Corazón Loco, la nueva película protagonizada por Adrián Suar, se convirtió en la película más vista de Netflix al mismo tiempo que generó una ola de crítica negativas alrededor de su falta de perspectiva de género: la historia de un hombre bígamo que engaña a dos mujeres y se plantea a sí mismo como una víctima incomprendida no parece encontrar lugar en tiempos de revolución feminista. Reproduciendo los estereotipos de género y de clase más gastados del imaginario social, la película se basa en prejuicios machistas para construir un estreno de cine con olor a naftalina.
En los últimos años, el debate sobre la falta de mujeres en la industria cinematográfica comenzó a ganar peso y desde diversos sectores se comenzó a hablar sobre la diferencia que hace la inclusión de perspectiva de género en todas las etapas de producción de las películas. Corazón loco es el ejemplo perfecto de lo que pasa cuando no se aplica un ojo crítico sobre una idea que suena básicamente a una premisa del siglo pasado: un hombre en pareja con dos mujeres a la vez (cada una desconoce, por supuesto, la existencia de la otra) se enfrenta a los riesgos constantes de que descubran su doble vida. Fernando Ferro, el personaje interpretado por Adrián Suar, vive la mitad de la semana en Mar del Plata con su esposa Paula (Gabriela Toscano) y sus dos hijas adolescentes y la otra mitad en Buenos Aires con su pareja Vera (Soledad Villamil) y su pequeño hijo. Tiene dos casas, dos autos, dos celulares y múltiples coartadas para evitar ser descubierto, pero un accidente termina desencadenando su peor pesadilla: sus parejas se conocen y comienzan a planear una venganza.
Por más de que la idea sea trillada y predecible, ubicando la película en el 2020 se podría pensar que esta premisa abre el juego a plantear problemáticas respecto a la poligamia, la responsabilidad afectiva o la naturaleza de la institución del matrimonio, pero no. La resolución del conflicto bien podría haber sido sacada de una película del siglo pasado, donde el hombre es la víctima de ser quien «ama demasiado»: él, el hombre exitoso que dio todo por sus dos familias, que trabajó duro, que llevó el pan a la mesa, se plantea como un incomprendido y desde ese lugar busca generar un triste vínculo de complicidad con el espectador.
La película está narrada desde el punto de vista del hombre y desde esa mirada están construidos también los personajes de sus mujeres, dibujadas a trazo muy grueso y rellenas de todo tipo de estereotipos. Paula, su pareja en Mar del Plata, trabaja como maestra y es dedicada a su casa y a sus hijas. Cuando se entera de las mentiras de su marido, adquiere una actitud sumisa y conciliadora. Vera, en cambio, es una mujer profesional y con actitud que, frente a la noticia de la infidelidad de su pareja, reacciona elaborando una compleja venganza. Las mujeres son reducidas a dos siluetas de cartón sin ningún tipo de dimensionalidad interesante para profundizar: en este universo una mujer puede ser «boluda» o «loca», o quizás las dos a la vez, pero siempre en el lugar de enemigas del hombre sacrificado que solo tiene amor para dar.
Corazón loco no solo es una película mala que falla en su misión de hacer reír y se empantana en escenas tediosas y repetitivas, sino que es una muestra de cómo los prejuicios machistas siguen arraigados en la sociedad argentina y cómo, al reflejarse en la pantalla, buscan formar espectadores cómplices de estos códigos del pasado. La producción de una película como esta lleva múltiples etapas de visionado y revisionado antes de llegar a las salas de cine y requiere que muchas personas piensen que es una buena idea llevarla adelante: es la razón por la cual el filtro de la perspectiva de género es cada vez más necesario para marcar un cambio definitivo en el rumbo de la industria audiovisual.
¿Dónde la veo? Está disponible en Netflix.