En esta antología personal de la escritora estadounidense se puede leer el doble filo que tienen los sentimientos de la vida cotidiana, así como también el lugar que tiene lo fantástico en la rutina. Con una escritura que se nutre tanto de la ternura como de la oscuridad, la autora de No puedo ni quiero vuelve a mostrar la contundencia que entra en los espacios reducidos de los textos (y de las vidas ordinarias).
«Sabemos que somos muy especiales. Y sin embargo intentamos averiguar de qué forma: no de esta, no de aquella, ¿entonces de qué forma?». La autora que pisó fuerte en Argentina tras la publicación de No puedo ni quiero (Eterna Cadencia, 2015), ahora regresa con una muestra más abarcativa de su obra con la misma duda e igual búsqueda inquieta.
El volumen editado en México, traducido por Mauricio Montiel Figueiras y que llega al país gracias a la distribuidora Big Sur, reúne una muestra diversa de una de las voces más interesantes de la literatura estadounidense contemporánea, en donde el ocaso del sueño americano se desprende en varias de las micro historias. En esa dirección, Davis muestra un humor tan oscuro como tierno, capaz de encontrar lo fantásticos en cada pequeño gesto textual e íntimo, así como la ironía en cada gesto que se pretende amoroso. Galardonada con el 2013 con el Premio Booker International, además de escritora también se desempeña como traductora del francés y docente universitaria.
Davis muestra un humor tan oscuro como tierno, capaz de encontrar lo fantásticos en cada pequeño gesto textual e íntimo, así como la ironía en cada gesto que se pretende amoroso
Sobre su proceso de escritura, la autora nacida en Massachusetts en 1947 señaló: «Cuando algo me llama la atención por ser raro, inusual, interesante, divertido o fuera de lo común, entonces lo veo como material posible para un pequeño relato». En esa respuesta, se puede hallar la referencia al estado de disponibilidad, a esa atención profunda que tiene que tener un autor para no quedar encadenado a la idea de inspiración y originalidad que muchas veces hunde cualquier texto antes de ser escrito. Un ejemplo de esta idea puesta en práctica en uno de sus textos: «Una persona tiene otras preocupaciones, pero a cada momento de su vida, un gato tiene una sola preocupación. Esto es lo que le da un equilibrio tan perfecto, y por esto ver a un gato confundido o asustado nos inquieta: sentimos a la ve lástima y ganas de reír».
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En el desafío que parece encarar la autora de contar una historia completa con la menor cantidad de palabras, hay una soltura que se desprende de cualquier plan previo. En la misma entrevista citada anteriormente, realizada por Valeria Tentoni, Davis remarcaba: «Prefiero pensar que hay un rango de formas, desde la más larga, la novela narrativa, como La guerra y la paz, hasta las piezas en verso más cortas, como un poema de Emily Dickinson o Samuel Menashe». El resultado final: un género tan flexible como la mirada de quien lo escribe y, también, de quién los lee.
Además, como una suerte de presagio del presente, quien se adentre a esta antología personal que es Ciento cincuenta cuentos cortos va a encontrarse con historias en donde el sueño americano muestra todas sus falencias. En el doble filo de los sentimientos cotidianos que desfilan en los diferentes personajes, también tienen lugar las grietas del fin de los grandes relatos: el amor eterno, el cariño indudable de la familia, la realización a través del empleo y la fuerza que ejerce el dinero en todo pequeño acto. Sin ir más lejos, los relatos «Problema» y «Finanzas» evidencian esa incomodidad de priorizar lo monetario antes de cada pequeño movimiento.
En el desafío que parece encarar la autora de contar una historia completa con la menor cantidad de palabras, hay una soltura que se desprende de cualquier plan previo. El resultado: un género tan flexible como la mirada de quien lo escribe y, también, de quién los lee.
En su «Decálogo del escritor», el hondureño Augusto Monterroso –otro especialista en que a las narraciones breves se refiere-, marcaba: «Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras». En esa ironía y provocación, propia del género de los decálogos de escritores, hay una suerte de explicación a la eficacia de Davis: cada texto tiene su propia respiración para que aparezca esa mixtura de sentimientos que cubre a las diferentes historias; esa capa de polvo sentimental que muchas veces intentamos remover pero se termina introduciendo aún más en cada uno de los elementos que conforman nuestra vida diaria.
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