El Pro: esa extraña fiebre amarilla

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Con la realización de las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) en la Ciudad de Buenos Aires, se dio lugar a una nueva victoria por un amplio margen del Pro. El partido fundado por Mauricio Macri parece imbatible en el cuadrilátero porteño a pesar de su explícita liviandad. ¿Por qué los porteños en los últimos años eligen siempre esta propuesta política? ¿Qué prevalece a la hora de votar: ideología o marketing?

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Con los votos totalmente escrutados y una sumatoria de 47,34% entre Horacio Rodríguez Larreta (28,41%) y Gabriela Michetti (18,93%), el Pro sigue arrasando en el ámbito porteño con campañas Light y de bajo contenido político. Este partido que nació en el 2003 como una versión remixada del menemismo y perdió con Anibal Ibarra en la segunda vuelta, hoy en día empapeló de amarillo toda la ciudad. Ocho años pasaron de poder ejecutivo en la capital y presencia legislativa a nivel nacional, pero pocos son los cambios sustanciales en la vida cotidiana porteña que demuestren una mejor calidad de vida que justifiquen la alta fidelidad con la que cuenta el Pro a la hora de las urnas.

Esta elección, además, tenía un rasgo particular: se definía el sucesor de Mauricio Macri, líder del partido y barnizado de una imagen positiva por los grandes medios de comunicación. Ni Larreta ni Michetti son Macri, claro está, pero a pesar de eso consiguieron ser los dos candidatos más votados repitiendo la fórmula que por repetida y burda, no deja de ser eficaz: la política friendly. Candidatos sin apellido (Horacio o Gabriela), colores a mansalva, globos y sonrisas de dentífrico; propuestas cero. ¿Por qué los porteños siguen votando algo que si se golpea suena hueco?

Identikit: más allá de los nombres de Pila

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Rodríguez Larreta, el gran ganador de las PASO, detrás de su imagen de “capitán del equipo del Pro” y seductor nato de vecinos y vecinas de la Ciudad, guarda un currículum vitae oscuro: fue funcionario menemista a cargo del ANSES y subsecretario de Políticas Sociales  dentro de la Secretaría de Desarrollo Social. Por ambos cargos posee denuncias de corrupción y mal desempeño como funcionario público. Ya en el año 2000 y en el gobierno de la Alianza liderado por Fernando de la Rúa fue designado interventor del PAMI y posee una perla negra dentro de esa función:  bajo su mandato ocurrió el suicidio de René Favaloro tras reclamar incesantemente una deuda que ese organismo mantenía con la Fundación Favaloro. Rodríguez Larreta, en ese entonces se mostró implacable y sostuvo que la “deuda no estaba verificada”. A partir del 2002, como si nada de eso hubiera pasado, se unió a Mauricio Macri en el armado del Pro, siendo vicepresidente de ese partido, jefe de campaña de las distintas candidaturas y jefe de gabinete durante los dos mandatos del empresario. Ese fue y es Rodríguez Larreta, aunque hoy simplemente se presente como Horacio.

Gabriela Michetti, por su parte, también trabajó en el Estado durante el gobierno menemista y de la Alianza desde 1989 y 2001, primero para la Provincia de Buenos Aires y luego en el Ministerio de Economía. La particularidad de Michetti viene a partir de su inserción en el Pro: en el 2007 fue elegida como vicejefa de gobierno, en el 2009 renunció a ese rol para presentarse como diputada nacional por la Ciudad y en el 2013 fue elegida como senadora por ese mismo distrito. Es decir: una escalada maratónica por todos los puestos habidos y por haber, con un grado de ausentismo alarmante en todos sus cargos.

La Ciudad de Buenos Aires suele ser el epicentro de las protestas más graves en materia de corrupción y reclamos a nivel políticos. Basta en pensar dos ejemplos recientes en idioma de Batalla Naval: 18F u 8N, o los tristemente célebres cacerolazos del 2001. Dentro de esa lógica, y según todo lo dicho hasta ahora, ¿por qué triunfa el Pro? La respuesta no es sencilla. Se le suele atribuir a su eficacia en materia de marketing, personalizada en la figura de Jaime Durán Barba. ¿Los porteños, siendo habitantes del distrito más desarrollado y con mayores recursos per cápita de todo el país, sucumben pasivamente ante una campaña de lógica mercantil?

La respuesta corre a cuenta personal de cada uno.

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Foto: Mauro Alfieri (La Nación)

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