Criatura —escrita, producida e interpretada por Gabo Correa— es una adaptación teatral de la novela “Frankenstein o el moderno Prometeo” de Mary Shelley, que a partir de un monólogo a dúo logra abordar no sólo la monstruosidad y el instinto de muerte sino también aspectos como el amor, el deseo o la soledad, poniendo en tensión el vínculo del creador con su criatura. Puede verse los sábados a las 23 hs. en Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556).
Criatura es una pieza estimulante, de esas que nos dejan pensando durante mucho tiempo más allá de la butaca. Gabo Correa es aquí el gran artífice (el «creador» del asunto) porque se ha ocupado de los rubros de adaptación, producción e interpretación. Es, además, quien encarna los dos personajes principales de la historia —Víctor Frankenstein y su criatura— mientras que Miguel Pittier no sólo participó del proceso de escritura sino que también quedó a cargo de la dirección.
En la escena Correa aparece duplicado, y lo más interesante de esta lectura emerge en el cómo. Sobre una pantalla se narra el origen de la criatura y el relato desemboca en un cuarto aséptico, frío, completamente blanco, de paredes inmaculadas: el consultorio de Víctor Frankenstein. Sobre el escenario de Beckett Teatro hace su aparición una figura de carne y hueso: la criatura (aunque sabemos que no es ninguna de esas dos cosas, y allí justamente reside el problema).
Esta decisión creativa es quizá uno de los elementos claves para comprender el abordaje que se hace aquí sobre el clásico de Shelley. El audiovisual (de muy buena calidad, por cierto) nos aleja de la figura humana, al tiempo que los cuerpos en la escena nos acercan al monstruo y su dilema. Él, dice, no soporta estar solo. Es un monstruo que ama, que siente, que tiene deseos, pero no ha podido satisfacerlos jamás por el rechazo que los otros experimentan hacia su deformidad. Es un monstruo que rápidamente genera empatía.
La criatura mata pero no lo hace por voluntad propia sino porque es su instinto, acaso el reflejo bestial de su creador, quien se jacta de asesinar en nombre de la ciencia y el progreso (cualquier semejanza con la realidad…). En ese vacío beckettiano que plantea la escena, la criatura le pide a Víctor que cree para él una mujer igual de monstruosa, ya que es el único ejemplar en su especie y no soporta la soledad a la que ha sido condenado desde su nacimiento. El científico se entusiasma con la idea e inicia una serie de experimentos, pero algo ocurre y sus planes se desmoronan. La muerte del creador plantea aquí dos cuestiones trascendentales: por un lado, la posibilidad de libertad (simbolizada en el despojo de esos grilletes que carga el personaje desde el inicio de la pieza); por otro, el adiós a la última oportunidad de humanizarse por completo.
Gabo Correa compone los dos papeles de manera muy convincente, sobre todo la criatura olvidada en ese páramo beckettiano, en plena lucha con sus contradicciones. El audiovisual es un recurso que está perfectamente utilizado porque genera un distanciamiento conveniente con respecto al personaje creador (mucho menos humano que su criatura), pero al mismo tiempo exige gran destreza y sincronización para el actor en escena, que debe interactuar con la pantalla durante toda la obra. La forma misma pone en tensión estos polos y se atreve a invertir los términos, a correrlos de su lugar habitual: lo inalterable del lenguaje audiovisual choca contra la dinámica y los ritmos teatrales, en permanente mutación. Pero lo estable es el humano y lo que muta, el monstruo.
Finalmente, uno podría preguntarse: ¿dónde hay más humanidad: en el creador o en su artificio? Es este el gran dilema que plantea Criatura. Se trata de una relectura estimulante y muy bien elaborada; una pieza más que recomendable para traer este clásico de la literatura al presente y pensar algunas cuestiones en torno a la robotización, los avances de la tecnología y sus potenciales amenazas para aquello que reconocemos hoy como «naturaleza humana».