El miércoles 24 de octubre Gabo Ferro presentó la primera parte de un menú musical programado en dos tiempos. El repertorio de esta fecha incluyó canciones de sus primeros cuatro discos editados entre 2004 y 2008: Canciones que un hombre no debería cantar (2005), Todo lo sólido se desvanece en el aire (2006), Mañana no debe seguir siendo esto (2007) y Amar, temer, partir (2008). El lado B está planificado para el 28 de noviembre a las 21 hs. en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).
La penumbra, el humo espeso y los agudos sutiles en la voz de Gabo saliendo por los parlantes de la Sala Solidaridad, cargaron la atmósfera con ese halo místico que envuelve la obra del cantautor y que puede apreciarse con detalle durante sus presentaciones en vivo. Así fue el inicio de una noche mágica que logró ubicar a la canción en el centro de la escena, sobre un altar profano suficientemente alejado de cualquier gesto de sacralización.
Los primeros acordes que irrumpieron en el silencio cavernario de la sala fueron los de “Agua blanca, pato negro”, canción que abre el segundo disco del período 2004-2008. Luego siguieron algunas de las creaciones más esperadas: “Cuando el amor no entra” (con el canturreo tímido del estribillo en la voz del público), “El amigo de mi padre”, “Mi vida es un vestido”, “El amor no se hace”, “Sobre madera rosa” y “Costurera y carpintero”, una canción que se atreve a poner en tensión los binarismos hegemónicos que rigen la clasificación de géneros.
La obra de Gabo Ferro no sólo está teñida por el misticismo ya señalado, sino también por aquellas zonas difusas donde las distinciones entre lo que culturalmente suele identificarse como “masculino” o “femenino” pierden todo su sentido (la amplitud del registro vocal de Ferro quizás sea la condensación más representativa de esa indefinición). Aquí priman las sensibilidades y punto; no importa de qué especie, clase o género sean. Es por eso que en estos conciertos los hombres tienen licencia para llorar desconsoladamente y las mujeres quedan habilitadas para gritar con desgarro desde sus butacas: aquí no se le demanda crudeza al “macho cabrío” ni recato a las “damitas sumisas”. La única premisa: ser.
El segundo segmento incluyó temas de los cuatro álbumes: “Que nuestra mirada”, “La casa; nuestros discos”, “Nada”, “Toda el agua del mundo” (interpretado a capella, este fue sin dudas uno de los momentos más altos del concierto), “Sigo el río”, “Calvas margaritas” y “El jardín más bello”, dedicado irónicamente a todas aquellas madres que alguna vez encontraron placer podando las flores más bellas del edén de su progenie.
La tercera sección arrancó con “Tapado de piel” y “Para traerte a casa”. “Volví al jardín”, última canción del material de 2008, fue presentada con una pequeña anécdota que bien podría encuadrarse en aquella fórmula de «Tragedia+Tiempo=Comedia»: “El famoso disco de mierda sobre la separación [Amar, temer, partir] intentaba registrar algunas estaciones en el tránsito desde quedar baba sobre el piso hasta poner un pie en la calle, entonces dije ‘hagamos algo de esta mierda’. El tema con el que tenía pensado terminar el disco no era yo porque parecía demasiado esperanzador, así que compuse este otro”, relató el músico antes de ejecutar los primeros acordes en su guitarra. La sección continuó con la lectura de un peculiar recetario, seguida por “Ahí va tu cuerpo al fuego”, “El cuadro de mi daño” (dedicada “a todxs lxs hijxs de puta que nos hicieron sufrir por amor”) y “Los recuerdos son reflejos”.
El último segmento empezó con el power de “Tu amor es como el hambre”, “De paso” y el segundo anacronismo de la noche: “El extrañante”, una hermosa versión del tema interpretado junto a Luciana Jury en El veneno de los milagros. “Voy a montar un caballo” y “Sobre el camino” fueron el grand finale, y los aplausos del público lograron un bis a la altura de la velada: completamente desenchufado y sentado al borde del escenario, Gabo cantó “Como tus zapatos” acompañado de su instrumento, y “Dios me ha pedido un techo”.
“La de 2004-2008 fue una cosecha difícil”, bromeó, y con sano sarcasmo esbozó un balance de la noche: «hoy ha sido una gran alegría, sobre todo en estos días de mierda y con esta calle detonada”. Ver a Gabo Ferro en vivo es algo así como una experiencia mística, un encuentro con las raíces ancestrales de la sensibilidad humana. A veces parece increíble lo que un hombre puede lograr con una silla, una guitarra y su voz.
Gabo Ferro no interpreta canciones; las encarna. Y posee la insólita destreza de incorporar a ese amasado todo lo que ocurre en el aquí y ahora: el misterioso acto que se produce sobre el escenario y los ritmos prácticamente imperceptibles de la respiración en la platea. Ferro capitaliza lo efímero y accidental para convertirlo en poesía. Sus conciertos son una declaración de principios, una afrenta sólida contra el mercado de la canción capitalista, por naturaleza —y quizás por necesidad— predecible, ramplona y pegadiza. Gabo Ferro es un cultor de la libertad, y eso constituye una razón de peso para asistir a la experiencia mística que proponen sus conciertos.