La denuncia por violación de la actriz Thelma Fardin contra Juan Darthés ha generado un gran impacto en la escena pública. Desde el día en que se llevó a cabo la conferencia de prensa de Actrices Argentinas, la Línea Nacional contra el Abuso Sexual Infantil registró un aumento del 240% en las llamadas, mientras que la línea 137 dedicada a las víctimas de Violencia Familiar y Sexual en CABA resgitró un aumento del 18%, además del eco en el mundo mediático. ¿Por dónde empezar un análisis sobre la cuestión?
Hay tres ejes esenciales para abordar el fenómeno social que se ha desatado a partir de la denuncia penal de Thelma Fardin contra Juan Darthés por el delito de violación sufrido a sus 16 años en una de las giras teatrales de Patito Feo. Por supuesto, la única persona que debe responder ante la justicia por ese delito es el acusado. Sin embargo, el coraje de Fardin para enfrentar la situación ante sí misma y ante millones de espectadores debería servir para analizar otras cuestiones importantes que van mucho más allá del caso concreto. La justicia, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento son tres espacios sobre los cuales hoy resulta indispensable echar luz.
Las querellas silencian a las víctimas
En primer lugar, es preciso señalar lo que ocurre con este tipo de casos en el ámbito de la justicia. El modus operandi de los abogados defensores de acusados por violencia de género y/o agresiones sexuales, suele generar a través de las demandas por daños y perjuicios o calumnias e injurias un doloroso proceso de revictimización de las vícitmas o, lo que es peor, la inversión de roles y su ulterior transformación en victimarias (“fue ella quien se le insinuó a él”, “fue ella quien lo provocó”).
Esta es una de las principales razones por las cuales muchísimas mujeres deciden callar o, a la hora de hacer una denuncia pública, evitan dar nombres propios. Pasar por los tribunales genera recelo en la mayoría de las víctimas, y ese miedo se agudiza considerablemente cuando pertenecen a las clases más vulnerables de la sociedad, ya que la escasez de recursos e información muchas veces impide acceder a un asesoramiento legal adecuado. El ejemplo más reciente de la hostilidad judicial para con las mujeres quizás sea el fallo por el femicidio de Lucía Pérez.
Lejos de ser algo “que limpia, que tamiza y que filtra” —tal como declaró el abogado Fernando Burlando en una entrevista para Intrusos— la justicia se presenta ante las mujeres víctimas de violencia de género como un lugar hostil, de absoluta desprotección. La pregunta del propio Burlando dirigida a la periodista Luciana Peker con quien se cruzó durante ese móvil revela el nivel de internalización de estos procedimientos. “¿Vos sos abogada o periodista?”, chicaneó el letrado.
¿Qué hay detrás de esa pregunta? Por un lado, una intención claramente intimidatoria; por otro, todo el peso de las jerarquías judiciales que se presenta ante las víctimas como un semidios carente de empatía. Tal como sostuvo Peker en esa misma entrevista, “las querellas a quienes hablan silencian a las víctimas”.
Las llamadas a la Línea Nacional contra el Abuso Sexual Infantil aumentaron un 240% desde el martes.
Estén a la altura
En segundo lugar, resulta indispensable poner el foco también sobre los medios de comunicación, que se han convertido en protagonistas del asunto por estos días. Frente a la denuncia de Thelma Fardin la reacción mediática antes, durante y después de la conferencia de prensa en el Multiteatro ha sido inmediata y —a los fines del movimiento feminista— muy efectiva. En líneas generales hubo un gran acompañamiento por parte de lxs periodistas, salvo contadísimas excepciones que no vale la pena mencionar aquí. Sin embargo, pueden puntualizarse algunas cuestiones con respecto al peligro de espectacularización de la noticia.
El video elaborado por Fardin junto a todxs lxs artistas que apoyan esta causa revela de manera contundente cuáles son las demandas del régimen mediático imperante para que un contenido merezca la atención suficiente por parte de la opinión pública, es decir: hizo falta un relato crudo, directo, en primera persona, plagado de detalles y sumamente explícito para que la voz de la denunciante tomara dominio público.
Meses atrás Calu Rivero, Anita Coacci y Natalia Juncos habían pasado por algunos programas televisivos narrando sus experiencias de acoso perpetradas por la misma persona, pero no se les dio mayor relevancia. Sus testimonios no sólo fueron puestos en duda (muchos colegas del medio salieron a retractarse en estos días por haber respaldado a Darthés en su momento), sino que además fueron ubicadas en el banquillo de acusadas y señaladas como mujeres conflictivas, exageradas, histéricas.
Resulta indispensable revalorizar el testimonio en primera persona como disparador, no sólo para abrir el debate sino también para concretar nuevas denuncias. La misma Thelma Fardin es un caso ilustrativo de ese impacto, porque fue a raíz de una charla con amigas donde se criticaba a Rivero que la joven actriz decidió hablar y hacer la denuncia penal.
En el comunicado de Actrices Argentinas se declaró: “Deploramos que algunos medios intenten llevar la atención hacia el costado más morboso de los conflictos; mientras acallan las problemáticas laborales de fondo, se vuelven cómplices”. Y durante los cinco minutos de preguntas Fardin imploró a lxs periodistas: “Es importante que este tema se trate como corresponde, que las preguntas estén a la altura”.
Las llamadas a la línea 137 dedicada a las víctimas de Violencia Familiar y Sexual en CABA aumentaron un 18% desde el martes.
La opresión y la cosificación son moneda corriente
El tercer elemento clave sobre el cual convendría poner atención son las productoras que forman parte de la industria del entretenimiento. La violación denunciada por Thelma Fardin en Nicaragua tuvo lugar en una de las giras internacionales del espectáculo teatral Patito Feo producida por Ideas del Sur, y el dato no es menor. ¿Qué implicancias tiene la industria como actor social?
Por un lado, vale recuperar lo declarado por Actrices Argentinas en su comunicado: “En nuestro medio la opresión y la cosificación son moneda corriente. Se erotiza y se sobreexpone a niñes y adolescentes en la industria del entretenimiento. Estamos siempre desprotegidas por quienes nos contratan. Ejemplo: se envía a menores de edad de gira, sin tutelaje suficiente y adecuado. En nuestro medio no hay protocolos de acción frente a casos de abuso. Necesitamos herramientas para enfrentar estas cuestiones”.
Es la industria misma la que ha generado el caldo de cultivo que hoy desemboca en esta denuncia y configura tanto víctimas como victimarios en el interior del campo del entretenimiento. La sobreexposición de niños y adolescentes, el culto y la erotización de los cuerpos, no son fenómenos ajenos a la denuncia sino que forman parte de un régimen de producción de contenidos que estuvo totalmente naturalizado durante años. En ese contexto, episodios de abuso o acoso aparecen como hechos que una niña, mujer o adolescente debe tolerar para poder desarrollar una carrera profesional en el medio.
Leé los testimonios de Emilia Claudeville y Malena Sánchez
Por supuesto este no es el único campo en el que ocurren episodios así. Tal como sostuvo Malena Sánchez en entrevista con La Primera Piedra, “no tengo dudas de que en las guardias de los médicos o en las oficinas de los empresarios deben suceder cosas parecidas; en todos lados los varones abusan de su lugar de poder”. Es hora de revisar las reglas de juego de la industria (y de tantas otras áreas), para ponerlas en cuestión y evitar que ocurran hechos de tal gravedad. El cambio, necesariamente, debe ser cultural y estructural.