La autora acaba de publicar Baño de damas (Tusquets, 2020), en donde indaga sobre el deseo en las personas mayores y las invisibilizaciones con las que carga ese sector de la población. «Lo percibo con las personas mayores que tengo a mi alrededor, cómo van quedando afuera porque el mercado no los busca y sino inventan una nueva necesidad», afirma en diálogo con La Primera Piedra. Lenguaje inclusivo, profesionalización del sector y la escritura como una forma de retratar lo impredecible.
¿Hasta qué momento se puede desear? O mejor dicho, ¿hasta qué momento de la vida está permitido sentir deseo? Ese interrogante es el que guía Baño de Damas, la nueva novela de Natalia Rozenblum. La autora nacida en Buenos Aires en 1984, que también está a cargo de la librería a puertas cerradas «La Vecina Libros», propone el día a día de Ana Inés, una mujer de 75 años que afronta su jubilación desde el movimiento y el deseo constante, al mismo tiempo que no deja de pensar en dilemas que muchas veces se invisibilizan para las personas de su edad.
«El disparador fue ver en un vestuario, hace muchos años, a una señora mayor desnuda y sorprenderme porque tuviera vagina en cierto punto. Eso me llevó a pensar que pueden pasar cosas en esa concha, por decirlo de manera directa, que podía haber deseo detrás de lo que se llama ‘los viejos’. Las rotulaciones terminan anulando todas las posibilidades que tienen las personas», señala Rozenblum en diálogo con La Primera Piedra. A lo largo de Baño de damas, hay una apuesta constante por el presente, sin caer en el atajo de la mirada retrospectiva, clasuradora o melancólica de muchos relatos que tienen protagonistas longevos. Incluso, los roles entre madre e hija quedan trastocados en este relato: la madre, jubilada, es la rebelde.
Yo creo muchas veces se dice «abuelos» porque no saben como nombrarlos. Se piensa que ahí hay algo cariñoso, pero termina siendo un poco más peyorativo
En esta novela Rozenblum también retoma, aunque desde otra perspectiva, la cuestión de la enfermedad y lo perecedero que anida en todos los cuerpos y los vínculos. Ese tema, protagonista de su primera novela Los enfermos, ahora aparece en medio de esta historia de manera sorpresiva. «Siento que es parte de cualquier historia, me cuesta concebirlas sin eso. No sé si será por mi historia personal», reflexiona al respecto, al mismo tiempo que resalta que no fue una decisión consciente de que la temática apareciera en sus dos publicaciones.
Con respecto al momento de excepción que se vive, la autora confiesa que la cuarentena no alteró su rutina: «Me gusta mucho estar en mi casa. Suelo salir solo a dar taller a la noche, por lo que no se me modificó rotundamente la vida». En relación a los talleres literarios que imparte, Rozenblum publicó el año pasado su Cuaderno de creatividad (Abre, 2019), el cual complementa Cuaderno de escritura (Abre, 2017), y propone disparadores para que cualquier persona que sienta el deseo de escribir pueda hacerlo. En esa dirección, la escritora afirma: «Soy una abanderada del deseo, sin que eso signifique que uno no cumpla con sus obligaciones o responsabilidades. Pienso que uno tiene que darle mucha bola a eso sobre todo, si se tiene un deseo. Lo que veo es que muchas veces no se tiene bien en claro cuál es el deseo, lo que a uno le gusta»
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– ¿Cómo estás llevando la cuarentena?
– Bien, yo siempre vivo un poco en «cuarentena» la verdad, me gusta mucho estar en mi casa. Suelo salir solo a dar taller a la noche, por lo que no se me modificó rotundamente la vida. La estoy llevando bien, no me pesa mucho.
— ¿Y para escribir o leer se modificó algo? Por ejemplo la atención o concentración.
— Las primeras semanas fueron un poco una vorágine, creo que estábamos todos recibiendo muchas llamadas, muchos mails, fue muy agotador el inicio. No me modificó tanto después, porque por lo general yo escribo si tengo un proyecto o una idea, no suelo tener una rutina. No podría decir que el contexto me alteró en ese terreno. Con respecto a la lectura, al principio estuve un poco más alejada, pero ya le pude encontrar la vuelta. Como te decía, soy súper desordenada.
— ¿Sos de pensar en lo que se llama la «nueva normalidad»?
— No, no suelo pensar en eso, no tengo ni idea qué es lo que va a pasar, si es algo que se va a sostener en el tiempo como para plantear una «nueva normalidad». Llevamos cerca de tres meses, no un año, como para sacar esas conclusiones. Creo que para modificar un hábito o una rutina se necesita mucho más, lo cual no significa que haya personas afectadas, por supuesto.
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— Ya pasando a Baño de damas, ¿qué desafíos te planteó tomar la voz de un personaje mucho más mayor que vos?
— El primer desafío era que no se notara que yo era una persona joven escribiendo sobre una persona mayor, porque sino había algo de ese pacto que se rompía. Por eso también fue una búsqueda extensa, el texto ya tenía varios años y era una voz joven la que narraba. Después me di cuenta de que me interesaba que sea la propia protagonista la que la narre, pero no lograba hacerlo sin que sonara artificial, por lo que terminé optando por una tercera persona y recrear las voces de los personajes en los diálogos.
Aunque Baño de damas y Los enfermos son claramente historias que no son autobiográficas, obviamente en ambas se colaron un montón de cosas de mi vida. Simplemente no voy y las señalo diciendo que son cosas de mi vida.
— En las últimas semanas hubo una suerte de debate sobre la escritura autobiográfica, ¿vos cómo te llevás con ese registro?
— No tengo una postura tajante al respecto, va mutando. Aunque Baño de damas y Los enfermos son claramente historias que no son autobiográficas, obviamente en ambas se colaron un montón de cosas de mi vida. Simplemente no voy y las señalo diciendo que son cosas de mi vida. Después sí tengo cuentos que surgieron de situaciones reales y el proceso fue el inverso: arrancar con algo verídico y cuando necesité ficcionalizar partes no tuve ningún inconveniente con tal de que el texto funcionara.
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— En Baño de damas se desliza una mirada crítica a la idea de la productividad, el rendimiento, y las personas mayores que quedan afuera de esa lógica de consumo muchas veces. ¿Por qué te motivó ese tema?
— Sí, y sino intentan igual que consuman, siempre se van creando nuevas industrias. Lo percibo con las personas mayores que tengo a mi alrededor, cómo van quedando afuera porque el mercado no los busca y sino inventan una nueva necesidad. Lo mismo sucede que se los aparta de otros campos, como la sexualidad, por ejemplo, o el entretenimiento, la educación, no es un público que tenga demasiadas posibilidades de acceso. Hablo en términos generales, obviamente, capaz en las grandes ciudades eso se modifica.
— En esa dirección, en la novela se rompe con el sinónimo de «persona mayor» equivalente a «abuelo», ¿no?
— Totalmente, yo creo muchas veces se dice «abuelos» porque no saben como nombrarlos. Se piensa que ahí hay algo cariñoso, pero termina siendo un poco más peyorativo. Hace poco empecé a escuchar charlas de Inés Castro Almeyra sobre ese tema, en donde decía que es como si a ella le dijeran «mamita» porque está en edad reproductiva. Las personas tienen nombre.
Las rotulaciones terminan anulando todas las posibilidades que tienen las personas. Si eso le pasa a las personas jóvenes, que se nos devasta si no se entra en un determinado modelo, a las personas mayores eso se le vuelve mucho peor.
— En una entrevista anterior señalaste el trato violento que suele tener la cultura occidental con el cuerpo de los mayores y el paso del tiempo.
— Sí, el disparador fue ver hace muchos años a una señora mayor desnuda y sorprenderme porque tuviera vagina en cierto punto. Eso me llevó a pensar que pueden pasar cosas en esa concha, por decirlo de manera directa, que podía haber deseo detrás de lo que se llama «los viejos». Las rotulaciones terminan anulando todas las posibilidades que tienen las personas. Si eso le pasa a las personas jóvenes, que se nos devasta si no se entra en un determinado modelo, a las personas mayores eso se le vuelve mucho peor. A Ana Inés, la protagonista de Baño de damas, le pesa ser gorda aunque tenga 75 años, cuando muchas veces se pretende que todo ese tipo de preocupaciones no existan. La invisibilización de eso los afecta mucho más.
— Otra idea que flota a lo largo de Baño de damas, es la idea de priorizar el deseo en la vida, cuando muchas personas recién lo pueden hacer a cierta edad y tantas otras nunca. ¿Cómo funciona en vos esa idea en relación con la escritura?
— Soy una abanderada del deseo, sin que eso signifique que uno no cumpla con sus obligaciones o responsabilidades. Pienso que uno tiene que darle mucha bola a eso sobre todo, si se tiene un deseo. Lo que veo es que muchas veces no se tiene bien en claro cuál es el deseo, lo que a uno le gusta. Si bien eso siempre se puede explorar y transitar, quienes sí lo tienen en claro deberían poder darle un espacio de prioridad total. Yo, al menos, vivo así, por supuesto tuve cierto contexto que hizo que no tuviera que salir a los 14 años a trabajar de cualquier cosa. Siempre tuve en claro que quería meterme en las cosas que me gustaran, sin saber nunca cómo iba a ser para vivir. Yo estudié Filosofía y en paralelo hice un terciario de Creatividad Publicitaria, pero no lo hacía por la salida laboral, sino porque me gustaban las dos cosas. De hecho terminé trabajando en tareas más relacionadas a la Filosofía que de la Publicidad, de la cual terminé huyendo.
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— Tanto en Baño de damas, como en Los enfermos, la salud es un tema recurrente. ¿Fue algo que sucedió de manera consciente? ¿La enfermedad es un tema que te motive a escribir?
— Nunca lo pensé conscientemente, pero siento que es parte de cualquier historia, me cuesta concebirlas sin eso. No sé si será por mi historia personal o qué.
Soy una abanderada del deseo, sin que eso signifique que uno no cumpla con sus obligaciones o responsabilidades. Pienso que uno tiene que darle mucha bola a eso sobre todo, si se tiene un deseo. Lo que veo es que muchas veces no se tiene bien en claro cuál es el deseo, lo que a uno le gusta.
— Puede que sea la enfermedad como sinónimo de impermanencia, ¿no? No pensar que todo es eterno o todo tan liso y llano.
— Sí, totalmente. Como una especie de amenaza que siempre está ahí. En Los enfermos tal vez es mucho más polémico porque la pregunta de fondo es ¿quiénes son los enfermos? En Baño de damas también pasa un poco eso, con enfermedades y muertes que se cruzan. Siempre aparece lo inesperado, de sorpresa.
— Algo que trajo este contexto de crisis asociada a la pandemia, es pensar el futuro del sector cultural. Tanto en tu rol de autora como de librera, ¿cómo pensás que va a ser lo que se viene?
— No lo sé la verdad, pero te puedo decir cómo me gustaría: que se abran más librerías, que sigan siendo lugares de encuentro para la gente, de confianza en el librero, la librera. Si bien con La Vecina Libros no tengo los mismos padecimientos que las librerías tradicionales, siempre creí que son lugares de cultura y que en Argentina hay librerías increíbles, no solamente en Buenos Aires. En el país hay un interés muy grande por eso y me gustaría que se multiplicara de manera exponencial.
— En esa dirección, también surgió el debate de la profesionalización del sector, sobre todo en lo relacionado a los autores.
— Sí, no tengo una posición cien por ciento clara sobre ese tema, entiendo los argumentos que se van dando desde distintos sectores. Sí tengo claro que no puede ser que los autores cobremos el 10% del precio de tapa, eso me parece irrisorio. En ese sentido, no es el único modelo que existe, sino que es el preponderante. Por ejemplo, Abre Cultura -con quien publique el Cuaderno de Escritura y el Cuaderno de creatividad– tiene otro modelo y otra forma de pensar al autor y a la autora, y cómo se tiene que distribuir el porcentaje. Eso me parece muy bueno, porque se trabaja mucho más a la par, porque hoy en día entra mucho en juego la militancia del autor de su propio libro, lo cual es desgastante y raro. Eso se valora más en ese modelo alternativo.
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— Por último, en una entrevista reciente con Gabriela Cabezón Cámara, ella me señalaba que el género se volvió algo muy incómodo para la lengua. ¿Cómo te llevás vos con el lenguaje inclusivo en la literatura?
— Todavía me parece algo tremendamente novedoso. Sé que hay libros y hasta papers del Conicet que salieron en lenguaje inclusivo, pero yo todavía no sabría cómo usarlo. Sí lo uso bastante en mi oralidad, en mi comunicación cotidiana, pero siento que también es algo que está vivo, que se está transformando y hay que ver cómo se termina articulando todo esto. Por ejemplo, con el Cuaderno de creatividad que salió el año pasado probamos cómo quedaba y sentíamos que no terminaba de funcionar. Siento que estamos en una transición que es súper valorable. En Baño de damas, al referir a un grupo de mujeres, no tuve tanto inconveniente, pero la verdad que todavía no sabría cómo manejarlo.
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