El periodista y columnista cultural acaba de publicar El fraude más hermoso, libro que retoma su amor por el cine. En esa dirección, ve como un problema el predominio de los algoritmos a la hora de encontrar nuevas producciones: «Si todo lo que vemos tiene que ver con algo que ya vimos, ¿cómo hacemos para ver algo nuevo?». Además, el debate sobre la cultura de la cancelación, el recuerdo de los videoclubs y su mirada sobre el consumo voraz que pueden facilitar las nuevas plataformas: «Eso de atragantarte con series o películas puede llegar a ser contraproducente». (Foto: Alejo Pichot)
En la mayoría de las películas, sobre todo en las que siguen el arco narrativo de un personaje, existe ese momento bisagra en el que el protagonista toma una decisión bisagra que afectará al resto de la historia. Ese fue el caso de Fito Mendonca Paz cuando decidió renunciar a un empleo fijo fruto de su título en Administración de empresas para dedicarse a su verdadera pasión: el cine. «El día que dejé mi trabajo corporativo y me subí a mi auto para volver a casa, sentí que le tenía menos miedo a la muerte «, cuenta a La Primera Piedra.
Como resultado, desde hace ya varios años que se lo puede escuchar en la radio (primero en Radio Nacional, actualmente en Futurock) hablando de películas, series y otras áreas del periodismo cultural. Fruto de ese quiebre es El fraude más hermoso (Ediciones Futurock, 2020), en donde se centra en su relación con el séptimo arte y un análisis que viene tanto del entusiasmo como del amor por esas historias que lo acompañaron desde chico. El libro, que lleva como título una frase de Jean – Luc Godard, salió en plena cuarentena por la pandemia de Covid-19, mismo momento en el que también tuvo lugar el nacimiento de su primer hijo. «Pensando en el mes anterior, esta obligación a estar encerrados nos empujó a armar un poco de «nido». Con la llegada de Manu, eso siguió y no terminó siendo tan diferente a lo que hubiera sido esta etapa de primeros meses de nacimiento», señala sobre los meses de aislamiento.
Estoy en contra de la cultura de la cancelación, pero no porque haya vacas sagradas que no se puedan revisar. Creo que todo es revisable y todo es sujeto a ser mirado desde un nuevo paragidma, pero también me preocupa cierta corrección política
Con respecto a El fraude más hermoso, Mendonca Paz destaca que su intención era escribir algo que se alejara a lo que conocía dentro de ese género específico. «Un libro diferente a otros títulos sobre cine que yo había leído: teóricos, biografías, diarios de rodaje, manuales, etc. En algunos casos eran libros snobs o para personas entendidas, y yo me quería alejar de todo eso», puntualiza en esta entrevista. El producto final: una serie de capítulos contados en primera persona, que van desde el recuerdo de un preadolescente capaz de esperar por horas que llegara una devolución en un videoclub hasta un recorrido por la historia del nacimiento del cine más allá de los relatos más transitados.
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Algo de ese entusiasmo contagioso que transmite tanto en la radio como en este libro es retomado por Julia Mengolini en el prólogo, en donde rememora las reuniones de un grupo variado de personas alrededor de un televisor para ver una película elegida por Mendonca Paz: «El catálogo de Fito no dejaba casi nada afuera: sin prejuicios a la hora de elegir, proponía que todas las películas tienen algo para disfrutar». En esa dirección, El fraude más hermoso se centra en el cine mainstream para luego dejar lugar a otras formas de hacer películas y resaltar propuestas más arriesgadas. De ahí la mirada crítica sobre los algoritmos como ordenadores de sentido y un futuro distópico en donde el multitargeting pueda dar lugar a films adaptables a los espectadores: «La ecuación es que si se puede hacer y es una fuente de mayores ingresos para los estudios, ¿por qué no habrían de hacerlo?», se pregunta.
— ¿Cómo vas llevando la cuarentena? En tu caso justo coincide con tu paternidad.
— Sobre todo ejercitando la paciencia, me parece. También, pensando en el mes anterior al nacimiento de nuestro hijito, esta obligación a estar encerrados nos empujó a armar un poco de «nido». Con la llegada de Manu, eso siguió y no terminó siendo tan diferente a lo que hubiera sido esta etapa de primeros meses de nacimiento. Obviamente, se siente la diferencia de estar guardados por elección y la obligatoriedad. Además, se suma el hecho de que nuestro hijo no conozca al resto de su familia, eso es algo muy loco.
— Además se dio al mismo tiempo de la salida del libro, ¿no?
— Sí, coincidió con el lanzamiento del libro, que estaba en imprenta cuando empezó la cuarentena y se pudo terminar de imprimir durante. Por eso tuvimos una presentación virtual y no física.
— Se podría decir que la pandemia marcó todos los proyectos de este año.
— Totalmente, aunque es algo que creo que le pasa a toda la humanidad. Sí nos pasó que la llegada de un hijo te corre un poco las preocupaciones, y eso nos sacó el hartazgo y el tedio del encierro, como pensar qué es lo que se puede ver en Netflix. Estamos agradecidos que nos tocó en un momento en el que al mismo tiempo estamos muy felices, lo que es extraño con un mundo cayéndose a pedazos ahí afuera.
No tiene sentido la culpa por no ser productivos en una situación tan excepcional, no deberíamos estar juzgándonos por lo que sucede en este momento y atravesarlo como se pueda.
— ¿Sos de pensar en la supuesta «nueva normalidad»?
— Sí, me genera ansiedad, por supuesto. Además imaginar todas las actividades que uno realizaba antes cómo se ejecutarán en el nuevo paradigma. También pensar, siempre desde un lugar de privilegio, hasta qué punto se puede pensar un nuevo paradigma en términos de la relación entre lo público y lo privado, qué se espera del Estado, así como repensar los trabajos que son esenciales.
— Cuando empezó la cuarentena, surgió un poco el imperativo de la productividad y «aprovechar el tiempo», como por ejemplo ver decenas de películas. ¿Cómo ves ese factor?
— Una primera reacción ante la cuarentena era que todo siguiera igual, como por ejemplo con les niñes y la escuela, no perder las clases, o aquellos que podían tener el privilegio de no preocuparse por seguir cobrando o no un sueldo. No tiene sentido la culpa por no ser productivos en una situación tan excepcional, no deberíamos estar juzgándonos por lo que sucede en este momento y atravesarlo como se pueda. Para quienes les gusta escribir habrán podido, otras no, por ejemplo.
La cuestión del consumo de los bienes culturales se transformó, de la mano de los estímulos constantes, en un consumo voraz y hasta diría que superficial, como puede ser ver 75 capítulos de una serie en un fin de semana
— Hace poco hablaba con el escritor Martín Kohan y señalaba que para leer no era necesario únicamente tiempo, sino la conjunción de la concentración y el estado de ánimo, por ejemplo.
— Claro, y eso tiene que ver también con la cuestión del consumo de los bienes culturales, que se transformó de la mano de los estímulos constantes, en un consumo voraz y hasta diría que superficial, como puede ser ver 75 capítulos de una serie en un fin de semana cuando quizás cada capítulo merece una charla, un debate, una reflexión. La verdad que eso de atragantarte con series o películas puede llegar a ser contraproducente. Sobre todo cuando hablamos de obras que requieren de una entrega, una predisposición y una capacidad de adentrarse. A veces me sorprende personas que hablan de series que tienen muchas temporadas y no recuerdan los nombres de los personajes. En lo personal, no me parece lo más saludable.
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— En El fraude más hermoso, hablás un poco de este fenómeno y el paralelismo con los videoclubs, la diferencia del ritual de elección que tenía este último con el catálogo infinito de las plataformas. En ese sentido, hacés referencia a una cierta democracia que existía en esos espacios frente a los posicionamientos privilegiados o direccionados de sitios como Netflix. ¿Qué te quedan de esos tiempos?
— Sí, totalmente. No me quise poner especialmente nostálgico y creer que todo tiempo pasado fue mejor, porque realmente no creo que sea así. Pero sí había un trabajo y cierta entrega, que tenía que ver con trasladarse a un lugar, elegir una película entre dos cajitas que estaban una al lado de la otra. Había cierto compromiso, que hoy si nos aburrimos a los cinco minutos cerramos el reproductor y abrimos otra pestaña. También, corriéndonos de Netflix, hoy cada vez más personas pueden producir algo con cada vez menos recursos y ponerlo a disposición del mundo, y eso es un factor positivo que capaz un videoclub de los años 80 no tenía. Siempre depende también de las ganas de indagar que uno tenga. Después, sí me parece complicado el tema del algoritmo: a partir de las recomendaciones basadas en lo que vimos, nunca nos salimos de eso. Si todo lo que vemos tiene que ver con algo que ya vimos, ¿cómo hacemos para ver algo nuevo?
— En esa dirección, en el libro hacés referencia a los riesgos del futuro de la industria del cine y la posibilidad del microtargeting y la capacidad de hacer películas con diferentes ediciones de acuerdo al público. ¿Ves eso como un futuro real o aún ocupa el lugar de una distopía?
— Yo creo que es algo que puede llegar a suceder, porque la ecuación es que si se puede hacer y es una fuente de mayores ingresos para los estudios, ¿por qué no habrían de hacerlo? No se me ocurre a Lucrecia Martel haciendo películas que se adapten a los intereses de los diferentes públicos, pero sí me lo imagino al imperio de Disney, Marvel o demás explorando cuestiones por el estilo. De hecho, hoy en día las películas sí se customizan en menor medida para el mundo: en una película de Pixar vemos un cartel dentro de la historia, en Argentina se ve en castellano y en China en chino. Eso llega al punto de que hubo polémicas en un estreno de las películas de Star Wars, cuando en el póster del film no figuraba el personaje negro o las mujeres estaban en un segundo plano. Si lo hacen con el póster, ¿por qué no habrían de hacerlo con la película? Es un futuro distópico y horrible, pero es algo que tranquilamente podría pasar.
— ¿Y cómo creés que se podría tratar de combatir eso?
— Una película está hecha por personas y se comercializa para otras personas. Muchas veces esos intereses se chocan y creo que esa tensión va a existir siempre: estarán los que lograrán imponer su idea o su estilo, y estarán los que caerán en las garras del mercado. Siempre va a haber oferta y público para todo. Las minorías que no se ven reflejadas en el cine tampoco lo van a hacer en ese cine customizado y se encontrarán en un cine más auténtico. Siempre va a haber personas que no trancen con eso.
Sí me parece complicado el tema del algoritmo: a partir de las recomendaciones basadas en lo que vimos, nunca nos salimos de eso. Si todo lo que vemos tiene que ver con algo que ya vimos, ¿cómo hacemos para ver algo nuevo?
— Teniendo en cuenta tu trabajo en la radio y la costumbre del formato oral, ¿qué desafíos te planteó la escritura de El fraude más hermoso?
— Sí, una de las claves fue cómo traducir la oralidad a la escritura. Pero a su vez, teniendo en cuenta que el libro era editado por Ediciones Futurock, había algo del programa que iba a estar en el libro y eso tiene que ver con el espíritu, desde donde hablo. Después surgieron otros desafíos: hacer un libro diferente a otros títulos sobre cine que yo había leído: teóricos, biografías, diarios de rodaje, manuales, etc. En algunos casos eran libros snobs o para personas entendidas, y yo me quería alejar de todo eso. Ahí me encontré con que lo primero que salía escribir eran experiencias personales. Eso despertó otra duda: ¿por qué habrían de interesar eso? Creo que por más pequeña que sea una cosa, si eso es significativo para esa persona y está contado de una manera interesante, entonces puede llegar a más personas. Y eso es también una idea para el cine, una premisa que atraviesa a todas las artes. En la búsqueda de querer hacerlo interesante, me puse a pensar en algunas cualidades que tiene el cine: su carácter visual y tratar de transmitirlo en un libro, que haya detalles en lo que se cuenta para quien lo leyera sintiera que puede verlo; la otra cualidad que quise retomar es su carácter emocional: el cine es un arte que conecta con nosotros desde que somos muy pequeños. Por eso hablé mucho del amor por el cine, de la pasión de los espectadores. Creo que con ese componente visual y emocional, logra que las historias, anécdotas, lleguen al lector.
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— En ese sentido, si bien hacés referencia a otros cines, decidís centrarte en Hollywood por su carácter dominante, ¿no?
— Hollywood es el mayor modelador de sentido de la historia de la humanidad. Creo que no podía, si estoy hablando de las relaciones de las personas con el cine, no centrarme ahí. Por supuesto, a la hora de pensar en otras maneras de hacer cine, es donde aparecen films de otras latitudes.
— Algo que menciona Julia Mengolini en el prólogo y vos también en el libro, es el cambio de una vida con un trabajo corporativo a apostar más al cine y al periodismo cultural. ¿Cómo viviste ese cambio?
— La pulsión siempre estuvo, las ganas de hacer algo relacionado al cine estuvieron siempre. Cuando tuve que elegir una carrera no me animé y me fui a Administración de empresas, pero en paralelo siempre fui haciendo cursos, aunque con la idea de que uno no podía vivir del cine. Después, pude tener una mirada más amplia y pensar bien qué es vivir del cine: quizás se pueda trabajar de algo relacionado y que no sea específicamente hacer cine. En principio, lo que intenté hacer fue que convivieran ambas facetas, hasta que lo pude soltar. Por supuesto, hubieron muchos miedos en el medio, pero el mayor miedo era convertirme en un adulto al que no respetaba. El día que dejé mi trabajo corporativo y me subí a mi auto para volver a casa, sentí que le tenía menos miedo a la muerte por el hecho de sentirme más realizado.
Por supuesto, hubieron muchos miedos en el medio, pero el mayor miedo era convertirme en un adulto al que no respetaba. El día que dejé mi trabajo corporativo y me subí a mi auto para volver a casa, sentí que le tenía menos miedo a la muerte
— ¿Seguís queriendo hacer cine?
— Tengo ganas de hacerlo. Pienso que por mi forma de ser, soy bastante obsesivo, el documental es el género que más me interesó. Me parece el más controlable, no me imagino en un set rodeado de personas para filmar una escena ese día o sino se pierde un montón de plata, sino que me imagino investigando un tema que me interese y encontrando la forma de contarlo.
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— En El fraude más hermoso hacés referencia al camino que todavía tiene que hacer el cine más mainstream con la deconstrucción o visibilización de minorías. En estas semanas justamente se reflotó el debate sobre la cultura de la cancelación por Lo que el viento se llevó, ¿qué opinión tenés al respecto??
— En principio estoy en contra de la cultura de la cancelación, pero no porque haya vacas sagradas que no se puedan revisar. Creo que todo es revisable y todo es sujeto a ser mirado desde un nuevo paragidma, pero también me preocupa cierta corrección política y que hoy el abordaje tenga que tratar de exponer una mirada aleccionadora sobre determinadas cuestiones. La clave acá está en que cada vez tengan más voz justamente las personas que no fueron bien representadas y que las minorías tengan participación en la escritura, en la realización, en la producción. Lo importante no es que el Hollywood blanco hable sobre la comunidad negra, sino que esa comunidad se pueda expresar en el cine mainstream. Por ejemplo, Hollywood de preocupa sobre qué hacer con James Bond: como era un misógino, ¿qué hago? ¿Una James Bond mujer? Por ahí había que dejar de hacer esa película también. Lo importante es que haya cada vez más personas contando su propia historia, que es la idea del cine.
— Recién hablábamos del futuro del cine en relación al microtargeting. Pero también se abre el interrogante con la pandemia, ¿cómo imaginás lo que viene en relación a nuevos protocolos? ¿Es posible un cine sin contacto físico en escena?
— Espero honestamente que el cine no se vea afectado en ese sentido. Capaz me parece más preocupante que es lo que pueda pasar con la educación, pero si hablamos del cine, creo que es difícil poder decir si va a dejar de existir como tal. No quisiera que se perdiera que desconocidos se junten un sábado a la noche a ver una misma película, como tampoco quisiera que se perdieran recitales de música.
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— Por último, en El fraude más hermoso el tema central es el amor al cine, el lugar que ocupa en nuestra vida. Por ejemplo, resaltás no tanto su función de evadirse del mundo, sino de entenderlo, algo que se reforzó en este contexto de pandemia, ¿no?
— Sí, ahí está un poco la clave. En estos tiempos en los que uno quizás esté reflexionando un poco más, es importante que el cine no funcione tanto como evasión, sino como un desafío para entender de nuevo al mundo. Y confío que va a tener las herramientas para que podamos comprender un poco mejor el mundo nuevo que se viene, si es que eso finalmente sucede. Prefiero confiar en las artes y en las expresiones que puedan surgir de esta realidad, que de hecho ya están ocurriendo. Estoy ansioso por ver películas, escuchar canciones, leer libros que tengan que ver con esto.