«Más que un anexo a la política tradicional, el feminismo viene a aportar a la lucha de clases», afirma Gabriela Borrelli Azara, quien se encuentra presentando el libro Lecturas Feministas (Ediciones Futurock, 2018), donde acerca distintos escritos de 30 autoras desde el siglo V a.C a la actualidad. «Hay una legua que nos une, si bien no hace falta haber leído para ser feminista, sí es importante saber que no se te ocurrió a vos sola, somos parte de una historia», destaca en esa dirección la periodista y escritora.
Sobre la autora
Gabriela Borrelli Azara es periodista, escritora y conductora de radio. Se formó en letras, especializándose en crítica literaria. Hace más de dos décadas que ejerce ese oficio en medios gráficos y radiales (AM 750, Radio Nacional, Radio del Plata, Página 12, etc.)
Dicta talleres de lectura y escritura de poesía en la Ciudad de Buenos Aires. En 2015 publicó su libro de relatos poéticos Oceáno por Lamás Médula.
Si alguien me piensa, estoy a salvo
¿Qué es lo que convierte a alguien en feminista? Difícilmente una lectura sea el puntapié inicial. Las experiencias prácticas y cotidianas hacen notar que algo anda mal, marcando un punto de no retorno. Sin embargo, el feminismo posee un marco teórico histórico que sirve para complementar y reforzar sensaciones y conceptos. Lecturas feministas (Ediciones Futurock, 2018), de Gabriela Borrelli Azara, viene a acercar 30 autoras claves a una generación de jóvenes militantes que se cansaron del sistema patriarcal.
En ese sentido, Lecturas feministas nace de una idea de «crear un material bibliográfico para toda esa masa de pendejas que escuchan la radio y son feministas», cuenta Borrelli Azara a La Primera Piedra, haciendo referencia al fenómeno actual que es la radio online Futurock. Emulando sus ya clásicas columnas radiales, en este libro la escritora y periodista cultural mantiene el tono amable y coloquial a la hora de presentar a las escritoras, filósofas, militantes y políticas que integran este libro, las cuales van desde el siglo V a.C. hasta el presente: Safo de Lesbos, Sor Juana de la Cruz, Eva Duarte, Alfonsina Storni, Simone de Beauvoir, Virgine Despentes, entre otras.
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Este libro es el de una lectora: poemas, historias, pensamientos de mujeres que se pensaron y en ese pensarse nos salvaron. Porque si alguien me piensa, estoy a salvo
«Este libro es el de una lectora: poemas, historias, pensamientos de mujeres que se pensaron y en ese pensarse nos salvaron. Porque si alguien me piensa, estoy a salvo«, escribe la autora en el prólogo del libro, marcando no solo la diversidad de géneros y registros que engordan a Lecturas Feministas, sino también la importancia que tiene la teoría y la literatura en una experiencia tan práctica como la militancia. De esa manera, este libro urgente y necesario, símbolo de esta época, demuestra como el virus de la palabra encuentra ambientes propicios para reproducirse y, al contrario de cualquier otra clase de contagio, levantar las defensas de cuerpos indóciles.
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«Nadie tuvo que leer a Simone de Beauvoir para darse cuenta de que había algo mal»
— ¿Cómo surgió la idea de hacer este libro? Teniendo en cuenta que es un recorrido muy personal.
— Yo trabajaba con Julia Mengolini en Radio Nacional y tenía una columna de libros a cargo. Como feminista que soy, siempre recomendaba algún que otro libro en esa clave. Un día que estábamos transmitiendo en Villa Gessell, Julia me dijo que haga una lista de 10 libros que toda feminista debiera leer o al menos esos 10 libros que a mí me hicieron feminista. Le hice en ese momento una listita en una servilleta, medio boludeando, pero quedó. Después que la echaron de Radio Nacional y se creó Futurock, tanto ella como Federico Vázquez tuvieron la idea de crear un material bibliográfico para toda esa masa de pendejas que escuchan la radio y son feministas.
— ¿Desde qué rol te planteaste hacerlo?
— Les avisé tanto a Julia como a Fede que yo no soy una académica o una historiadora de la literatura. Sí soy una Profesora en Letras que se dedicó al periodismo, pero me pareció que este libro servía para reivindicar a la lectora y a la oyente, donde no se tiene un enfoque académico, sino el enfoque de una lectora. Por eso estoy yo en la tapa, porque son mis lecturas y a mí me parece importante el orgullo lector, reivindicar a la lectura como un acto de creación. En ese sentido, quería recrear esa pequeña conversación con Julia, donde le decía: «Mirá, la primera vez que leí a Safo de Lesbos me volví loca». Hay muchos textos, como el de ella, que se corren un poco, que no sé si entrarían en un libro de historia del feminismo, pero sí son los textos con los que una feminista se forma. Es por eso que también hay cruce de géneros: novelas, textos académicos, poemas, porque una va leyendo así, fragmentariamente.
Me parece fundamental reivindicar a la lectura y no es una exageración: es tan importante leer un libro como escribirlo. No sé por qué siempre tiene más prestigio el haber escrito un libro que haberlo leído.
— En esa dirección, reivindicás mucho a la lectura, que es quizás el costado menos glamoroso de la literatura, que se suele quedar con los escritores y editores.
— A mí me parece fundamental reivindicar a la lectura y no es una exageración: es tan importante leer un libro como escribirlo. No sé por qué siempre tiene más prestigio el haber escrito un libro que haberlo leído. Yo me crié en una familia donde no había escritores pero eran todos grandes lectores, había una jactancia por eso que me parecía hermosa. Es el prestigio del que lee y me parece que es lo único que puede realmente difundir a la lectura, porque con apoyarte en la figura del escritor no alcanza. Hay que darle orgullo al lector porque lo que hace no es nada fácil.
— Es interesante ver el corrimiento del ego del autor o de la autora en función de la obra de un otro, ¿no?
— Exacto, por más que yo no reniego del ego del escritor, quiero que también lo tenga (risas). Para cualquier creación uno se tiene que sentir potente, pero quiero que el lector sienta eso mismo, sin ser alguien pasivo o invisible. Al igualar ese ego, se democratiza todo.
— Justo en el prólogo del libro afirmás que «no hay que leer para casi nada», algo que se aplica también para los feminismos: no hace falta leer a nadie para sentir la opresión. A pesar de eso, ¿qué pensás que aporta este libro?
— Es verdad eso. Cuando me proponen hacer el libro, me pregunté cuántas pibas que nos escuchan en Futurock leyeron a alguna de estas autoras. En mi militancia conocía a varias mujeres que no habían terminado la secundaria o la primaria, grandes feministas iletradas, sin un marco teórico. Nadie tuvo que leer a Simone de Beauvoir para darse cuenta de que había algo mal. Sin embargo, hay algo de lo escrito que retumba en la lectora.
En mi militancia conocía a varias mujeres que no habían terminado la secundaria o la primaria, grandes feministas iletradas, sin un marco teórico. Nadie tuvo que leer a Simone de Beauvoir para darse cuenta de que había algo mal.
— Hablás de «la caricia de la compañía al descubrir un poema o un texto».
— Sí, una caricia, un retumbe en la lengua, algo virósico. Por eso son tan importantes las batallas que el feminismo da en la lengua, como el término «presidenta» o el uso de la «e» para una lengua inclusiva. Esa pulsión en la lengua siempre tiene su correlato en las acciones. Hay una legua que nos une, si bien no hace falta haber leído para ser feminista, sí es importante saber que no se te ocurrió a vos sola, somos parte de una historia. Ahí entra la idea de reponer series. Quería que las feministas supiéramos que nuestros textos empezaron con Safo, no somos un accidente ni una moda. Es contradictoria igual esa afirmación que hago sobre que no hay que leer para casi nada, pero me gusta que sea así, que no tenga una respuesta.
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— ¿Qué comentarios recibiste con este libro?
— Tuve muchas críticas, en el buen sentido, acerca de la predominancia de francesas y norteamericanas en el libro. Por eso estoy preparando el tomo 2 donde se pone el foco en la historia americana, porque el corte latinoamericano es un tanto patriarcal, y en ese sentido el movimiento feminista puede lograr cierto internacionalismo a pesar de las diferencias. Sojouner Truth, la abolicionista negra, tiene mucho que ver con una mujer peruana, por ejemplo. También quedaron muchos textos de feminismos negros y anticapitalistas, que van a formar parte. Este primer tomo de Lecturas feministas respondía a ese interrogante que muchas me hacen: «¿Qué leo?».
— ¿Vos cómo te parás ante eso?
— Al igual que en otros sectores de la sociedad, se ha escrito mucho sobre los oprimidos y los oprimidos no llegan a leerlo en mucho de los casos. El feminismo no es algo que haya salido de una universidad, a lo sumo las que escribimos y leemos sobre feminismos salimos de ahí, porque hay muchas mujeres que son feministas sin leer una sola palabra de lo que está en este libro. Lecturas Feministas buscó acercar esa historia y replicar ese tono amable que uso en la radio.
El feminismo no es algo que haya salido de una universidad, a lo sumo las que escribimos y leemos sobre feminismos salimos de ahí, porque hay muchas mujeres que son feministas sin leer una sola palabra de lo que está en este libro
— En el libro le das un lugar bastante especial a Alfonsina Storni, yendo a contracorriente a la figura de poeta sufrida y romántica a la que se la redujo durante bastante tiempo. ¿Por qué te detenés tanto en su figura?
— Porque soy fanática, es una cuestión absolutamente arbitraria. Cuando leí la biografía que hizo Josefina Delgado sobre ella me volví loca. Ella fue una gran feminista y una de las mentes más lúcidas de su época. Su militancia se vio muy tapada por una muy lectura, principalmente de Félix Luna. ¿Cómo apagaron todo ese fuego de la biografía de Alfonsina? Hoy, por suerte, el movimiento de mujeres logró releer su obra en clave feminista. Que Storni haya escrito poesía en Argentina es un lujo de nuestra lengua.
— En ese sentido, te pregunto tanto como escritora del género como lectora, ¿qué le puede aportar la poesía a los feminismos?
— La práctica feminista alumbra muchas prácticas políticas. La poesía siempre es considerada el género menor en varios sentidos, también desde el sentido de ser un género popular, porque la novela es de raíz más burguesa. Escribir una novela conlleva tener cierta cantidad de tiempo y plata para poder escribirla y leerla. Una obrera no es que no tenga la capacidad de leer la novela de una francesa, es que tiene que estar laburando todo el día. Entonces, lo que tiene es la poesía: un vehículo siempre popular. Muchas consignas y grafittis, como «Muerte al macho» o «Ni Una Menos», son poesía: metáfora, precisión, el verso justo. Todo lo que se toma como lema es lo que la poesía le está dando al movimiento. Además, hay una gran cantidad de corpus al respecto. Si a una feminista le das para leer «Por qué grita esa mujer», de Susana Thénon, no hay mucho más para explicar. La poesía es militante per se, deja abierta la posibilidad de acción inmediatamente. A mí me cuesta diferenciar la militancia poética de la feminista.
Creo que el desafío de los feminismos es no dejarse atropellar por el feminismo liberal, que no significa un feminismo de derecha, porque eso no creo que pueda existir.
— ¿Cómo ves la actualidad del movimiento feminista después de lo que pasó con la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE)?
— Me gusta pensarlo desde adentro. Pienso en las sufragistas, que recién en 1951 pudieron votar por primera vez después de tantos años de lucha. Lo mismo con las primeras militantes por el aborto, el divorcio o el amor libre. Creo que el desafío de los feminismos es no dejarse atropellar por el feminismo liberal, que no significa un feminismo de derecha, porque eso no creo que pueda existir.
— ¿Qué sería el feminismo liberal?
— El de Hollywood: un feminismo que busca una igualdad formal, pero para una elite. Que una gerenta gane lo mismo que un gerente, a una empleada de casas particulares le importa tres carajos. El feminismo liberal ayuda a una concientización social, pero acorta la igualdad a una formalidad. Más que un anexo a la política tradicional, el feminismo viene a aportar a la lucha de clases. No hay feminismo sin justicia social, yo estoy siempre en esa dirección: una mujer sufre por ser mujer, pero también por pobre. Algo similar a lo que ocurrió en el 2001, con las asambleas populares de vecinos. En este reload de esas políticas que se viven con el gobierno de Mauricio Macri, las asambleas feministas populares tienen la posibilidad de intervención política clara en la actualidad.
«Decretar la muerte de la poesía siempre es productivo»
— Cambiando un poco de tema, siempre que entrevisto a una poeta, me gusta preguntarle la pregunta más obvia: para vos, ¿qué es la poesía?
— La poesía es un modo de habitar la lengua. Se puede habitarla de forma literal o de forma poética. Yo conozco un montón de gente que sin ser lectora de poesía, habita la legua de una manera muy poética. Pienso en Osvaldo Lamborghini, por ejemplo, que es mi autor favorito: en sus novelas habita la poesía porque está siempre a un nivel metafórico. La poesía no se encuentra solo en los poemas, sino en muchos aspectos de nuestra vida, como los consejos que recibíamos de chicos.
Tuvimos un ministro de Educación que fomentó la colección Juan Gelman, como Alberto Sileoni, que leía a Jorge Leónidas Escudero. De eso pasamos a Esteban Bullrich, que le escribió un poema al feto…
— Al principio decías que a la poesía siempre se la considera un género menor, tanto a nivel académico como dentro de la industria editorial. Sin embargo, en los últimos años se puede ver un público lector que consume poesía. Por ejemplo, pienso en Tarda en apagarse (Caleta Olivia, 2017), de Silvina Giaganti. ¿Creés que hay un nuevo acercamiento al género?
— Yo creo que la poesía de la experiencia, que me gusta llamarla así más que «poesía del yo», siempre encuentra momentos históricos para aparecer. Pienso en el neobarroso, en los 90’s que parecían apolíticos y que muchos se quejaban de que «se perdía la poesía». Son estéticas que se van pasando la posta y hay momentos en los que la lengua se encuentra más receptiva a eso. Podría arriesgar una hipótesis que explique por qué más personas se acercaron a la poesía y un libro como de Silvina puede agotar dos mil ejemplares: en los últimos años han aparecido nuevas editoriales que publican poesía, con mucha calidad de catálogo. En los últimos 15 años que eso haya ocurrido no es casualidad, con la idea de pensar en el otro y que todo sea visible. Durante el kirchnerismo se fomentó mucho a nuevas editoriales, se organizaban festivales, lecturas. Tuvimos un ministro de Educación que fomentó la colección Juan Gelman, como Alberto Sileoni, que leía a Jorge Leónidas Escudero. De eso pasamos a Esteban Bullrich, que le escribió un poema al feto… Además, estamos en la época de la posverdad, la única salida es leer sobre experiencias, ¿sino cual es la verdad?
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— Recién mencionabas lo que pasaba en los 90’s, donde se hablaba de la muerte de la poesía, algo que también se puede escuchar hoy en día.
— A mí me encanta la discusión, me vuelven loca. Hay un núcleo de la lírica objetivista que se enfrenta más a una lírica del yo, que puede verse en el taller de Osvaldo Bossi y otros, por ejemplo. Esas discusiones son estéticas en el fondo, por más que se personalicen.
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Las discusiones son importantes porque a ese poeta que lo chicaneás con su poesía, no se va tranquilo a su casa, va a pincharse él sólo para escribir algo diferente.
— Pienso que también existen zonas grises donde se entremezclan ambas corrientes.
— Tal cual, hay muchas estéticas que cierran esa grieta como la de Verónica Yattah. La misma Giaganti está en un punto medio, donde trabaja con una precisión en la lengua que me parece muy interesante. A mí me gusta mucho la poesía de Ariel Bermani, por ejemplo, que es una poesía radical en el sentido de la experiencia. También me encantan Joaquín Giannuzzi, Roberto Juarroz o el propio Mario Ortiz. Esas discusiones, de todas formas, dejan afuera al lector, porque no a todo el mundo le va a gustar lo mismo: ese lector existe y no tengo por qué privarlo de su libro. La idea es que estemos todos juntos y discutamos. Las discusiones son importantes porque a ese poeta que lo chicaneás con su poesía, no se va tranquilo a su casa, va a pincharse él sólo para escribir algo diferente. O que haya una estética diferente lo contrapone para seguir escribiendo. Decretar la muerte de la poesía siempre es productivo, siempre va a haber un embate, qué es algo que pasó en los 90’s, cuando empezó a construirse otra cosa. Me acuerdo de un libro muy emblemático Si Hamlet calla, le daremos muerte que surgió en La Plata como un respuesta a cierta estética de esa época. Además, las editoriales están creando catálogos tan diversos, que es algo que antes no sucedía.
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— ¿Cómo te definirías como autora?
— Soy una lectora anfibia, pero creo que todos los lectores lo son. No es nuestro trabajo defender una estética, sino apasionarnos. A los autores les toca trabajar una estética, defenderlas, compararlas y discutir.