El escritor, periodista cultural y psicólogo Facu Soto trabajó durante años en reconstruir la vida y obra de uno de los poetas más leídos de la actualidad. El anuncio por parte de la editorial Mansalva sobre la publicación de Ioshua, la biografía ya despertó expectativa e interés por conocer más detrás de la niebla improductiva que suele ser la etiqueta de «poeta maldito». A continuación, un adelanto del libro que pronto va a llegar a las librerías.
Discriminación
Una noche estrellada. Calor. Una fiesta muy chic en San Telmo, donde Ioshua había sido invitado para leer. Gente en la puerta con tragos. Adentro, más gente con tragos. Gente y más gente. Más tragos. Tragos de colores en las manos, moviéndose entre las luces del lugar que se movían como locas. Gente. Tragos. Más gente. Más tragos. Tragos en lo alto para que no se los lleven por delante. Ioshua apareció ahí, entre la música que no paraba de martillar los cuerpos, vestido como siempre: con un pantalón de gimnasia, una remera, zapatillas, y su gorra negra con letras verde loro. Se apoyó en una columna de hierro. Al lado había un grupo de chicas que se reían y charlaban con sus peinados batidos a lo March Simpson apuntando al techo. Una, con bronceado caribeño y traje de Gatúbela, mientras lo miraba de reojo, en voz alta y frunciendo la nariz, le preguntó a sus amigas: “¿Y este mendigo quién es?”. Ioshua se dio vuelta y alterado la miró. Se quedó duro. No le salían las palabras hasta que pudo preguntarle: ¿Qué? La chica, mirándolo como a un extraterrestre, le dijo: “¿Cómo llegaste hasta acá?”, y se reía. Yo soy Ioshua, estoy invitado a la fiesta. Soy artista. “Pensé que eras el que cuidaba los autos. Que te habías colado. Sorry”.
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Cada vez que Ioshua contaba esta anécdota sus ojos se llenaban de lágrimas. Ioshua sabía que lo discriminaban, que hacían comentarios clasistas a sus espaldas. Sabía que en ciertos lugares generaba atracción, cuiriosidad y hasta simpatía, pero, esa misma gente que lo podía ver como a un personaje exótico y vistoso, si lo veía en la calle se cruzaba de vereda. La artista Fernanda Laguna recuerda cómo conoció a Ioshua: “Fue en el 2002. Él venía a traer sus fanzines y sus discos, que a mí me fascinaban, con esa estética negra y todos hechos a mano; uno por uno… Le compré varios, era su fan. Después, en el 2004, hizo eventos en Byf, tocaba la guitarra y hacía performance con el grupo donde estaba Klaudia con K; ahí nos veíamos bastante. Al tiempo le publiqué una plaqueta, por Byf, y no sé. Hablábamos bastante, no me acuerdo de qué hablábamos. De las cosas que quería hacer y de sus proyectos. Lo que estaba haciendo y de sus novios de la provincia. Me contaba las historias de sus novios; estaba bastante alucinado con lo que vivía. 20 Cuando yo vi la estética de Ioshua ligada a lo gay, realmente no había nada, en ese momento, que fuera ni parecido: el conurbano, lo gay. Yo hablaba un montón con él, porque cuando venía nos quedábamos charlando. Pasaron tantas cosas, que la verdad no me acuerdo. Que dormía en bancos de plaza. Vivía en la provincia, venía desde lejos para traer los fanzines. Por ahí, él se quedaba a dormir en la calle porque no tenía como volver. En ese momento no tenía muchos amigos. Que yo supiera no tenía amigos en Capital, del mundo de la literatura y la poesía; y todavía no lo conocían los poetas. Era previo a que lo conocieran. Él venía a traer sus libros manuscritos a la librería, antes que empezaran a circular sus cosas. Yo los mostraba y la gente se copaba con Ioshua, pero tardó muchísimos años en hacerse un poco conocido, demasiados años. Yo le había pedido el librito de Belleza, desde hacía siglos; pero como él ya se autoeditaba, siempre estaba ahí, no sabía, iba a preparar algo… me decía y me dejaba ahí, caliente para sacarle algo; y después de muchos años surgió esa posibilidad. Era muy reticente, en el sentido de que era muy de la autoedición. Era un amor. Muy entusiasta con todo. Muy orgulloso y seguro de lo que hacía. Muy amoroso y cariñoso, y para nada malhumorado, para nada, para nada. Tenía mucha esperanza de que le iba a ir bien. Confiaba en lo que hacía”.
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Mariano Lambertucci dice: “Era una persona muy tranquila, no de bajo perfil, pero sí tranquila. Muy educado. Muy seguro. Era bardero, como toda gente joven que está en un ambiente así, pero era re pacífico. Escuché que después se volvió más fastidioso; pero yo no lo vi así. Cuando me llamaba para pedirme algo, me hablaba re tranquilo. Cuando lo frecuentaba era un pibe divino, sociable, súper educado. Muy delicado. Se peleaba cuando lo bardeaban; nada más”. El performer y artista Ezequiel Romero comenta: “Siempre aparecía en nuestras performances como espectador y a veces como participante. Se sentaba en el piso de B&f, con una remera negra de Pantera, y hacía sus temas con la guitarra criolla. De regreso al oeste donde vivíamos empezamos a compartir y a tejer un territorio común. Él era de Libertad y yo de Villa Tesei (Hurlingham). Colgados en el furgón del tren trazamos coincidencias familiares, sin padres, vivíamos con nuestras madres en el conurbano. Era muy curioso y nutritivo”.
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Yo nací en Libertad, me crié ahí. Libertad es un barrio muy pequeño perdido dentro de Merlo. Es una zona semi rural, el último cordón del 21 conurbano. Cunado yo nací era un campo con apenas cuatro ranchos y un par de familias nada más. Ahí me crié. Después se urbanizó un poco más, empezaron a llegar más vecinos y más casitas y todo empezó a mejorar. Yo no puedo decir que haya sido dañado por la homofobia en el barrio; porque siempre fui un pibe común y corriente. Yo siempre era un problema porque me juntaba con los peores y no estaba en ese lugar vulnerable de ser la mariquita del barrio, la que todos se burlaban o le gritaban cosas desde la esquina. Me han gritado estupideces, pero así mismo me paraba. Y si me han dado una mano en la cara, bueno, yo también tengo dos y me he defendido; y he impuesto respeto. Exigí el respeto que yo merecía, y sentía que era el que debían darme. Nunca me creí eso de que el puto tiene el nombre diminutivo, el Carlitos, el Robertito, bueno; yo no. Yo soy yo y se me respeta. Yo impuse ese respeto. Si me fui, fue porque sentí que dentro de mi alma había cosas que debía encontrar. Y que la esquina se había agotado para mí. Con los pibes estaba todo bien, pero bueno… Tenía otro mundo, que yo intuía, ahí afuera; y salí a buscarlo. Simplemente eso. No existe esa victimización marica, que todo el mundo es una burla. Todos podemos ascender, decía Ioshua, unos años más tarde, en el programa de radio “Pasa en las mejores familias”, FM 104.5 Nacional Rosario. Ioshua siempre dijo que nació en Libertad, el barrio donde se crió, aunque sabemos que nació en Haedo.
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Sobre el autor
Narrador, poeta, periodista y psicólogo con perspectiva de género. Colabora en el suplemento Soy de Página 12 (desde 2010). Coordina el Laboratorio de Literatura Gay-Queer en el Centro Cultural Ricardo Rojas (desde 2014), y dio numerosas charlas y conferencias sobre Teorías Queer (Universidad Federal de Río de Janeiro, Feria del libro, Colegio de Piscólogos, entre otros). Es profesor adjunto de la materia Diversidad e inclusión en la UFLO (Universidad de Flores) y dirige la Diplomatura en Diversidad sexual en la UFLO.
Tiene más de 30 libros, entre ellos se destacan: Juego de chicos (2011, Conejos, re editado en Chile por Emergencia Narrativa, y traducido al inglés, 2018, Jitney Books Press, Estados Unidos), Taller literario (2013, Blatt & Ríos), Vivan los putos, Vol. 1 y 2 (2013, Eloísa Cartonera, antólogo), Fotocopia (2017, Paisanita Editora), Conversaciones con Washington Cucurto (2017, Blatt & Ríos), Alegría (2018, Saraza), Las inferiores (2018, Saraza), Ioshua: la biografía (2020, Mansalva), Notas maricas -textos reunidos y publicados en el SOY de Página 12, 10 años de labor periodística LGBTTIQ- 2020, UGNS).