«El futuro -dice- es un pequeño territorio/ que se mira con afecto,/ amorosamente// y sin verdadera comprensión», concluye Carlos Battilana en uno de los poemas perteneciente a su libro inédito La lengua de la llanura. Con una mirada atenta a los detalles tanto de lo tangible como lo intangible, el autor se mueve con sutileza entre diferentes registros y estilos para dar cuenta de una sensibilidad que no se apoya en el desborde. Después de publicar su obra reunida en Ramitas (Caleta Olivia, 2018), Battilana continúa en su eterna búsqueda de captar el instante, sin importar lo imposible que eso parezca.
Sobre el autor
Carlos Battilana nació en Paso de los Libres (Corrientes) en 1964 y actualmente reside en Buenos Aires. Es autor, entre otros libros, de Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005), Materia (Vox, 2010), Velocidad crucero (Conejos, 2014), Un western del frío (Viajero Insomne, 2015) y Una mañana boreal (Club Hem, 2018). La editorial Caleta Olivia publicó su poesía reunida con el título de Ramitas (2018). También publicó las plaquettes Una historia oscura (Ediciones del Diego, 1999), La hiedra de la constancia (Color Pastel, 2008) y Fluido eléctrico (Ediciones Arroyo, 2019). Sus poemas han aparecido en antologías de poesía argentinas y latinoamericanas. Realizó la compilación y el prólogo de las crónicas de César Vallejo en Una experiencia del mundo (Excursiones, 2016). Publicó el libro de ensayos El empleo del tiempo. Poesía y contingencia (El Ojo del Mármol, 2017). En co-autoría escribió el prólogo a Nuestra América de José Martí (Biblioteca del Congreso, 2019). Se desempeña como docente universitario.
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1. Enigmas
Antes,
en la estepa ventosa,
ella escrutaba,
como si trajera una larga visión infantil,
los días que vendrán.
Ahora observa las piedras alrededor. Una a una. Despreocupada.
El futuro -dice- es un pequeño territorio
que se mira con afecto,
amorosamente
y sin verdadera comprensión.
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2. Nocturno
Liviano ante las ruinas de este jardín,
el aire
que atravesó ciudades y ríos
roza la superficie. ¿Qué
fatiga, qué bellísima fatiga
nos disuelve?
En esta tarde de junio
de un cielo plomizo
dejo atrás lo que viví,
y el escaso margen que queda,
el frío
es
-sabemos-
una llama blanca
que encenderá una letra, una voz y
una caligrafía
con que se pueda escribir
eso que cada uno,
a su modo,
conoce:
que las horas y los días,
que las lluvias torrenciales
son apenas
hechos pasajeros
que más allá
de sus destrozos,
los temporales pueden dotar de fuerza
a los seres
inmersos
en su estruendo
y que el olvido,
que todo lo arrasa
y todo lo ve,
no tiene fin
que, a pesar de todo,
las tempestades
pueden volverse benignas
como animales nocturnos
disolviéndose.
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3. Antes
Piensa que cada
región de la llanura
es una extensión
de arbustos, zanjas y lagunas
aves, ríos
y restos de barro
paja seca.
Esa línea infinita
que se ve en el horizonte
tendrá
la luz del desierto.
Nada cesa
en este sitio: ni un poco de aire
ni el fuego ardiente
de la quietud matinal.
No cesan las lluvias
ni tampoco la transparencia del sol
al otro día.
Entre las luces últimas
sucede una historia
que es como un líquido
corriendo
al medio del pecho.
En las márgenes del río,
muy cerca,
se abrazan
dos adolescentes. Se ríen, aprovechan
el aire
alrededor. Se acarician apenas desnudas, vuelven a reír.
Caminan, corren
parecen no tener miedo
a la mutua fascinación.
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4. Lecciones de botánica
Pequeñas hojas amarillas
caen
en los bordes del lago.
Pronto
el viento fuerte
del otoño
desmantelará
la inmensa gramilla
verde. La brisa
ahora
parece insignificante
pero es llamativa
su voluntad.
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5. El hambre
Pastizales marrones y charcos moribundos que anuncian el hambre en la llanura: si un ave terrestre pasa, los ojos del deseo serán una posible tentativa de alimento, entre hogueras y pequeños soles que sostienen -como se puede- la alegría, porque el cuerpo un poco más aún vivirá.
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