Yo Ramón es una obra escrita y dirigida por Gabriela Villalonga, docente de teatro, actriz y psicóloga social. Con diez actores en escena, la pieza expone los dramas y contradicciones del sistema educativo argentino desde distintos puntos de vista. Se trata de una comedia ácida con gran dinamismo y varios momentos hilarantes que permiten repensar la otredad creada a través de los mecanismos de disciplinamiento social. Puede verse los viernes a las 21 hs. en Teatro Del Borde (Chile 630).
La primera escena muestra a un grupo de estudiantes de un terciario intentando infructuosamente terminar un trabajo práctico. Entre mates y facturas se pintan algunos de los personajes que nunca pueden faltar en cualquier grupo de estudios: la señorita «ya me tengo que ir», el bien predispuesto que busca agua para el mate, los melosos que están en su propio mundo, el chico «online 24 horas», la que intenta leer en voz alta a pesar del caos o quien intenta tomar apuntes en una libreta pase lo que pase.
El segundo episodio expone la intimidad de una sala de profesores en un colegio secundario. En esta escena —quizás la más lograda de las tres— se ilustra con gran tino una mañana cualquiera durante un recreo, y también aparecen los estereotipos: la suplente que viene a cubrir algunas horas, el profesor de gimnasia ultra machista, la de historia que vuelve después de una semana de licencia y la autoritaria directora. En este caso, el conflicto se desatará a partir de un simulacro de elecciones donde algunos alumnos han difundido un volante con la escandalosa leyenda: «Partido Recreativo Nazi».
¿Quién es Ramón? ¿Qué representa? De algún modo Ramón somos todos, porque en él se condensa la otredad construida en el seno de un sistema represivo que aniquila todas nuestras potenciales rebeldías (…) Se trata de una muy buena vía para reflexionar sobre la cuestión de la educación como uno de los mecanismos de disciplinamiento social por excelencia.
La tercera y última postal recrea una reunión de padres de jardín de infantes planificando los detalles de una fiesta de egresados para sus pequeños hijos. Aquí aparecerán otros personajes típicos: la madre soltera, el padre distante, la organizadora de eventos, la chica hippie-artista, el padre de cinco hermanitos y quien tiene la magnífica idea de que todos se disfracen de frutas y bailen sobre las tablas. En el medio estarán siempre las figuras espectrales de la «seño Vale» y la «dire Nori».
Las tres fotografías componen una película sobre la educación y están atravesadas por una figura misteriosa: Ramón, un niño escurridizo que se esconde detrás de los cortinados, debajo de las mesas y —tal como un Big Brother panóptico— ve todo desde el ojo de la cerradura. Su madre (la «seño Vale») lo busca incluso antes del inicio de la obra, cuando los espectadores aún permanecen en el hall esperando para entrar a la sala. ¿Quién es Ramón? ¿Qué representa? De algún modo Ramón somos todos, porque en él se condensa la otredad construida en el seno de un sistema represivo que aniquila todas nuestras potenciales rebeldías.
La obra está muy bien pensada desde el texto, pero su concreción en la escena no siempre está a la altura; hay muy buenos gags cómicos, la identificación con alguno de los tres grupos es casi inevitable, pero las actuaciones son algo desparejas y por momentos la tensión decae bastante. De todos modos, se trata de una muy buena vía para reflexionar sobre la cuestión de la educación como uno de los mecanismos de disciplinamiento social por excelencia.
La represión, el autoritarismo, la apatía, la burocracia más inútil y la indiferencia son algunos de los puntos fuertes que la pieza logra tensar. El gesto último de interpelación al público da cuenta de la intención de llevar esa reflexión un poco más allá; y las palabras finales del elenco a favor de una educación pública de calidad marcan un compromiso muy valioso en los tiempos que corren.