Jorge Julio López desapareció por segunda vez el 18 de septiembre de 2006, hace ya 12 años. Un ex detenido-desaparecido que testimonió cada vez que pudo para condenar a los responsables del horror del genocidio, entre ellos, a Miguel Etchecolatz. Sin embargo, no hubo ni hay aún ningún procesado ni imputado por su desaparición, la que ocurrió en un contexto en que genocidas y represores comenzaron a percibir que llegaba el fin de su impunidad. En su nombre se encarna la importancia del proceso judicial que condena los delitos cometidos durante la dictadura cívico-militar y, a su vez, la vitalidad de la maquinaria represiva en democracia.
A doce años de su segunda desaparición, Jorge Julio López debe ser más que una bandera emblemática, un mito, o un ejemplo de verdad. Se trata de la desaparición de un sobreviviente de la dictadura en democracia. Una desaparición en el marco de la reapertura de los juicios de lesa humanidad. Su nombre señala la impunidad persistente en democracia, la actualización y vitalidad de una maquinaria siniestra como es la de los genocidas, pero también la fundamental importancia de la justicia para derribar el olvido y el silencio establecido por el genocidio.
Los juicios apenas volvían a abrirse camino cuando ocurrió su segunda desaparición en 2006. Jorge Julio López fue testigo en el primer juicio de un proceso judicial que condena los delitos cometidos durante la dictadura cívico-militar, luego de la abolición de las leyes de obediencia debida y punto final, y la declaración de su inconstitucionalidad. A su vez, en aquel juicio que terminó condenando a Miguel Etchecolatz a su primera sentencia a perpetua – luego vendrían varias más -, fue querellante de su propia causa, junto a otra ex detenida-desaparecida: Nilda Eloy.
Este hecho marcó un antes y un después en un proceso que aún se encontraba debilitado pero que se afianzaba en la lucha de familiares y sobrevivientes que siguieron testimoniando y asistiendo a las audiencias para lograr una justicia que se había negado por más de 30 años, y una impunidad que reinó en diversos gobiernos constitucionales. En este sentido, la desaparición de Jorge Julio López que podría haber amenazado el avance del proceso judicial, provocó lo contrario: un rechazo social insoportable ante una nueva desaparición en democracia.
Jorge Julio López, en este sentido, denuncia la fundamental tarea de seguir acompañando, por parte del Estado y toda la sociedad, a los sobrevivientes y familiares que siguen brindando testimonio tras más de 40 años del inicio del genocidio. Sus palabras en aquel juicio y las experiencias que siguen siendo narradas por sus compañeros y compañeras ayudaron a fortalecer un proceso de condena que ha logrado muchas sentencias a pesar de los obstáculos o retrocesos sufridos.
Su segunda desaparición, a su vez, señala una estructura represiva aún vigente y la persistencia de las prácticas de secuestro, desaparición y muerte que se mantienen en las fuerzas de seguridad. Mecanismos heredados y actualizados en democracia y conservados para los sectores que todavía hasta el día de hoy detentan o son amigos del poder. Un accionar siniestro que hace tan solo 12 años evidenció que, si es necesario, se pondrá en marcha para silenciar testimonios, quebrar el accionar de abogados, jueces y fiscales, o querer frenar todo el proceso que venía a culminar con la impunidad de décadas.
El testimonio detallado de Jorge Julio de López y, también, su posterior desaparición formó parte de una lucha histórica, como lo fue comenzar a condenar a los responsables del genocidio en Argentina. Una batalla fundamental que avanza hasta la actualidad a pesar de las resistencias que mantienen quienes nunca se arrepintieron de formar parte de un plan sistemático de persecución, tortura y exterminio, y de un modelo económico que sigue condenando a grandes sectores sociales al hambre, la pobreza y la exclusión.