La autora de Las aventuras de la China Iron, finalista del premio Booker Internacional 2020, habla de cómo lleva adelante la cuarentena y el aislamiento social por el Covid-19 en relación a la escritura: «Me cuesta escaparme, me tiene bastante quemada esta cuestión». Además, destaca la importancia de la profesionalización dentro del ámbito literario: «Ahí hay un posicionamiento frente al mundo, si vos producís algo con tu propio cuerpo, algo que después -mal o bien- se inserta en un circuito de intercambio que está en el mercado, a mí me parece que estás haciendo un trabajo». Su visión sobre el lenguaje inclusivo. (Fotos: Grillo Valdez)
El nombre de Gabriela Cabezón Cámara es ineludible a la hora de pensar en autores nacionales leídos con entusiasmo tanto adentro como afuera de Argentina. Finalista del premio Booker Internacional por Las aventuras de la China Iron (Random House, 2017), el cual premia al mejor libro de ficción traducido al inglés de todo el mundo, se muestra sorprendida por la repercusión de su libro y los requerimientos de la prensa. En ese sentido, en diálogo con La Primera Piedra, destaca: «Estoy dando muchas entrevistas, no entiendo por qué». El anuncio de la obra premiada fue pospuesto por la pandemia de Coronavirus, con la intención de que los lectores puedan acceder a los libros preseleccionados, según anunciaron desde la organización.
En esa dirección, la cuarentena obligatoria para evitar la propagación del virus Covid-19 es un desafío para Cabezón Cámara, quien afirma que «esto es un gran estrés: trabajamos de más y en la digitalidad, que es una pesadilla». Por supuesto, este panorama incierto altera los planes creativos de cualquier autor: » De todas maneras, no veo a muchos colegas concentrados escribiendo mucho: algunos sí, algunos no. Yo trato de no presionarme demasiado, ya es suficiente con la cantidad de trabajo de pago inmediato», agrega en esa dirección.
Me parece que si no hacemos nada, la pospandemia va a ser una profundización de lo que ya estaba mal, para estar peor. Hubo más empobrecimiento de las mayorías, enriquecimiento de algunas de las poquísimas personas ricas y ahí es donde se ven los pingos, ¿no?
Nacida en Buenos Aires en 1968, en la actualidad se desempeña como periodista cultural y docente universitaria, en donde es titular del Laboratorio de Experimentación de la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Además, es una ferviente defensora de considerar a la escritura como un trabajo, con las regulaciones que eso significa: «Hay, claramente, una interperie muy grande para los que somos trabajadores de la cultura. En el caso de los escritores ni siquiera hay un contrato tipo para los que recién empiezan tengan una referencia», advierte. Con respecto al lenguaje inclusivo en la literatura, prefiere no dejarse llevar por la ansiedad: «se irá resolviendo con el tiempo, con los distintos usos y nuevas formas que vayan apareciendo. De todas formas, que sea una incomodidad está muy bien, el masculino ya no es universal», reafirma.
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— ¿Cómo estás llevando la cuarentena a nivel personal?
— A nivel personal estoy exhausta. Entiendo que es necesaria, pero es muy costosa. No poder ir y venir como quiera y cuando quiera es algo muy incómodo. Lo mismo no reunirte con las personas que querés, es algo espantoso. También las cosas más chicas, como levantarte e ir a un bar. Pero más que nada el aislamiento de los afectos.
— Ahí se abre un gran interrogante de cara al futuro próximo: mucho de lo que se pudo hacer en estos meses estuvo relacionado con el trabajo y las primeras flexibilizaciones también van apuntan en dirección a la producción y no tanto a lo afectivo o recreativo.
— Claro, en cierto punto deberían darnos vacaciones a todos, esto es un gran estrés: trabajamos de más y en la digitalidad, que es una pesadilla. Más con los servicios de Internet que hay en Argentina.
— ¿Pudiste adaptarte a ese entorno digital?
— Me tuve que adaptar o sino me cago de hambre, el monotributismo te obliga a la adaptación: te adaptás o fuiste.
De todas maneras, no veo a muchos colegas concentrados escribiendo mucho: algunos sí, algunos no. Yo trato de no presionarme demasiado, ya es suficiente con la cantidad de trabajo de pago inmediato.
— ¿Este contexto de cierta quietud te está resultando útil como escritora y/o lectora?
— Estuve escribiendo pero todas cosas de coyuntura. Me cuesta escaparme, me tiene bastante quemada esta cuestión. Lo que sí pude hacer es leer: no tanto el primer mes, pero después sí pude. Estoy con textos que increíblemente no había leído antes como las novelas de Cormac McCarthy, que son espectaculares. Por lo menos estoy disfrutando ese aspecto.
— ¿Qué desafíos pensás que tiene la ficción en la actualidad para separarse de esa coyuntura?
— En mi caso el mayor desafío es la posibilidad de concentración, pero la ficción es mucho más grande que mi caso. De todas maneras, no veo a muchos colegas concentrados escribiendo mucho: algunos sí, algunos no. Yo trato de no presionarme demasiado, ya es suficiente con la cantidad de trabajo de pago inmediato.
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— En esa dirección, uno de los sectores más vulnerables en este contexto es el de la cultura, tanto el relacionado a la industria del libro como también el teatro, el cine, la música. ¿Cómo te imaginás el futuro cercano?
— No sé bien. A juzgar por lo que se lee en los diarios, el futuro cercano es más o menos el Armagedón. Pero, me parece a mí, que los diarios están enloquecidos y oscuros por el posible impuesto a la riqueza. Ahí vi un giro en la relación con el Gobierno muy fuerte, por lo que quizás estén exagerando. Si llegara a ser una crisis comparable a la del 2002, entonces es probable que no resurja la industria cultural muy velozmente. Entonces, va a resistir como siempre, con ciclos de lecturas, pequeñas editoriales. De todas formas, lo que supe de las librerías cuando abrieron es que estaban sorprendidas por la salida de libros.
Ahí hay un posicionamiento frente al mundo: si vos producís algo con tu propio cuerpo, algo que después -mal o bien- se inserta en un circuito de intercambio que está en el mercado, a mí me parece que estás haciendo un trabajo.
— Este panorama vuelve a poner en discusión la profesionalización de los escritores y los diferentes actores que trabajan alrededor del libro, ¿no?
— Hay, claramente, una interperie muy grande para los que somos trabajadores de la cultura. En el caso de los escritores ni siquiera hay un contrato tipo para los que recién empiezan tengan una referencia, es algo que vas aprendiendo lentamente a medida que vas conociendo a otras, otros autores. Incluso, para muchas personas está en discusión el hecho de que escribir sea o no un trabajo. Yo soy una trabajadora, tal vez otras personas que escriban no lo sean. Pero mis amigas, mis amigos, mis amigues que escriben son trabajadores. Y ahí hay un posicionamiento frente al mundo: si vos producís algo con tu propio cuerpo, algo que después -mal o bien– se inserta en un circuito de intercambio que está en el mercado, a mí me parece que estás haciendo un trabajo. E incluso si no se insertara en ningún ámbito de circulación: donde antes había nada y ahora hay algo, entonces hiciste un trabajo. Y para eso pusiste en juego tu cuerpo. Además, los que no se perciben trabajadores pero perciben dinero, ¿qué piensan que están recibiendo? ¿Rentas? ¿A cambio de qué te pagan si no trabajás y no tenés bienes de capital?
— ¿Sos de pensar en una posible nueva normalidad? Está el debate sobre si salimos mejores o peores pospandemia.
— Me parece que si no hacemos nada, la pospandemia va a ser una profundización de lo que ya estaba mal, para estar peor. Hubo más empobrecimiento de las mayorías, enriquecimiento de algunas de las poquísimas personas ricas y ahí es donde se ven los pingos, ¿no? En cómo se distribuye la riqueza y la pandemia parece que ha sido regresiva. Pero bueno, también estamos los pueblos: mirá Estados Unidos hoy. Solo por el virus y las cuarentenas no va a haber ningún cambio positivo de nada. Ahora, la historia no es tan predecible.
— Pasando a tus libros, ¿cómo estás en relación al premio Booker Internacional con la traducción de Las aventuras de la China Iron? ¿Es algo que te sorprendió?
— Siempre me sorprende, nunca me imaginé que mis libros iban a circular en otras lenguas por el mundo. Cuando empezó a suceder eso me puso muy contenta. Un libro como Las aventuras de la China Iron es argentinísimo, si bien puede ser leído sin ese bagaje previo. Me tiene asombradísima la repercusión que está teniendo fuera de Argentina. Por suerte los que los tienen que leer en otras lenguas son otros, el desafío sería si lo tuviera que leer yo (risas).
— Antes que pasara todo eso en el exterior, se leyó mucho en Argentina, logró romper el círculo típico de lectores que puede acompañar a un libro de esas características, llegando a más personas. ¿Te imaginabas que sucediera eso con este libro?
— Sí, ese círculo que somos nosotros mismos: los periodistas, los escritores, los profesores. Existe esa gente que queremos tanto: los lectores puramente lectores. Como te decía, me sorprendió todo, pero no porque pensara que el libro era complicado. Suele haber un prejuicio muy fuerte con el lector. En los medios, por ejemplo, te dicen que no puede haber oraciones demasiado largas porque «la gente» no puede leer oraciones tan complejas. Y vos salís a la calle y escuchás hablar a «la gente» y, especialmente, a «la gente» de los barrios populares, y notás que es donde la lengua está más viva. Escuchás una retórica en constante renovación, un uso de figuras y una invención constante. Yo no pienso que la complejidad sea un problema, o al menos algunas complejidades: si hacemos una novela de escritores hablando del último libro de teoría que salió en Francia, es medio excluyente. Quizás eso no le interesa a nadie por fuera de nuestro círculo de nosotros mismos hablando y preocupados por nosotros mismos. Eso no tiene nada de malo, amamos muchos libros así. Además, de repente hay algunos libros que son asombrosamente contemporáneos: Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, por ejemplo, al margen de todos los otros méritos que tiene. A veces, un libro conecta con el momento en que sale publicado o puede pasar que haya salido 10 años antes y conecte 10 años después. No se puede prever.
Vos salís a la calle y escuchás hablar a «la gente» y, especialmente, a «la gente» de los barrios populares, y notás que es donde la lengua está más viva.
— En esa dirección, hay una generación de autoras y autores argentinos que dialogan entre sí incluso en su diferencia: nombrabas a Schweblin, Mariana Enríquez, Selva Almada, Federico Falco, entre otros. Autores contemporáneos que no tienen un hilo conductor en común y que están siendo leídos en todo el mundo. ¿Cómo te sentís siendo parte de esta camada?
— Sí, si nos ponemos a hacer una lista sería interminable. Hay mucha fuerza y es interesante que no haya una línea, un modo de hacer las cosas que se pretenda hegemónico o disciplinador: «Esto se hace así o sino es una mierda». Me resulta rica esta plurifonía que tenemos ahora en la literatura, en estas generaciones que estás nombrando no hay un interés en armar una especie de pirámide en donde haya un dios y un sistema de jerarquía. No estamos pensando así y eso me parece muy lindo y muy liberador.
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— Hay un dicho en la literatura que dice «Nadie quiere deberle nada a un contemporáneo» que quizás se esté dejando un poco de lado, para dar lugar a un enriquecimiento y entusiasmo mutuo, ¿no?
— Sí, me parece que sí, que nos leemos y aprendemos los unos de los otros, las unas de las otras, les unes de les otres. El género se convirtió en una cuestión tan incómoda para la lengua… Esa cuestión de fundador, de conquistador, ese gesto ya no es el dominante en los autores de mi generación hacia los más jóvenes. Queremos escribir, no queremos hacer una especie de mega poronga hegemónica.
— Recién hacías referencia a la incomodidad que provoca el género en la lengua. ¿Cómo pensás que se va a ir desarrollando? Por ejemplo, hay autores y autoras que apuestan por el inclusivo, mientras que en otros casos se usan expresiones más abarcativas o genéricas.
— Es incómodo, es constantemente incómodo. Porque el inclusivo, a mí, en mi boca, me suena un poco artificial y el genérico masculino me suena un espanto, porque no nos incluye nada. Por el momento es una gran incomodidad que se irá resolviendo con el tiempo, con los distintos usos y nuevas formas que vayan apareciendo. De todas formas, que sea una incomodidad está muy bien, el masculino ya no es universal.
El inclusivo, a mí, en mi boca, me suena un poco artificial y el genérico masculino me suena un espanto, porque no nos incluye nada. Por el momento es una gran incomodidad y que se irá resolviendo con el tiempo, con los distintos usos y nuevas formas que vayan apareciendo.
— Al respecto, me acuerdo una entrevista televisiva de Hernán Casciari, en donde hablaba del tema y remarcaba como una estudiante hablaba de «les» sin omitirlo ni una vez, algo que para él era complicado no mezclar los artículos o confundirse.
— Sí, hay algo de naturalizar el uso. Una cosa es utilizarlo desde que tenés 15 años y otra es arrancar a los 45. Le daría tiempo a la cuestión y trataría de soportar que sea una incomodidad que tenga muy distintas resoluciones, que no haya una única. Dejaría que fluyan diversidad de formas, porque puede haber una ansiedad para resolverlo. Creo que lo mejor que podemos hacer es que nos relajemos un poco, porque es una cuestión lo suficientemente densa histórica y lingüisticamente como para tomarlo con tranquilidad. No me dejaría llevar por esa ansiedad, ir viendo qué es lo que se nos va ocurriendo.
— Por último, teniendo en cuenta tus libros y tu rol de docente en la UNA, ¿qué lugar tiene para vos la experimentación en la escritura?
— Es una buena pregunta… Creo que cuando ya escribiste algunos libros la respuesta se vuelve diferente: ya manejás algunas cosas de taquito y entonces la experimentación es no volverte un burócrata de vos misma y hacer siempre lo mismo, incluso cuando eso sería rentable. Para mí la experimentación también pasa en no perder nunca la conciencia de la polifonía, de que toda voz es un montón de voces, que no hay un empezar desde cero. Incluso la voz más homogénea es polifónica. La lengua suena, no es transparente, tiene sonido, y se puede hacer cadenas lógicas de palabras, así como también cadenas fonéticas y ver cómo estalla el sonido ahí. Está bueno ser consciente de cuántas voces hay en una voz. Y después, jugar: romper el anestesiamiento en el que vivimos por exceso de trabajo, de violencia. Escribir es una de las maneras que encuentro para sentirme más viva. Si repetís fórmulas, esa vitalidad se perdería. La experimentación es esa vitalidad, no saber cómo sigue todo.