Princesa del futuro es una pieza que retrata el proceso de transición en una niña trans. La dramaturgia es de Paula Cancela, quien construye su relato a partir de la metafórica que envuelve el mundo de las princesas en los cuentos infantiles. El protagonista es Manu Fanego, un actor con un interesante recorrido que atraviesa el humor de la mano de Los Bla Bla y que en estos días estrenará una obra de Alejandro Acobino dirigida por Osqui Guzmán en el Cervantes. La Primera Piedra charló con él sobre el proceso de composición de su personaje en Princesa del futuro.
Manu Fanego es un ser relajado; sus dos años de budismo parecen haber hecho un gran efecto en su manera de llevar la vida. Elegimos como punto de encuentro el Xirgu Espacio UNTREF, donde cada domingo a las 16 hs. él encarna a Lía, la pequeña niña trans protagonista de Princesa del futuro. Vive a un par de cuadras y confiesa que esta es la primera vez que trabajo y casa están tan cerca. Con andar pausado nos guía hasta uno de los bodegones declarado bar notable, en el corazón del pintoresco barrio de San Telmo.
«La obra habla de la vida de una nena a la que no le permiten sentirse. Nuestra sociedad necesita definir cosas todo el tiempo para alcanzar cierta tranquilidad»
— ¿Cómo fue el proceso de investigación de la temática hasta llegar a la obra?
— Nosotros con Pau [Paula Cancela] venimos trabajando hace cuatro años en distintas piezas de su autoría. Esas obras abarcan la perspectiva de género bajo la forma de cinco manifiestos titulados “Sobre el temor que me da ser una princesa”. Ahí yo encarnaba a una princesa, casi siempre Cenicienta. Y después trabajamos sobre una obra de Sergio Blanco que retoma el mito de Casandra y lo trae a la actualidad en forma de prostituta, una mujer trans de los márgenes. Eso lo hicimos en el marco universitario pero tuvimos algunos problemas con los derechos, entonces apareció la necesidad de escribir algo propio bajo ese mismo formato.
— ¿Cómo llegaron a la historia de Luana [la primera niña trans en recibir su DNI con cambio de género]?
— “Yo nena, yo princesa” fue un gran disparador para Pau. Cuando ella me pasó la obra y el libro me conmocioné muchísimo con la historia y el trajín que tuvieron que atravesar Luana y Gabi, su mamá. La obra habla de la vida de una nena a la que no le permiten sentirse. La cuestión acá es hasta dónde les creemos a los niños, ¿no? Es re loco e inabarcable, y a la vez muy poco definible. Nuestra sociedad necesita definir cosas todo el tiempo para alcanzar cierta tranquilidad. Entonces todo se vuelve ceros y unos. Me da la sensación de que todo el mundo va hacia ese lugar, y hay algunos que siguen resistiendo en esta batalla: mujeres como Gabi, las chicas travestis, la Mocha Celis [primer bachillerato trans], la Casa Trans, las cooperativas. Son lugares de militancia, de lucha.
— ¿Qué lugar ocupa el arte?
— La visibilización para poder extender esto más allá de la militancia y la bajada de línea. La bajada de línea es necesaria para quienes están ubicados en otro lado, para que les llegue esa fragancia. A partir de ahí empezás a escudriñar y a investigar adónde está la data dura, la información más clara. Nosotros nos ocupamos de tocar otras fibras, hacer eso mismo pero desde otro lugar.
«Yo hago de mujer hace mucho tiempo. Me gusta vestirme de mujer. Mi caballito de batalla es una ucraniana que toca el acordeón. Hay algo de sentirme trans que me es propio»
— ¿Se encontraron con Luana y Gabriela en ese proceso?
— Durante la investigación no, porque intentábamos agarrar el tema pero no el caso. No queríamos cercenarnos a la medida de Gabi y Luana para poder tener una mirada más artística y no tanto de “baja línea”. Gabi sí es una militante y lo tiene que llevar de esa manera; nosotros intentamos llegar a la gente desde un lenguaje poético. El arte tiene esa forma mística de entrar en nosotres de una manera no lineal: el arte se hace preguntas, no da respuestas.
— ¿Desde qué elementos partiste para componer al personaje?
— Yo hago de mujer hace mucho tiempo. Me gusta vestirme de mujer, me monto en mis personajes. Mi caballito de batalla es una ucraniana que toca el acordeón. Hay algo de sentirme trans que me es propio. Si bien no salgo montade a la calle en mi vida cotidiana —aunque alguna vez lo he hecho para probar la sensación—, yo percibo que todes no somos ni un hombre ni una mujer, no somos binaries. Es mucho más complejo que eso. La sexualidad se compone de movimientos que no son abarcables en una sola clasificación. Entiendo que como sociedad necesitemos esas categorías. Lo entiendo pero no lo comparto, y cada vez menos.
— ¿Cómo es la recepción del público?
— Bueno, creo que eso es lo que hace que funcione. Veo que hay una modificación a partir de la obra: la gente se conmueve, al menos quienes se acercan después de la función a saludar. Incluso hay muchas chicas trans que se sienten identificadas y eso para mí es muy bueno, porque si no sería como hacer una biografía sobre alguien sin su autorización. A Luana le encanta la obra y ya la vino a ver dos veces.
— ¿Tuviste interacción con otros niños y niñas trans?
— Sí, tuve la oportunidad de participar en la Asociación Infancias Libres que agrupa a madres y padres de niñes trans; ahí hacen todo tipo de actividades: capacitaciones, entretenimiento. Estar en contacto con nenes y nenas trans es un flash, ¡está buenísimo! Y ahí te das cuenta de lo podrido que está el mundo, la mente. Es muy injusto que el promedio de vida de una persona trans sea de 35 años.
«En el prime time estos temas no son tocados de la mejor manera porque suelen pasarse por un filtro previo. Pero que el tema se pueda plantear ya me parece un triunfo»
— ¿Qué pensás sobre la tematización de los procesos de transición de género en la ficción prime time, como en el caso de 100 días para enamorarse?
— No vi el programa de Ortega así que no puedo opinar mucho desde ese lugar. Me parece que está buenísimo que aparezca. Generalmente en el prime time estos temas no son tocados de la mejor manera porque suelen pasarse por un filtro previo. Pero así son las reglas, así que nadie espera otra cosa. Que el tema se pueda plantear ya me parece un triunfo. Escuché varias críticas por parte del colectivo trans pero tampoco me puedo parar en ese lugar porque no lo vi y no soy una chica trans. Sí puedo hablar como un artista que participa en una obra con perspectiva de género, y celebro que se esté empezando a hablar de estas cosas.
— El lenguaje es otro elemento esencial en Princesa del futuro. Lía está preguntándose todo el tiempo si las palabras que usa son las correctas. Hoy parte de la lucha también se dirime en el terreno lingüístico. ¿Qué opinás sobre esto?
— Bueno, han venido a ver la obra algunos de mis maestros de teatro —verdaderas eminencias— y después de la función se acercaban a decirme que no les gustaba. Son cuestiones generacionales. Lo que nosotros planteamos es una revisión: el lenguaje es algo que muta y no es el mismo que hace 50 años, no se habla igual. Tampoco entiendo por qué seguimos refiriéndonos a nuestro idioma como “español” o “castellano” si hace siglos que no dependemos de España. Debería existir una organización que nuclee a los lenguajes latinoamericanos. Lo mismo sucede con el neutro en las infancias. No podemos escapar a eso: en todo caso podemos revisarlo para integrarlo o descartarlo, pero hay cierta tendencia a negarlo todo en pos de la estabilidad social. Lo mismo ocurre con nuestra sexualidad y nuestra autopercepción. A veces me dan muchas ganas de salir vestida de mujer…
— ¿Y por qué no lo hacés?
— Porque me da mucha fiaca (risas).
— Decías que alguna vez te animaste. ¿Cómo fue esa experiencia con respecto a la mirada del otro?
— Estuve más preocupado por la mirada del otro que lo que en realidad me devolvió esa mirada: tenía miedo de que me bardearan. Un domingo soleado salí tipo cuatro o cinco de la tarde con una pareja amiga y nos fuimos en bicicleta hasta la reserva. Ahí se arma una muy popular los fines de semana: se baila zamba, cumbia, se hace picnic. Yo salí montada pero muy tranqui. En ese momento fumaba y un tipo se acercó y me pidió tabaco para armar; parecía ser alguien que vivía en la calle. Le convidé y cuando se fue me tiró un “¡Gracias, capo!” como para marcar que no se había comido que yo era una mujer. Esa fue la única devolución que tuve y ni siquiera fue en un tono agresivo.
«Hay cierta tendencia a negarlo todo en pos de la estabilidad social. Lo mismo ocurre con nuestra sexualidad y nuestra autopercepción»
— Eso habla de una manera de percibir el mundo desde el lenguaje, ¿no? Ese “capo” fue la línea divisoria.
— Sí, por eso la importancia del lenguaje. Porque si nosotros empezamos a no-definirlo desde el lenguaje es mucho más fácil. Yo me atrevería a decir que a nadie le caben esas definiciones. Creo que hay una falta de escucha propia y de autopercepción, y mucha presión de la sociedad a “ser” de una determinada manera.
— ¿Cómo ves la situación del país en general y del teatro independiente en particular?
— Muy devastado. Si la gente no tiene para comer, mucho menos para ir al teatro. Me parece muy perverso todo lo que está pasando, muy siniestro. Lo único que rescato es que son momentos en los que repensás todo y decís: “Ah, estaba en cualquiera”. A mí la policía y la gendarmería en las calles me dan un miedo bárbaro.
Cuando le preguntamos por sus referentes en el campo del humor, Manu recuerda La Banda de la Risa y arroja algunos nombres históricos de esa compañía: Claudio Gallardou, Osqui Guzmán, el «Bicho» Gómez, Claudio Da Passano. Y recuerda «Cha Cha Cha cuando Casero no era un flan» o al mismísimo Olmedo como alguien que lo hacía reír mucho, aunque aclara que hoy comparte las polémicas en torno a su figura. También menciona a su padre, Daniel Fanego, y dice: «Soy hijo de actor y mi viejo siempre fue un payaso en casa». Sin embargo, hasta los 28 años Manuel imaginó su vida como músico, porque desde muy pequeño su abuela lo había instruido en el dominio del piano.
El punto de inflexión, dice, fue cuando se inscribió en un curso de clown con Guillermo Angelelli, uno de sus grandes maestros. «A partir de ese momento empecé a entender que ese era mi lugar. Es re loco pero es así. Te pasa o no te pasa», cuenta y se acuerda de la mísitica del Parakultural en los años ’80. Hoy está a pocos días de compartir escenario y ser dirigido por uno de aquellos referentes de La Banda de la Risa: Osqui Guzmán, quien dirigirá la obra de Alejandro Acobino, Enobarbo. Manu Fanego no aspira a la fama sino simplemente a ser feliz; en el horizonte aparece el deseo de viajar con Princesa de futuro o Los Bla Bla por algunos festivales y encarar de lleno su próximo proyecto en el Teatro Nacional Cervantes.