Hoy se cumplen diez años del día en que la Ley del Matrimonio Igualitario modificó la concepción férrea y conservadora de familia para avanzar en el reconocimiento de los derechos del colectivo LGBTIQ+. Aunque el trabajo activo y la lucha por la igualdad es parte de un camino mayor que empezó mucho antes, aquel 15 de julio marcó un cambio clave en la agenda pública. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué cambio a partir de esta demanda por la igualdad? (Foto: Milo Díaz)
El 15 de julio de 2010 los alrededores del Congreso estaban repletos de personas que esperaron las 14 horas de debate ininterrumpido en las que la Cámara de Senadores trató el matrimonio igualitario. Con 33 votos a favor y 27 en contra, resonaron los gritos de quienes festejaron bajo la consigna “Los mismos derechos con los mismos nombres”. Después de meses en los que el tema había finalmente tomado un espacio en la agenda pública – y tras años de trabajo y militancia – la Ley 26.618 modificó el Código Civil, permitiendo que el matrimonio tuviera “los mismos requisitos y efectos, con independencia de que los contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”.
Multitudes que cuestionan la moral establecida, que hacen del deseo una cuestión política, tabúes que se rompen y, los argumentos de quienes buscan seguir excluyendo sobre la base del conservadurismo y la religión.
En la Cámara de Diputados, el debate también había sido extenso y la votación, reñida. Luego de que pasaran por el Congreso alrededor de 60 expositores, la sesión duró más de 12 horas y terminó a las 3 de la madrugada del 5 de mayo de 2010, con 125 votos a favor, 109 en contra y 6 abstenciones. Volver a esos meses y a esas calles es evocar también el tratamiento de otros tantos temas urgentes para la ampliación de derechos, el más reciente quizás, el proyecto de legalización del aborto en 2018. Multitudes que cuestionan la moral establecida, que hacen del deseo una cuestión política, tabúes que se rompen y, los argumentos de quienes buscan seguir excluyendo sobre la base del conservadurismo y la religión.
La «ola naranja»
“Familia hay una sola”, “Los chicos tenemos derecho a un papá y una mamá” y otras frases que encabezaron marchas conducidas por la Iglesia Católica entre globos naranjas, amarillos y blancos. Hoy el naranja simboliza el movimiento que busca la separación entre la Iglesia y el Estado, pero en 2010, era el color que representaba a quienes abogaban por la “familia natural”. Una autodenominada “ola” que decía no discriminar pero sí “diferenciar conductas”, congregada en la puerta del Congreso con material publicitario, de la mano de sacerdotes y obispos que amenazaron con excomulgar a los legisladores y legisladoras que votaran a favor de la ley.
Se desequilibró así el bastión de la familia heterosexual, símbolo por excelencia para resguardar una moral que hoy, por ejemplo, lucha contra la denominada “ideología de género”. Y eso allanó al terreno para hablar de la disidencia y la sexualidad y para tejer redes y demandas que se extienden hasta el presente.
Al igual que en el caso del aborto, la educación sexual integral o, incluso años atrás, el divorcio vincular, el poder eclesiástico intentó imponerse para evitar lo que fue un paso clave en un cambio cultural que sigue construyéndose. La libertad y la diversidad se abrieron paso entre instituciones conservadoras, le torcieron el brazo a quienes insistían en discriminar bajo la figura de unión civil. Se desequilibró así el bastión de la familia heterosexual, símbolo por excelencia para resguardar una moral que hoy, por ejemplo, lucha contra la denominada “ideología de género”. Y eso allanó al terreno para hablar de la disidencia y la sexualidad y para tejer redes y demandas que se extienden hasta el presente.
(Te puede interesar: ¿Qué otros derechos negó la Iglesia Católica además del aborto?)
El camino a recorrer
Argentina fue el primer país de América Latina y el décimo en el mundo en aprobar el matrimonio igualitario. En 2010, aún no se reconocía legalmente la identidad de género, pero la figura de “contrayentes” ya ponía en cuestión la categoría fija de sexo, algo que adelantaba lo que sería la lucha por la sanción de la ley 26.743 en 2012. Sería otro logro en un largo camino que actualmente enfrenta el desafío de desarmar la lógica binaria al interior del Estado. Actualmente esa es parte de una lucha cotidiana. Tal como ha mencionado durante los últimos años en varias entrevistas Martín Canevaro, secretario de la organización 100% Diversidad y Derechos, existen dificultades en los casos de quienes deciden cambiar de género. Aún hay registros civiles que no reconocen los cambios registrales en las actas de matrimonio o en las actas de nacimiento de los hijos de las parejas.
En 2010, aún no se reconocía legalmente la identidad de género, pero la figura de “contrayentes” ya ponía en cuestión la categoría fija de sexo, algo que adelantaba lo que sería la lucha por la sanción de la ley 26.743 en 2012.
Incorporar la perspectiva de género al Estado y contemplar los derechos del colectivo LGBTIQ+ es parte de un cambio de paradigma que comenzó mucho antes del año 2010, con una militancia activa que finalmente logró romper círculos y ocupar las calles de forma cada vez más masiva, imponiendo el deseo y la libertad sexual en la agenda. Empezar por el matrimonio, desestabilizar un núcleo utilizado como caballito de batalla por los sectores conservadores para negar derechos fue parte de un movimiento mayor, que sigue expandiéndose y requiriendo del desarrollo de políticas públicas para defender lo conquistado y avanzar en el reconocimiento de las diversidades.