Años de casa (Santos Locos, 2020) se publicó en marzo, apenas unos días antes de que se anunciara en argentina la cuarentena obligatoria. El título pareció, entonces, profético: poemas sobre estar “adentro” que dialogan con formas de habitar completamente nuevas.
Por Tamara Grosso
En uno de los epígrafes con los que comienza Años de casa (Santos Locos, 2020), libro de poemas de Antonella Vulcano, Estela Figueroa dice: “Y el poema era eso:/ vacío de hogar / quietud de árbol/ hospitalidad de la calle / prodigalidad de río”. Esos versos definen muy el libro que los sigue y lo que se puede esperar de él.
Años de casa se publicó en marzo, apenas unos días antes de que se anunciara en argentina la cuarentena obligatoria, y el título adquirió un nuevo sentido, porque parecía profético. Ahora estos poemas que hablan sobre habitar una casa posiblemente se estén encontrando con lectores que pasan más tiempo en la suya y la habitan de una forma nueva. Este hecho fortuito quizás suma a estos poemas dimensión que los hace todavía más disfrutables.
(Te puede interesar: Malén Denis: “Me gusta hacerme cargo de mis contradicciones”)
Pero sobre todo hay alguien, una mujer joven que habita. Una voz sensible que aparece y desaparece de los poemas, que se hace más o menos visible según sea necesario, que a veces recuerda y reflexiona y otras simplemente describe
¿Qué hay en esta casa? Hormigas que invaden, caracoles que invaden. Chicos que juegan con esos caracoles. El recuerdo de una abuela que fue velada en una habitación. Cajones llenos de objetos acumulados, muebles de madera lustrada. Pero sobre todo hay alguien, una mujer joven que habita. Una voz sensible que aparece y desaparece de los poemas, que se hace más o menos visible según sea necesario, que a veces recuerda y reflexiona y otras simplemente describe, imprimiendo la mirada particular que necesita la poesía para ser conmovedora.
«Años de Casa», de Antonella Vulcano (Santos Locos, 2020)
“Nuestra casa estaba invadida por hormigas, / en la vida familiar luchábamos para exterminarlas / pero en la intimidad del baño / yo daba saltitos para no aplastarlas, / desviaba la corriente del agua para que no se las lleve.”, dice uno de los poemas. Y en otro se lee: “yo escondía los caracoles de los intrusos / que jugaban a ser dioses en el patio de mi casa”. El mismo poema afirma también: “Yo soy la traidora de la familia”.
(Te puede interesar: Laura Wittner: “La vida doméstica siempre me pareció rara y fascinante”)
En estos versos hay historias que se van tejiendo entre unos y otros, y hay también frases tajantes, declaraciones de principios. Los poemas de Años de casa tienen la fuerza sensible con la que las palabras que permanecieron un tiempo largo sin ser dichas rompen la cáscara y salen afuera.
Los poemas de Años de casa tienen la fuerza sensible con la que las palabras que permanecieron un tiempo largo sin ser dichas rompen la cáscara y salen afuera.
El libro está dividido en cuatro partes, y en la anteúltima hay un juego de palabras con el título del libro: se llama “Años de caza”, una frase con la que termina también uno de los poemas. Así, aparece una capa de sentido más: los años de casa no eran, al final, años tranquilos, años de estar adentro. Eran también años de búsqueda de controlar algo salvaje, de amenaza y movimiento. En los últimos poemas, más oscuros, algo se revela: habitar no es una acción pacífica. Y aparece algo que hay tal vez en toda casa: fantasmas. Que no son otra cosa que miedos. O como escribe Antonella Vulcano: “Ahí están los fantasmas, / en el miedo que no tuve / y en el poema que no escribí / en esos años / de caza”.
