«Antes,/ orábamos para que las chicas nos dieran bola/ ahora,/ para mantener lejos/ los ataques de pánico», se lee en uno de los poemas inéditos de Tomás Rosner. Gestor y promotor cultural, en sus versos se puede ver una apuesta por el humor, la cotidianidad y una fuerte presencia de la oralidad tanto a la hora de la escritura como de su lectura en voz alta. En un delicado equilibrio entre el ritmo y la contemplación, el autor afirma: «Para mirar a las cosas,/ no hace falta/ frenarlas».
Sobre el autor
Tomás Rosner (Buenos Aires, 1986) es abogado y docente de “derecho y literatura” (U.B.A). Creador y administrador de la cuenta de Instagram @los_fatales. Organiza el ciclo de tradición oral Los Fatales y co produce Poesía en tu Sofá Argentina. Participó de un montón de slams de poesía: ganó algunos y fracasó en otros, acaso la mejor mejor manera de aprender. Da talleres de poesía y poesía oral tanto presenciales como virtuales. En 2018 publicó Ginseng (Modesto Rimba) que fue reeditado en 2019.
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Mañana no puede seguir siendo esto
Llueve en Buenos Aires
y todos quieren cambiar de vida.
Los porteños ya saben:
si el diluvio los agarra a las cinco de la tarde
en un café
de esos que guardan medialunas en campanas,
se abre un portal.
Para mirar a las cosas,
no hace falta
frenarlas.
Ya está todo inventado
Una rotisería que solo vende hambre,
un blog con últimos posteos en agosto de 2007,
una fábrica que cerró y quedó tapada por saquitos de mate cocido usados.
La vida en pareja no es un calefón que se pueda arreglar a las patadas.
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Qué secuencia
La monja que,
cuando estalló la bomba de Nagasaki,
miró por la ventana del convento
y creyó
que la nube de hongo nuclear
era una manifestación de Dios.
De toda la zona,
ella fue la única
a la que no
se le detectó radioactividad.
Prudencia
¿Qué pasa si cerramos el orto?
¿No será un año para generar menos palabras?
En un sólo mes,
dejó bien en claro
que,
detrás de sus días
llenos de actividades,
se esconde un intruso
que reclama
hospitalidad absoluta.
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Achuras
_ No trabajamos achuras.
_ Pero la vez pasada comimos choris y morci…
_ Hoy no trabajamos achuras.
_ ¿Trae un menú…?
_ No hay. Queda bife, tira, falda y costilla.
_ ¿Nos repite, jefe…?
_ Bife, tira de asado, falda y costilla
Pedimos bife y tira y ensalada y media porción de fritas
porque venimos comiendo como bestias.
_ Acá no se sirve media porción de nada.
_ ¿Podría poner el partido…?
_ ¿Para qué? ¡Está todo arreglau!
_ ¿Hay algún postre típico de San Miguel del Monte…?
_ No.
Volvemos al campo:
hay una brisa fresca
aunque es enero.
Pollo, Esti y yo, alrededor de un fuego
como hace diez años.
Antes,
orábamos para que las chicas nos dieran bola
ahora,
para mantener lejos
los ataques de pánico.
Los perros no se pisan cuando ladran:
parecen italianos
que intercambian opiniones
a distancia.
Nos acordamos de,
cuando en el primario,
hacíamos programa.
“Hacer programa.”
Siempre nos hizo ruido
ese concepto.
¿En qué momento pasamos los treinta?
¿Cuando nos interesamos por los postres típicos?
Cuando
cayó la ficha
de que
lo lógico
lo razonable
lo sensato
lo esforzado
lo que no sirve
para alimentar
este fuego que
ahora
nos abriga la cara
es superficial.