Infierno grande es definida por Alberto Romero, su director, como una fábula poética sobre la maternidad, la naturaleza y la violencia. La historia narra el periplo de una mujer embarazada que decide huir de un marido violento para criar al hijo en su pueblo natal. Road movie, western y relato épico-fantástico se combinan para narrar un recorrido de liberación femenina. La Primera Piedra asistió a la avant premiere en el Gaumont.
Infierno grande es —tal como la define su director Alberto Romero— «una película de género sobre género». Aquí se combina road movie, western y relato épico-fantástico para amasar una historia de liberación y emancipación femenina. La actriz Guadalupe Docampo encarna con sensibilidad y excelencia a María, una maestra de pueblo oprimida por un marido violento. Alberto Ajaka interpreta a Lionel, candidato a intendente en la provincia de La Pampa que trata a su esposa como si fuese una de sus tantas posesiones; sin embargo, él mismo es sometido a los mandatos de un padre tirano y se convierte en una víctima más del patriarcado que alimenta con sus actos machistas.
La perspectiva de Romero resulta interesante porque se corre de las visiones de carácter naturalista que imperan en el panorama cinematográfico actual a la hora de abordar este tipo de temáticas. A contracorriente de esas tendencias, el director decide poner el acento en una dimensión fantástica que consigue exacerbar y potenciar los aspectos reales que están por fuera del relato pero que siempre sobrevuelan estas tramas. Algunas de las referencias que Romero reconoce en la elaboración de su largometraje son El Eternauta, El último recreo, Alvar Mayor o el cine de Sergio Leone, los hermanos Cohen y Terry Gilliam.
María está decidida a escapar de ese «infierno grande» que no sólo es fruto de las pequeñas dimensiones del pueblo (ya lo dice el refrán), sino también de la permanente violencia a la que esta mujer es sometida en su mundo privado. La protagonista intenta evitar que su hijo crezca en un ambiente hostil, y para ello decide volver al lugar donde nació y pasó su infancia: Naicó, un pueblo repleto de mitologías macabras ligadas a los ancentros nativos. Antes de emprender el viaje, su marido descubre la intención e intenta retenerla en aquellos territorios donde puede ejercer plenamente su poder: el pueblo (imagen publica) y la casa (foro privado).
Un tiro acelera la huida. En el camino, María se encontrará con personajes misteriosos, pesadillescos, incluso de dudosa existencia. En el desierto pampeano abundan los pueblos olvidados y las estaciones de servicio en donde no ocurre casi nada, y por momentos la protagonista se asemeja a una heroína salida de un relato de ciencia ficción distópico, donde el fin del mundo ya llegó pero ella parece no estar al tanto. Con su panza a punto de explotar y su rifle a cuestas, María recorre kilómetros en una chata vieja para poner a salvo a su hijo. En ese periplo recuperará los saberes ancestrales que siempre estuvieron allí pero que por alguna razón decidió anular.
Infierno grande cuenta con sólidas actuaciones por parte de Docampo (una heroína convincente que encuentra su mayor poder en la sutileza), Ajaka (este actor sin dudas puede convertirse en lo que quiera), el gran Mario Alarcón, Héctor Bordoni, Chucho Fernández, Manuel Matzkin, Javier Pedersoli, Marta Haller y Eliana De Santis. Hay buen ritmo narrativo, una fotografía excelente que logra crear atmósferas propicias para el desarrollo de este relato, locaciones atinadas, una banda sonora poderosa y un gran trabajo de cámara. Se trata de una fábula poético-pampeana de liberación femenina que logra salir con éxito del tono naturalista para potenciar la ficción desde su dimensión fantástica.
