Hoy se estrena La librería, una película ganadora de tres premios Goya (mejor película, guión adaptado y dirección), con grandes presencias femeninas: su directora es la catalana Isabel Coixet, su protagonista Emily Mortimer (Match Point, Nothing Hill), la principal antagonista es nada más y nada menos que Patricia Clarkson, y la historia está basada en una novela escrita por Penelope Fitzgerald. Estas mujeres definitivamente configuran un universo con una impronta muy personal. En las entrañas de un relato aparentemente sencillo, se agita el verdadero vendaval.
En la contratapa del libro de Penelope Fitzgerald se define a La librería como “una delicada aventura tragicómica, una obra maestra de la entomología librera”. Y, más allá de la obligada tendencia que suele marcar la contratapa de cualquier ejemplar, vale decir que la obra de Fitzgerald condensa con sensible maestría ese mundo de ensueño que constituyen los libros. Isabel Coixet ha decidido llevar esta pieza a la gran pantalla y sale airosa, porque logra capturar buena parte de la sensibilidad y sutileza que contienen esas 180 páginas.
Florence Green (Emily Mortimer) ha vivido toda su vida en un pequeño pueblo costero de Suffolk (Inglaterra). Hardborough, curiosamente, se caracteriza por sus carencias, por “todo aquello que no tiene”. Tras haber enviudado, Florence decide dar una vuelta de timón en su vida. Narra Fitzgerald: “Durante más de ocho años (…) había subsistido en Hardborough con la pequeña cantidad de dinero que su marido le había dejado al morir, y últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma, y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio”.
Así, Florence decide poner una librería; la primera y única en Hardborough. Pero no resultará nada sencillo. Poco a poco, las fuerzas vivas del pueblo le hacen sentir su rechazo hacia este proyecto comercial, moviendo cielo y tierra para evitar que prospere. Florence pide un préstamo en el banco, alquila un viejo edificio y toma a una niña de diez años —Christine Gipping (Honor Kneafsey)— como su asistente. El gran escándalo se desatará cuando en la vidriera aparezca un ejemplar de la célebre novela de Vladimir Nabokov —Lolita— o volúmenes de Ray Bradbury (un autor que, a diferencia del ruso, no figuraba en la obra de Fitzgerald y que le aportó un buen guiño de época al film).
Se trata de una tragicomedia, una mixtura que retrata con crudeza e inteligencia la malevolencia, el desprecio y la falta de escrúpulos que laten bajo el recato británico, la cortesía y los buenos modos. Es una crítica mordaz a las estructuras sociales inglesas de los años ’50; un sutil manifiesto contra la hipocresía y la doble moral de la época.
Los otros personajes importantes que ingresan al relato son el Sr. Brundish (un genial Bill Nighy) como el misterioso patrocinador recluido en las sombras de su mansión; Milo North (James Lance), un arrogante periodista de la BBC y pseudo-celebridad en el pueblo; y la temible Violet Gamart (Patricia Clarkson en una gran interpretación como sutil villana). Toda la comunidad de Hardborough conspirará contra la librería de la señora Green.
El tono de la historia está muy bien logrado: se trata de una tragicomedia; una mixtura que retrata con crudeza e inteligencia la malevolencia, el desprecio y la falta de escrúpulos que laten bajo el recato británico, la cortesía y los buenos modos. Es una crítica mordaz a las estructuras sociales inglesas de los años ’50; un sutil manifiesto contra la hipocresía y la doble moral de la época. Las locaciones y la fotografía son dignas de mención; los paisajes son tan grises y pálidos como los personajes de esta historia, y Florence intenta combatir sus temores con largas caminatas por la costa.
Con pequeñas modificaciones para darle mayor peso dramático al relato de Fitzgerald (quienes hayan leído el libro extrañarán al poltergeist, que podría haber sido un buen recurso para cortar ese tono por momentos lineal), Coixet consigue capturar a la perfección el trasfondo social que aloja la novela: después de todo, se trata de una historia de anhelos y sueños que no tienen edad; de pequeños triunfos y derrotas apabullantes; de la lucha por intentar ser lo que el propio deseo marque, más allá de cualquier mandato o imposición externa.
Bajo la aparente simpleza yacen las críticas más agudas y feroces, que se agazapan sobre el espectador con la sutileza y el encanto británicos. Quizás la mejor frase de esta historia haya quedado (paradójicamente) en boca de un hombre. Cuando Florence consulta al Sr. Brundish sobre si debe vender Lolita o no, él responde: «No la entenderán, pero será mejor así. Entender las cosas hace que la mente se vuelva perezosa».