Perdida es la película protagonizada por Luisana Lopilato, dirigida por Alejandro Montiel y basada en Cornelia, la novela de Florencia Etcheves. Se trata de un policial argentino con todos los tics y vicios hollywoodenses. Montiel y su equipo eligen sumergirse en los caminos ya transitados, se aferran a las reglas del género sin proponer ningún condimento local como valor agregado a historias que, se supone, deben funcionar aquí o en cualquier parte.
Lo primero que hay que decir es que este es el primer protagónico de Luisana Lopilato en cine, y está bien. Lo defiende con solidez y logra componer su personaje con matices que la despegan bastante de los roles en los que solemos verla. Sin embargo, uno podría preguntarse por qué cada vez que se trata de una detective (recuérdese la célebre Miss Simpatía, que hace de ese elemento el eje de toda la comicidad), los personajes deben ser irremediablemente afeados y masculinizados. Quizás a esta altura ese subrayado resulte un tanto caprichoso; como si una policía competente y de vocación no tuviese tiempo para delinearse los ojos, pintarse las uñas o cuidar su aspecto físico.
Manuela “Pipa” Pelari (Luisana Lopilato) intenta reabrir el caso de una de sus mejores amigas, desaparecida en un viaje por la Patagonia durante la adolescencia. Poco a poco, ese pasado oscuro vuelve a ella encarnado en los personajes de la madre de Cornelia (María Onetto) —quien pide desesperadamente que no deje de buscarla— y su antiguo grupo de amigas, mujeres con hijos que viven recluidas en la comodidad de sus barrios privados y parecen tener muy pocas cosas en común con la protagonista.
Perdida no sorprende en ninguno de sus turning points; por el contrario, el espectador podrá anticiparlos con demasiada facilidad y eso, de alguna manera, arrebata el alma de este género: el suspenso. Lo que queda es un relato llano, sin sorpresas, con personajes e historias trabajados desde lo arquetípico para que funcione aquí o allá.
Fue a partir de ese episodio que Pipa decidió ser policía, y su mentor (Rafael Spregelburd) es justamente el investigador que se ocupó del caso catorce años atrás. El otro personaje que interviene en la trama es uno de los compañeros de Pipa (Nicolás Furtado), que funciona como antagonista y no convence para nada. A raíz de su perseverancia para resolver el caso, Manuela se verá envuelta en una trama densa que involucra crímenes múltiples y una red de trata que excede las fronteras nacionales.
El problema es, esencialmente, de guión; y algunas actuaciones demasiado estereotipadas ciertamente no ayudan. Perdida no sorprende en ninguno de sus turning points; por el contrario, el espectador podrá anticiparlos con demasiada facilidad y eso, de alguna manera, arrebata el alma de este género: el suspenso. Lo que queda es un relato llano, sin sorpresas, con personajes e historias trabajados desde lo arquetípico para que funcione aquí o allá. Las escenas de lucha física, sin embargo, están muy bien logradas.
Por otra parte, se retoman muchos de los vicios hollywoodenses: la pizarra del investigador repleta de recortes periodísticos, fotos de cadáveres y obituarios (¿acaso se ha visto algo así por estas tierras?); la figura de sociópata exacerbada; el sospechoso identificado por un tatuaje llamativo en su cabeza calva; la loca encerrada en un manicomio que vaticina todo en sus dibujos; los vínculos hostiles en el universo policial. Perdida podría haber propuesto una reapropiación del género desde los condimentos locales, pero las co-producciones parecen estar muy lejos de cualquier riesgo. Apuesta segura y de cine… poco.