvajes que nos ponen en riesgo aún en pandemia, y “nosotros”, quienes no formamos parte de esa jauría de hormonas y podemos tomar la palabra de la sensatez.
La idea de imagen del mal de este verano, también se representa de un modo símil sin importar el género, a través de postales de atardeceres en playas (casi siempre marplatenses o de Pinamar), incluso estereotipando cuerpos y gestos.
En este sentido, la postura editorial marca una actitud maniquea pero que del mismo modo tiende a no ser autocrítica. Si bien hay opiniones que intentan hacer una leve observación de que a los jóvenes no debe culpárselos del todo en un contexto de múltiples variables, no tiene equilibrio en un ecosistema mediático que se encarga de señalar lo contrario la mayor parte del tiempo.
Ahora bien, a las voces dominantes debe sumársele autoridades que sí tienen un mayor peso para que los diferentes actores sociales no queden expuestos en la pandemia. No debe olvidarse que el poder de los representantes políticos es por exagerado mucho mayor que el de un adolescente tomando un trago en una playa sin cumplir el distanciamiento social. Son los líderes los que orientan indirecta o directamente las medidas que se aplican a la sociedad, y no al revés.
En términos de correspondencia, si los medios reproducen una imagen y las autoridades se valen de esto, es este conjunto a quien más se debe responsabilizar la construcción de un estigma a la juventud
En términos de correspondencia, si los medios reproducen una imagen y las autoridades se valen de esto, es este conjunto a quien más se debe responsabilizar la construcción de un estigma a la juventud. Así como la conciencia sanitaria no es propia de una franja etaria, tampoco es de una lucidez impregnada a quienes no forman parte de ella: ni adultos, ni medios, ni autoridades, escapan a la complejidad del problema.
Frente a los estigmas mediáticos habría que repensar por un instante las suposiciones previas y evitar las generalizaciones. A fin de cuentas, es a priori un ejercicio más sano para no caer en falsas acusaciones imaginarias.
O al menos, hasta volver a escuchar noticias que machaquen pensamientos.