Dos novelas de autoras contemporáneas argentinas que eligieron la tierra como hilo conductor de sus historias. Con protagonistas mujeres que duelan a sus madres y hogares que se vuelven oscuros, evasivos, se hilan recuerdos, olvidos, búsquedas. Cometierra y Bajo sus pies nos sumergen en realidades diversas y cotidianas a la vez.
Por Julieta Blanco
Bajo sus pies (Blatt & Ríos, 2020) de Leticia Obeid relata la historia de Elena quien decide volver a su pueblo natal para hacerse cargo de la casa materna luego de la muerte de su madre en un pueblo de la provincia de Córdoba. En ese proceso de reencuentro con familiares, lugares y objetos cargados de recuerdos, deberá decidir si sigue adelante con el deseo de su madre: trabajar un campo por su cuenta y ver lo que esa tierra tiene para ofrecerle.
“Elena tuvo la sospecha de que todo lo que la rodeaba era ahora nuevo, impropio, un mundo donde las sustancias ya no eran lo que parecían, o por lo menos ya no había una continuidad que le permitiera interpretar los gestos, los signos, el paisaje de siempre. Algo la había separado y ella tenía que encontrar nuevamente un idioma para comunicarse.” Bajo sus pies (Blatt & Ríos, 2020)
Cometierra (Editorial Sigilo, 2019) de Dolores Reyes relata la historia en primera persona de una protagonista, también mujer, con un don que le da origen a su apodo: puede comer tierra y a partir de ella tener visiones. Este don que comienza como acto desesperado tras la muerte de su madre, se esparce como un rumor de boca en boca hasta convertirse en una herramienta para hacer justicia: “Empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron”.
“Cierro los ojos para apoyar las manos sobre la tierra que acaba de taparte, mamá, y se me hace de noche. Cierro los puños, atrapo y la llevo a la boca. La fuerza de la tierra que te devora es oscura y tiene el gusto del tronco de un árbol. Me gusta, me muestra, me hace ver.
¿Amanece? No. Es el sol que me enciende los ojos y la piel. La tierra parece envenenarme. Dicen:
-Levantate, Cometierra, levantate de una vez. Soltala, dejala ir.
Pero sigo con los ojos cerrados. Lucho contra el asco de seguir tragando tierra. No me alcanza, no me voy a ir sin ver, sin saber”.
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Elena había dejado Noetinger para luego estudiar en Córdoba capital y armar su vida en una lejana y húmeda Buenos Aires. Su historia había transcurrido en diversos escenarios que la alejaban cada vez más de su vida pueblerina. Un novio violento en el secundario, la separación de sus padres, habían moldeado, en gran medida, su exilio acelerado. Pero su vuelta al pueblo, ahora adulta, transcurre en otro tiempo; un tiempo de duelo, de orden y desorden, de angustia y aprendizaje.
Junto a su hermano Julián deciden llevar adelante la siembra en el lote de su madre y eso la sumerge en un terreno desconocido. Plagado de hombres que la miran con desconfianza, investiga todas sus posibilidades. “Suelo tipo II”, “retenciones”, “rotación”, “barbecho químico”, “carga orgánica”, forman parte del nuevo campo semántico que resuena en su cabeza y quizás también en la de su madre, cuando había decidido empezar ese mismo camino.
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Dos novelas con protagonistas mujeres que duelan a sus madres en terrenos inciertos. Casas que se vuelven oscuras, evasivas. Tierra que hila recuerdos, olvidos, búsquedas. Con distintos ritmos, pero igualmente atrapantes
Cometierra transcurre en algún barrio del conurbano bonaerense donde la violencia y el desamparo configuran la cartografía del lugar. La marginalidad de Cometierra se recrudece detrás de ese don involuntario e indeleble. Su rareza la recluye. En su casa compartida con su hermano, que es todo lo que le queda, la gente empieza a contactarla con pequeñas ofrendas de tierra que ella come para dilucidar crímenes, paraderos de personas, sobre todo de mujeres desaparecidas.
“Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve”. Cometiera mastica las injusticias. Como si el dolor propio no le fuera suficiente, la protagonista lidia con la tragedia y la desesperación ajena, que va sedimentando, poco a poco, en su propio cuerpo. Cometierra no puede escaparse de ese don; un don portátil, que la acompañará vaya a donde vaya.
En definitiva, se trata de dos novelas con protagonistas mujeres que duelan a sus madres en terrenos inciertos. Casas que se vuelven oscuras, evasivas. Tierra que hila recuerdos, olvidos, búsquedas. Con distintos ritmos, pero igualmente atrapantes, Cometierra y Bajo sus pies nos sumergen en realidades argentinas diversas y cotidianas a la vez.
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