Guadalupe Docampo es quien encarna a la heroína de Infierno grande, película escrita y dirigida por Alberto Romero estrenada el jueves pasado, que narra la huida de una mujer embarazada de la opresión de su marido (interpretado por Alberto Ajaka) en el ambiente asfixiante de un pequeño pueblo de La Pampa. La Primera Piedra asistió a la avant premiere en el Gaumont y charló con la protagonista sobre su papel.
«Nunca hice tantas cosas para quedar en un proyecto», afirma Guadalupe Docampo en un rinconcito de los baños del Gaumont. Afuera el bullicio hace imposible cualquier entrevista, pero la chica que da vida a la heroína de esta historia se dispone a responder algunas preguntas sin ningún divismo ni pretensiones de glamour. La actriz confiesa que el casting es una de las instancias más crueles para los actores, porque suele haber grandes presiones y altos niveles de competitividad que muchas veces impiden dar lo mejor para el papel.
«Yo ya tengo algunas pelis hechas, por lo tanto a veces ni siquiera hago casting, pero esta experiencia fue distinta. Beto [Alberto Romero, director] se juntó primero con todas las actrices para conocerlas, y recién después vino la fase del casting». Guadalupe cuenta que el primer día se apareció con la panza y el rifle: una imagen icónica que representa con justicia el corazón de esta película. «Viajé en subte con la panza puesta y el rifle escondido en una toalla porque no entraba en ninguno de mis bolsos», recuerda jocosa.
Durante las semanas previas al estreno estuvo preguntándose por qué razón tenía tantas ganas de participar en este proyecto, y la respuesta siempre fue una sola: para cumplir su sueño. «Creo que siempre quise hacer algo así, pero no me daba cuenta de que en este tipo de películas -que en Argentina de por sí son muy pocas- el héroe siempre es un varón. Eso que yo anhelaba como actriz antes era para un hombre», cuenta Guadalupe, quien reconoce haber repensando muchas cuestiones de su profesión como mujer en los últimos años. «Hasta ahora naturalizábamos que un personaje así tenía que ser hombre porque los héroes siempre fueron ellos».
Uno de los elementos típicos del género western es que hacia el final los protagonistas masculinos siempre terminan fundiéndose con la naturaleza en escenas épicas de alto contenido poético: el cowboy montado en su caballo de ensueño, alejándose del poblado hacia un horizonte infinito repleto de aventuras, escudado por los animales y la caída del sol, mimetizándose con el desierto del far west. Esta vez le toca protagonizar esa escena épica a una mujer aunque, claro está, con el condimento de los paisajes y personajes típicos de la pampa argentina.
«En el western a las mujeres se las encierra en sus casas, mientras que al hombre se le permite fundirse con la naturaleza. Esta película plantea ese recorrido para la protagonista, porque de alguna manera se salvajiza y recupera un conocimiento ancestral que tenía guardado en algún lugar. Sin adelantar demasiado, hoy para hacer lo que hace este personaje necesitaríamos un cirujano, un obstetra, cinco enfermeras, internación, hospitales», reflexiona Docampo. «Para empoderarse María tiene que volver a su origen, y ese concepto me parece de los más interesantes de esta película».
Cuando le preguntamos por el panorama del cine como territorio para elaborar este tipo de ficciones, Guadalupe reconoce que algunos años atrás las actrices no se reconocían ni se organizaban como ahora. «En este tipo de historias siempre nos tocaba hacer de princesitas», admite. Ahora el problema es otro: ella señala que el 70% de las historias siguen siendo contadas desde una perspectiva masculina, mientras que sólo un 30% recae en manos de mujeres guionistas o directoras. «Todavía nos queda ocupar esos espacios y sacar las leyes de cupo que haya que sacar en cada sindicato para que pueda haber historias narradas no sólo con protagonistas mujeres, sino también desde una mirada femenina».
¡Vayan al cine a ver Infierno grande! Imperdible. Se encontrarán con una hermosa fábula poético-pampeana.