La odisea de los giles es la nueva producción cinematográfica de Sebastián Borensztein y tiene todo para ganar: tragicomedia nacional con la crisis de 2001 como telón de fondo, historia coral con personajes entrañables y un elenco de notables que incluye a Ricardo Darín, Chino Darín, Verónica Llinás, Luis Brandoni, Carlos Belloso, Rita Cortese, Daniel Aráoz, Marco Antonio Caponi y el colombiano Andrés Parra.
Es lo que se dice en el universo 2.0: La odisea de los giles está buenísima y tiene muchos de los condimentos necesarios para convertirse en el próximo éxito de taquilla a nivel nacional. La película de Sebastián Borensztein está basada en la novela de Eduardo Sacheri, La noche de la usina (premio Alfaguara 2016 y mismo autor del texto que inspiró El secreto de sus ojos). El resultado final podría ser presentado como una tragicomedia nacional con tintes de heist movie (peli de atracos), atmósfera de thriller y varias referencias al mundo cinematográfico de Fernando Ayala (Plata dulce) y Héctor Olivera (La nona), como así también al mundo literario de escritores costumbristas como Osvaldo Soriano.
Se trata de una historia coral con personajes capaces de generar altos niveles de empatía y una fuerte identificación entre los espectadores, sobre todo aquellos miembros de la clase media argentina que vivieron la crisis de 2001 en carne propia. Estos personajes —entrañables y por momentos algo caricaturescos— son interpretados con gran solvencia por un elenco de notables que incluye a Ricardo Darín, Chino Darín, Verónica Llinás, Luis Brandoni, Carlos Belloso, Daniel Aráoz, Rita Cortese, Marco Antonio Caponi y Andrés Parra. Esta constelación de artistas nacionales (algunos de proyección internacional) se suma al acertado olfato de los productores para meter el dedo en la llaga y abordar los históricos terrores de la clase media: ser estafados, perder todos sus ahorros y que un multimillonario los guarde en una oscura bóveda secreta. En virtud del título, todo eso podría traducirse en criollo como el pánico a “ser tomado por gil”.
La película asume una reivindicación de los perdedores, y ya en el trailer se subraya la definición de diccionario: “Gil: persona lenta, a la que le falta viveza y picardía”. Pero, claro, se trata de dos condimentos que no pueden faltar en ningún argentino de ley. La voz en off del personaje encarnado por Darín advierte: “Aunque ya sabemos que el laburante, tipo honesto, gente que cumple las normas, terminan siendo sinónimos de gil. Pero un día, el abuso al que estamos acostumbrados los giles se convierte en una verdadera patada en los dientes y uno dice ¡basta!”. En ese sentido, La odisea de los giles es una apuesta segura para interpelar la subjetividad de aquellos que suelen identificarse con el típico discurso del “laburante que se levanta temprano todos los días para ir a trabajar y no quiere ser tomado por idiota». Ese aspecto, quizás, es uno de los que habría que matizar desde el punto de vista ideológico, porque exterioriza culpas y redime los errores propios de un grupo social que, de vez en cuando, merecería elaborar alguna autocrítica.
Las actuaciones son impecables y cada uno de los intérpretes se ajusta a las demandas de esta historia. Fermín Perlassi (Ricardo Darín), Lidia (Verónica Llinás) y Fontana (Luis Brandoni) son los esperanzados de un pequeño pueblo bonaerense e invitan a sus vecinos a utilizar los escasos ahorros que tienen para reactivar una vieja cooperativa agrícola cerrada en los ‘90, pero la iniciativa —y aquí emerge el tono tragicómico— se lanza pocos meses antes del corralito. Rodrigo Perlassi (Chino Darín) y Hernán (Marco Antonio Caponi) son las nuevas generaciones que apuestan al sueño de sus progenitores: el primero por convicción y lealtad; el otro bajo presión de su madre Carmen (Rita Cortese), la única vecina que atraviesa los peores momentos con cierta holgura económica.
Belaúnde (Daniel Aráoz) es el ultra peronista de este pueblo olvidado junto a las vías muertas y choca todo el tiempo contra el anarquismo de Fontana; Medina (un fabuloso Carlos Belloso) y los hermanos Gómez (Ale Gigena y Guillermo Jacubowicz como un gran hallazgo de casting) son los personajes más caricaturescos: hay en ellos una tierna desmesura y es donde descansa buena parte del humor de la propuesta. Un dato alentador es que en La odisea de los giles los villanos son aquellos banqueros y abogados que en pleno 2001 contaban con información privilegiada para aprovecharse de los más débiles y quitarles sus ahorros. Estos seres maléficos han dejado de ser una abstracción, ahora tienen cara; los famosos “mercados” tan mentados por estos días son personas de carne y hueso que se dedican a estafar a otras, y es conveniente recordarlo. La composición del colombiano Andrés Parra en la piel del villano Fortunato Manzi es muy buena: valiéndose de los recursos del grotesco llega a generar verdadero odio.
La película de Borensztein fue rodada en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires y se nota porque en el producto final hay algo de esa atmósfera decadente que envolvió tantísimas localidades del interior del país durante los 90, territorios arrasados por la crisis, completamente marginados de los principales circuitos económicos (la escena de Belaúnde dormitando en una estación de tren olvidada es sumamente ilustrativa al respecto). La calidad técnica es impecable y todos los recursos están dispuestos para generar empatía e identificación entre los espectadores que vivieron aquellos duros años, que se las arreglaron para sobrevivir a las turbulencias de la crisis y —como tantas otras veces— se pusieron de pie. La idea de revanchismo en clave costumbrista puede resultar un tanto demagógica a veces, pero no por ello deja de ser un rasgo típicamente argentino y —en ese caso— tendríamos que preguntarnos por qué lo es y cuáles son los factores que generan una identificación tan poderosa. La odisea de los giles es una buena oportunidad para mirarnos al espejo, reírnos con la mueca trágica y reflexionar sobre estas cuestiones.
Dato: el soundtrack con temazos del rock nacional es tan genial como atinado, y la música original de Federico Jusid mejora cada plano.